viernes, 8 de enero de 2010

Los altos de Cundinamarca, el retorno de la morsa y la barrera de los 1.000

Esta vez sí que puedo hablarles de grandes distancias, jornadas fuertísimas y cruces elevados a lo largo de las dos ramificaciones de Los Andes que he tenido que enfrentar en los pasados días. Luego de tanto descanso y turismo, he vuelto de bruces al tenaz avance por la geografía colombiana. Bien sabía yo que los días previos a la llegada a Bogotá serían el reto más complicado de la primera gran etapa de esta nueva aventura. Y así fue, sin duda. Pero de nuevo he tenido éxito y finalmente les escribo desde la capital de este país y la ciudad más grande de toda esta región del planeta.

Lo primero, al salir de Pereira, fue completar la ruta del "eje cafetero" haciendo una etapa relativamente corta (53 km) hasta la ciudad de Manizales. Desde entonces no la tuve fácil. Engastada en una peculiar ladera que baja de los páramos del Nevado del Ruiz (5.300 msnm), Manizales me obligó a ascender unos 800 metros a lo largo de al menos 15 km muy calientes y a momentos muy verticales. Llegué temprano (a eso de las 14h00), pero bastante cansado. Me dio pereza buscar hospedaje gratuito y al rato ya estaba instalado en una residencia barata del centro. La ciudad estaba en el inicio de su 54va Feria, y quería aprovechar las horas de la tarde para conocerla.

Gran ciudad esa de Manizales. Su ubicación y su crecimiento desordenado le han dado un relieve único. Para un ciclista urbano debe ser muy difícil vivir ahí. Fuera de las aristas de las lomas donde se ubica el centro y las principales avenidas, todo es desnivel brusco y constante. Los barrios más bajos deben estar unos 300 metros más abajo de los más altos, con una distancia que no supera las 10 o 15 cuadras. Casi desde cualquier punto de la ciudad se siente uno caminando al filo de un gran mirador.

La Feria de Manizales, que al parecer es famosa dentro y fuera de Colombia, tenía a la ciudad como un hervidero de gente y actividad. Desfiles, reinas, inauguraciones, luces, comida, juegos, teatro... todo era alboroto. Me divertí bastante paseando por las calles viendo chucherías y tomando cerveza. Por recomendación de mis padres, fui a conocer el cable aéreo que, inspirado en su similiar de Medellín, ha sido inaugurado recientemente. Durante todo su recorrido se pueden ver magníficos paisajes de la ciudad y sus entornos.

Hacia el anochecer caminé hacia la "ladera de Chipre", al extremo occidental de la ciudad. Se trata, en realidad, del filo de una loma que marca un límite natural para la zona urbana y desde donde (al menos en un buen día como el que a mí me tocó vivir) se puede observar todas las lomerías y valles del oeste de la Cordillera Central como en ningún otro lugar que haya visto. Hacia el otro costado, al oriente, se levanta la mismísima cordillera, y es posible ver por completo algunos de los nevados y picos de la zona. El lugar me pareció lleno de una energía muy fuerte, creada y sostenida por el espectáculo verdaderamente majesutoso del paisaje. Las masas de gente y el ambiente de fiesta contribuyeron para hacer de mis pocas horas de estadía en Manizales uno de los momentos que seguramente más recordaré de lo que he vivido hasta ahora en Colombia.

Luego de un atardecer espectacular y de comer un montón de comida chatarra en todos los kioskos que se me fueron atravezando, me fui a dormir con la idea de salir muy temprano al siguiente día: finalmente había llegado el momento de enfrentarme al cruce de la cordillera.

Manizales, de todas las ciudades que recorrí en el lado occidental de la Cordillera Central, fue la más alta de todas (2.135 msnm). Aunque para salir de ella tuve que bajar hasta los 2.055 msnm, eso permitió que el ascenso al páramo fuese menos largo de lo esperado. Durante toda la mañana pedalée lentamente, tratando de mantener altas mis energías e hidratándome mucho. A eso de las 15h00 llegué a los 3.650. Para mi sorpresa, aún estaba bastante fuerte.

Poco antes de la cumbre del páramo ("Alto de Letras" lo llaman) pude ver la cumbre blanca del Nevado del Ruiz. El espectáculo no duró más de 20 minutos; luego una nube se interpuso y no pude ver toda la montaña desde más arriba, pero el pequeño vistazo fue suficiente para darme muchos ánimos.

Una vez atravezado el páramo de Letras y vencidos algunos repechos largos, todo lo demás fue una bajada brutal. Casi me daba miedo pensar en hacer la misma ruta hacia el otro lado. En números redondos, ese día subí 40 km y bajé 80. Ascendí 1.600 metros y descendí 3.200. Para que se ubiquen un poco con esto de los desniveles, piensen que la altura oficial de Quito en el observatorio de la Alameda es 2.820 msnm, mientras que la estación del Teleférico en Cruz Loma está a 4.100 msnm; ahí hay una diferencia de casi 1.200 metros. Por tanto, hablar de 3.200 metros de desnivel, para una bicicleta, es bastantísimo, así sea de bajada.

Por mucho concentrarme en el cruce de la Cordillera Central, no había pensado mayormente en lo que sería encaramarme por la Cordillera Oriental para alcanzar la planicie en donde se ubica Bogotá. Conforme descendía y descendía en busca del río Magdalena me daba cuenta que la subida hacia el oriente del río sería tremenda. Esa noche dormí en San Sebastián de Mariquita, un pueblo al parecer bastante antiguo que se encuentra ya en un clima completamente tropical-caliente.

Cuando a la mañana siguiente por fin crucé el río Magdalena, había llegado a una altura de apenas 200 msnm. Era casi como estar en la playa, y apenas tenía un día y medio para subir a la capital serrana. No tuve más que fajarme bien la indumentaria y emprender el lento ascenso.

Eso de "fajarme bien la indumentaria" es un decir, claro. El gran problema de ese día fue el calor, lo cual practicamente me obligó a repetir famosas hazañas del ayer. El clima, sumado a la cada vez más ridícula diferencia de color entre mis extremidades quemadas y mi torso blanco, me llevó a la decisión de resuscitar el antiguo Proyecto Morsa, calamitoso incidente que algunos recordarán cuando, junto con la no menos famosa "Anguila" Salvador, nos calcinamos como chicharrones bajo los calurosos soles de los desiertos del norte del Perú. El bloqueador (cosa de débiles) no servía de nada gracias a la cantidad de sudor que perdía en poquísimo tiempo y que se lo llevaba consigo. Fue tremendo. El agua que perdía podía contarse en litros. Las camisetas que me amarraba a la cabeza para absorber el agua se estilaban en cuestión de minutos, y tenía que detenerme a exprimirlas e intercambiarlas para seguir. Antes de llegar a la cumbre de esa primera "pre-cordillera" había consumido más de 5 litros de líquidos. Y tenía sed.

Apenas había superado los 1.000 metros de altitud cuando empecé descender todo lo ganado hasta llegar a la población de Guaduas. Ahí me reacomodé, almorcé, me volví a equipar con botellones de líquidos y, bestia de mí, decidí continuar. Lo que vino fue otra cadena elevada en la que alcancé los 1.750 msnm. En un momento, agotado y cubierto de una nube a causa del sudor que se evaporaba, me eché al borde de la carretera y casi me quedé dormido. Quien me despertó fue Leonardo, un ciclista colombiano que se dirigía a Bogotá junto con un amigo (Gustavo), luego de haber recorrido por semana y media algunas zonas del valle del Magdalena. Ellos han sido los primeros cicloturistas con los que me he encontrado en este viaje. Conversamos un buen rato y luego pedaleamos juntos con la idea de comer más adelante. Ellos, mucho menos cargados y notablemente más flacuchentos que yo, me sacaron rápida ventaja. No los volví a ver.

Como era de esperarse, los resultados del Proyecto Morsa fueron muy parecidos a los de la primera vez en el Perú. La diferencia es que en esta ocasión no he tenido ninguna mano amiga que me ponga Caladryl en la espaldita, la cual hasta ahora sigue como pepa de achiote. Esa noche la pasé en Villeta, a menos de 100 km de Bogotá pero a tan solo 825 msnm. Aún me sentía en lo que en Ecuador sería zona de Costa, a pesar de estar tan cerca de la llanura bogotana.

Estaba tan cansado que antes de dormir decidí no intentar la conquista de Bogotá en un solo día. Según mis cálculos, tendría que subir al menos 2.000 metros y no me sentía con fuerzas para hacerlo en un solo día. Mis piernas me dolían por zonas que no sabía que existían, y la quemazón de la piel me tenía sediento y cansado todo el tiempo.

Al día siguiente emprendí la marcha relativamente tarde (8h00) con la idea de subir hasta donde avance y dormir ahí antes de llegar a Bogotá. Sin embargo, tras 40 kilómetros de ascenso ininterrumpido y casi cinco horas de pedaleo, conquisté el "Alto de la Taberna", a casi 2.700 metros, desde donde tuve una suave bajada hasta entrar en la planicie que se extiende por el centro de Cundinamarca. A las 16h00 ya estaba dentro del Distrito Capital, y a eso de las 17h30 incluso había entrado y salido de la ciudad de Bogotá en dirección a Soacha, un municipio aledaño del sur-oeste, en donde mi panita Silvi (ganadora indiscutible a personaje extranjero revelación del año en los pasados multi-pesi-premios) me ha recibido con gran alegría.

De esa forma, tras cuatro días cansadísimos, llegué al corazón de Colombia. Lo primero que hice en la mañana siguiente fue coser una bandera de este país en mis alforjas. Con eso, ya solo me quedan dos de toda la colección que me regaló mi hermano para que las vaya agregando en cada nuevo país.

La experta guía citadina Sivia Bernada me ha tenido paseando por las maravillas de esta ciudad enorme. De eso no les diré mucho, así que confórmense con las fotos que aquí pongo.

Una vez repuesto y aclimatado a esta nueva geografía, me preparo para pasar un par de buenos días de juerga y francachela en Bogotá antes de seguir al norte. Silvi, que anda de vacaciones, está totalmente dispuesta a plegarse a la huelga, así que parece que tendremos un divertido descanso al buen estilo de este pueblo alegre y amigable, en su tiempo cuna de los mejores orfebres de América.

Alguna vez dijimos que la clave para estos viajes en bici está en bancarse los pesados días iniciales hasta alcanzar un nivel físico y mental capaz de llevarnos a cualquier parte. Había pensado que ese momento se ubicaba alrededor de la barrera de los 1.000 km. Estos pasados días me hacen acuerdo, sin embargo, (como tantísimas otras veces) de que nunca se debo subestimar los retos que quedan por delante. Que haya conseguido grandes logros no quiere decir que lo que tenga adelante sea menos complicado. La barrera de los 1.000 no existe. Lo que existe es una barrera siempre presente y que solamente podemos vencer si nos atrevemos a intentarlo. No hay de otra. El astrólogo argentino-payanés Juan diría que este es mi ascendente Capricornio hablando, je. En todo caso, me queda clara la lección: aún me falta mucho camino duro por recorrer.

Y siempre será así.

Bogotá, Colombia, viernes 8 de enero de 2010.

1.442 kilómetros recorridos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Bravo! ¡Casi un millar y medio de kilómetros y una nueva capital a tu haber! Y un montón de valles, quebradas, cuestas y bajadas y centenares de pueblos y ciudades, cada una con su buena gente. ¡Bravo!

Hasta donde puedo suponer, el punto por donde cruzaste el Magdalena, entre Honda, en Tolima, y Puerto Bogotá, en Cundinamarca, a centenares de kilómetros de la desembocadura del río, pero sólo a 200 metros de altura sobre el nivel del mar, es el mismo punto a donde llegaban las embarcaciones desde la época colonial, trayendo los viajeros y las mercaderías que venían a Bogotá desde el Caribe y desde Europa, para después seguir, a lomo de mula, hasta la sabana bogotana, básicamente por la misma ruta que tu seguiste.

Así pues, mientras jadeabas por esos calores y esas cuestas, recorrías el mismo camino que antaño transitaron los presidentes de la Audiencia, los obispos, los virreyes, los libertadores y los millares de seres anónimos que fueron construyendo la actual Colombia.

¡Bravo!

CLC

Anónimo dijo...

oye camaroncini, tambien te quiero ;) eres lo maximo ya sabes. sigue ahi dandole, tu puedeeeees!
se te extrana gorduritas, mil besos, y si llegas a la costa, avisame para los contactos cualquier cosa.... muah!

cuidate mucho guabis, sigo esperando mi postal juju buajaja ;) mua mua muaaaaah!

ailoviuuuuu!

gin

Eiv dijo...

El Admirable "El Guabitas"...

Arrechura completa esos logros, mine broxter. Y es cierto lo que dices al final... siempre hay mucho camino que recorrer.
Una recomendación, en la cuestión de hidratación yo cacho que te estás equivocando de líquido. Como que el agua nunca pegó... más bien llena la cantimplora con alguna agua virtuosa del hermano pueblo colombiche.
Saludos a silvia bernadette, alias Barney, y vamos ahí, pa adelante...

Saludos,
El Ave

sara dijo...

Esa es varón!!! que mucho que eres mi Guabitas.. no sorprende tu ñeque pues siempre supe que eres un hombre de armas tomar.. y si bueno las barreras que te quedan por pasar son algunas pero de seguro sabrás como hacerlo airosisimo como siempre (de alguna forma)saludos a silvi y un abrazo con sabor a Ecuador..
besinhos
sarita

Anónimo dijo...

Eres el mejor cronista del mundo... y te envidio el viaje...
besos mi rey

Unknown dijo...

Recibidos los saludos panitas, y gracias al ave y a viñachú por el nuevo alias...hubiera querido llevar a guabas pooh por más destinos, pero bueno, hicimos lo mejor...ahora le quedan otros caminos y otros paisajes maravillosos, por estas tierritas y por las venezolanas también!
Abrazos y la mejor energía para el camino!

Anónimo dijo...

felicitaciones ¡ te seguimos la pista.... estamos confirmando la tenacidad, la fuerza de caracter y el valor de los "rebeldes jovenes " de la familia

Hoy podemos ya mirar tus hazañas desde casa, cuida mucho tu salud, te pensamos y queremos mucho.

Un saludo muy cariñoso desde la Ciudad Blanca para "Carlitos Caranqui"

Lucy & family

Anónimo dijo...

wooow!!
bien señorito...
paso a paso te seguimos con mapa en mano y de a poco a.p.aprende que con voluntad y tenacidad todo en la vida se puede lograr.
cuidate mucho!!
te deseamos un excelente pedaleo
anitamaria y anitapaula