martes, 19 de enero de 2010

El último páramo en Colombia

No he parado en ocho días. Desde que salí de Soacha (Bogotá), no he dejado de pedalear ni un solo día hasta alcanzar la frontera con Venezuela. Con esto me reivindico de mis largas pausas de turismo y buena vida, pero a la vez me declaro agotado. Aparte de la jornada relativamente pequeña hasta Villa de Leyva, de la que ya he hablado, todos los días han sido de fuerte pedaleo y mucho esfuerzo para llegar hasta aquí. He atravezado los dos últimos departamentos que visitaré en territorio colombiano (Santander y Norte de Santander), en etapas que en más de una vez superaron los 100 km y haciendo escala en las poblaciones de Oiba, Aratoca, Bucaramanga, El Hatico y Cúcuta, en donde estoy ahora. Para lograrlo, además, tuve que atravezar nuevamente la cordillera oriental colombiana (de la que había descendido al salir de Boyacá) y con ello vencer el paso de otro páramo elevado: el alto de Berlín, a 3.400 msnm.

Con frecuencia me ha sucedido que enfoco mi atención en puntos específicos de la ruta y por ende paso por alto pedazos que en el momento justo terminan siendo muy complicados. De nuevo me sucedió eso durante la ruta hacia Bucaramanga. Concentrado en las dificultades de la altura de Boyacá y pensando en lo que sería el cruce final de la cordillera antes de Cúcuta, por alguna razón había pensado que llegar a la capital de Santander sería relativamente más fácil y con mucha bajada. Esto último fue verdad, pero en términos generales, avanzar hacia el norte ha sido agotador. La dificultad principal ha sido algo que promete agravarse conforme me acerco al Caribe y la cordillera es cada vez más baja: el calor. Cada vez que me doy cuenta de que estoy malgenio y peresozo, coincide con que el calor es insoportable. Y la cantidad de líquidos que necesito cada día es inagotable.

En Oiba, a donde llegué completamente exhausto tras una etapa de 130 kilómetros, me recibió un pueblo en plenas fiestas. Tuve tiempo para vagabundear entre la multitud y tomar algunas fotos (y cervezas, je), pero a fin de cuentas no tuve ánimos para incluirme en los festejos y a las 9 de la noche ya era un bulto que roncaba. El pueblo se había organizado a lo grande y esperaba la llegada de centenares de visitantes, pero, hasta donde yo pude ver, no había mucha más gente que la local. No por eso los ánimos habían decaído: mucha espuma, mucho baile, mucha música, mucho trago. Incluso pirotecnia y vacas locas. Si todo seguía como prometía, la cosa se iba a poner buena.

Al siguiente día salí con mucho calor desde temprano para internarme por regiones de vegetación cada vez más tropical y frondosa. La humedad del ambiente contribuía a que yo vaya dejando mi ya clásica acequia de sudor por donde pasaba. Se ha vuelto normal que ahora lleve un par de camisetas amarradas a mis alforjas para usarlas como toallas para secarme en cada parada. Eso es útil, pero tampoco totalmente efectivo: a las pocas horas tengo que exprimirlas contínuamente y luego las dejo colgando solo para que se sequen; así ya no me sirven.

De todas formas, ni fiestas, ni calores, ni desniveles, ni paisajes han sido lo más impactante de estos pasados días. De nuevo lo más sorprendente ha sido el contacto con la gente. Debo reconocer que andaba un poco parco en eso. Me estaba acostumbrando a llegar a cada pueblo y en seguida buscar una residencia barata en donde pasar la noche, con lo cual evitaba establecer los contactos que normalmente debo establecer y conseguía rápido refugio para arreglarme y recuperarme. Aunque en algunos casos no me quedaba más que plantar carpa, de alguna manera había optado por dejar de pedir posada y buscar las comodidades de un colchón barato.

Lo primero me dio un sacudón fue un encuentro casual que sucedió la mañana en que salí de Aratoca y empecé a descender por los desfiladeros empinados del Cañón del Chicamocha, uno de los más profundos y sorprendentes que he visto en todo este recorrido hacia el norte.

Por donde yo bajaba iba subiendo Ian Attewell, un canadiense que ha recorrido ya más de 12.000 kilómetros en bicicleta desde su país hasta Sudamérica. Apenas lo vi al borde de una curva y le grité un "hola!" entusiasmado. Él también se emocionó y las siguientes dos horas las pasamos sentados al borde de la carretera compartiendo experiencias. Ian había descubierton las bondades de los bomberos, policías y demás hace no mucho, y estaba feliz por tener esa puerta de contacto con la gente local que es pedirles un cuarto para pasar la noche o un espacio vacío para armar la carpa. Las cosas sencillas que me dijo, como "para qué voy a gastar mi plata en un hotel que de todas maneras es sucio", o "si uno es bueno con la gente, la gente es buena con uno", me hicieron recordar todo lo que había aprendido en este y otros viajes. Pensé que sería mejor volver a la práctica de pedir y tratar de retribuir con lo poco que se pueda.

Esa noche, al llegar a Bucaramanga, el cambio de actitud dio frutos sin que yo necesitase esforzarme en absoluto. Estaba completamente agotado por el calor. El ingreso a la ciudad había sido muy largo y complicado en medio de un tráfico pesado y un sol que me calcinaba todo un lado de la cara (el bloqueador se va en seguida a causa del sudor). Llegué a la plaza casi desesperado por líquidos fríos, y me senté a tomar un "raspado" junto a un pequeño kiosko móvil. Tanto el vendedor como algunos de los transeúntes cercanos empezaron a hacerme las preguntas de siempre, y yo respondí con todo el buen ánimo y la mejor amabilidad que pude. Luego de conversar por unos minutos, cuando pregunté por la estación de bomberos para ir a pedir ayuda, un hombre me dijo que podía ir a su casa y quedarme ahí.

Su nombre era Pablo. Nunca supe su apellido, ni él supo el mío. Tampoco se preocupó por averiguar mucho más acerca de mis propósitos o metas. Solamente sabía que yo había viajado desde el Ecuador y que me dirigía hacia Venezuela. También sabía que trataba de ahorrar dinero pidiendo ayuda a la gente, y que hacía todo esto solamente por conocer nuevas regiones y nuevas personas. Fuera de los 15 o 20 minutos que conversamos en la plaza, no volvió a preguntarme nada más acerca de mí o de mi viaje, pero me dio una cama para pasar la noche, una ducha para bañarme y comida para recuperar fuerzas. En realidad, don Pablo era bastante reservado. Apenas me presentó a su mujer, de quien nunca supe el nombre, y lo único que hizo fue comentar acerca del programa de televisión que vimos por la noche. Cuando salía a la mañana siguiente y Bucaramanga quedaba a mis espaldas, pensaba si yo sería capaz de hacer algo así. O mejor dicho, si hubiese sido capaz antes de aprender a hacerlo en estos viajes.

La cosa no terminó ahí. La subida a la que me enfrenté a la salida de Bucaramanga ha sido una de las más difíciles que he hecho en mi vida. Mi odómetro marcó 53 kilómetros solamente de subida, sin ni un solo descanso. Ascendí de los 960 msnm hasta los 3.400 msnm. Eso es la diferencia de altura que hay entre el océano y ciudades serranas como Loja o Ibarra. No recuerdo un desnivel en subida tan brusco en un solo día ni siquiera en el tremendo Perú, en donde nos tomó 6 días subir del mar hasta nuestro paso máximo de la Cordillera Blanca, cerca del nevado Pastoruri, a 4.825 msnm. Eso, además, en el séptimo día de viaje consecutivo desde mi salida de Bogotá, cuando en realidad necesitaba ya una pausa para evitar lesiones o cosas por el estilo.

Apenas empecé a subir me topé con una gran tropa de ciclistas que hacía lo mismo. Algunos subían unos pocos kilómetros y bajaban por diversión. Otros entrenaban velocidad o resistencia. Algunos planeaban ascender 10 o 15 kilómetros. Otros iban a los 20 o los 30. Los pocos que habían hecho el ascenso completo hasta el "Picacho" (el punto más alto de la carretera), me daban instrucciones, me explicaban la ruta y me indicaban los posibles puntos de descanso. En la mitad exacta del ascenso desde las afueras de Bucaramanga, en un lugar llamado La Corcova, unos ciclistas me invitaron a tomar cola, me dieron muchos ánimos y hasta organizaron una colecta para ayudarme. Entre todos me dieron 24.000 pesos (unos doce dólares). Los dos que lideraron el agasajo se presentaron como Pica-Pica (el segundo desde la derecha en la siguiente foto) y Cejas (el segundo desde la izquierda).

Yo seguí subiendo feliz y con mucha energía. Los ciclistas que bajaban me saludaban y aplaudían. Aún desde los carros la gente me gritaba "¡hágale, hágale!" y me mostraban pulgares en alto. Cuando ya había pedaleado unas cinco horas, tuve frente a mí todo el macizo de piedra del "Picacho" y pude ver toda la ruta que me faltaba para llegar a la cumbre. La visión me agotó, pero no me dejé vencer y seguí muy lentamente hacia arriba. Ya superados los 3.000 msnm el frío se hizo notar y mi ropa mojada me empezó a molestar, pero decidí no parar hasta la cumbre.

Ya muy cerca del final me pasó un último ciclista. Me dijo que faltaban apenas dos kilómetros para llegar. Yo ya no daba más. Llegué a la cima, en donde él me esperaba con su esposa y una pareja de amigos. Su nombre es Germán Villamizar, de alrededor de 60 años. Al verme tan cargado se asombró. Conversamos por al menos unas dos horas. Me dieron de almorzar, de tomar (y no solo Coca Cola, sino también un par de shots de aguardiente) y hasta me regalaron 40.000 pesos más. Todos me dieron sus contactos y me desearon muchos éxitos. Como conocían la ruta hasta Cúcuta y la habían vivido como ciclistas, me indicaron todo lo que vendría con mucha precisión.

Apenas un par de kilómetros más adelante, un carro se detuvo y sus ocupantes se bajaron para darme galletas y un vaso de jugo. Así, la ayuda y el apoyo que recibía de la gente de pronto se había vuelto abrumador. Justo en uno de los momentos más difíciles la gente parecía haberse puesto de acuerdo para empujarme a la cima. Pasado el "Picacho", avancé por un páramo largo bastante frío. Ya casi no tenía tiempo (había llegado a la cima a las 2 de la tarde y había pasado unas dos horas con Germán y sus amigos), pero aún así decidí avanzar hasta que el sol declinase del todo. Esa noche la pasé a los 3.340 msnm plantando mi carpa junto a unos pinos del páramo, detrás de un restaurante ubicado en una comuna llamada "El Hatico". Aun por la noche recibí llamadas de Pica-Pica y Cejas que se comunicaban solamente para saber si todo había salido bien.

Unos días antes, cuando estaba por llegar a la población de Aratoca, hubo un momento en que un hombre me gritó algo como "¡Qué privilegio andar con eso!", mientras él caminaba agobiado por el sol. Yo entendí que se refería a mi bici y solamente sonreí. Ante mi silencio, él volvió a decir algo que no entendí del todo pero que pareció ser un "Llevas la envidia de todo un país". Por un segundo pensé que estaba diciendo algo así como "Qué linda tu bici, me da ganas de tenerla". Volví a reír sin saber qué decir (yo estaba avanzando en subida y no tenía ganas de parar). Como me alejaba, el hombre gritó "¡Que Dios te acompañe!", y alzó sus manos. Entonces comprendí todo y grité "¡Gracias!", extendiendo mi mano con el pulgar arriba.

El pequeño episodio me dio bastante en qué pensar durante el resto del camino de ese día. El hombre me estaba diciendo que era una suerte viajar así y que todo el mundo tenía derecho a envidiarme.

Me parece que todas estas anécdotas que he anotado se conectan en un punto clave. Cuando uno hace algo como esto, algo tan "particular" o por lo menos "fuera de lo común", lo que hace deja de tener un valor únicamente por sí solo y pasa a tener un valor representativo. En otras palabras, el simple hecho de estar aquí y tener la fortuna de vivir esta experiencia me pone en el lugar de muchos otros que quisieran vivirla, aunque en el fondo lo digan solamente de labios para afuera. O es al revés: es el resto de gente la que se pone en mí posición, y eso me deja a mí como representante de un espíritu, un cúmulo de ideas, una conjunción de aspiraciones, un foco de sueños individuales. Quiéralo o no, entonces, estoy aquí en representación de muchos, de todos aquellos que nunca estarán aquí ni harán esto sino a través de los pocos que tenemos la fortuna de hacerlo.

Eso es un privilegio enorme.

Pero no solamente es un privilegio. También es una fuerza muy grande que me empuja contínuamente. La gente me apoya porque quiere ver cumplida la ruta, porque ve en ello la posibilidad de cumplir metas que normalmente se escapan de las manos en la vida cotidiana, porque en la compleción de mi sueño proyectan la plenitud de los suyos. Pasa el tiempo y me doy más y más cuenta de lo importante que es eso. Mientras ese apoyo enorme se mantenga, no puedo sino vencer.

Cada día tomo por destino una "meta a vencer". Puede ser un nombre ("hoy llego a tal o cual parte"), un número ("hoy avanzo tantos o tantos kilómetros"), una ubicación general ("hoy atraviezo tal cañón, o supero tal páramo"), etc. Con esas pretensiones avanzo y juego las cartas que tengo. Siempre, lo logre o no, cumplir la meta diaria es un desafío complicado: implica horas de movimiento, sol, sed, fatiga, dolor e incluso miedo. Pero todo el tiempo me siento empujado. Siento que desde hace mucho tiempo, aún desde los primeros días del primer SAP, dejé de hacer esto solamente por "conocer y viajar en bicicleta" (que es lo que suelo responder cuando me preguntan mis motivos). Eso quizá sea mi objeto inmediato, mi deseo primordial, pero sé que tras de mí llevo un gran grupo de gente que me apoya y se aventura vicariamente conmigo, ya sea simplemente porque se interesa por mí, como mi familia o mis amigos, o porque ve en mi viaje una promesa, una posibilidad, una fuerza latente.

Por eso quiero hacer un gran agradecimiento a todos lo ciclistas que he encontrado en el camino ya todas las personas que cada día colaboran de muchas maneras para que yo pueda seguir.

Son ellos, pues, y no los músculos de mis piernas cada día más duros, los que me hacen sentir prácticamente invencible.

Mil gracias, otra vez.

San José de Cúcuta, Colombia, martes 19 de enero de 2010.

2.165 kilómetros recorridos.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo en lo que dices: el solo hecho de acometer algo tan descomunal, tan imposible para la gran mayoría de seres humanos, te convierte en un símbolo, en un referente.

Ánimo, pues. Tienes razón al pensar que somos muchos los que nos interesamos vivamente en tus andanzas y te deseamos lo mejor. En cada vuelta de los pedales quiséramos que fuera un poco de nuestra fuerza.

CLC

AAAbikers dijo...

Hágale,... hágale... !!!

Cada vez y cuando estoy mas convencido de que el libro de tus periplos tendrá un exito fabuloso..

O es un diario, o una bitácora o una novela... lo que sea...

Tienes que estar convencido de que tendrás muchos compradores...

Yo al menos me anoto una decena de ejemplares.. !!!

Suerte y dele compadre !!

ƒriandise dijo...

hagale hagale!!! jaja vas super bien grodurisss, estan muy bacanas las fotitos. me gusta la primera, le cae rico el sol ;) muchos besitos y abrazos. hagale hagale! jaja

muah!

Unknown dijo...

El verdadero Kamikasse.....

Anónimo dijo...

COMO TE ENVIDIO MI BROSTER!!!! pero tambien te apoyo, te admiro y aunque no termines la ruta ni hagas tal o cual cosa, para mi eres un tipo GIGANTE oiste!

Abrazo grande y gracias por esas palabras que me ayudarán a mi también de ahora en adelante, en mis propios viajes.

KANGA

sara dijo...

Guabitas me llene de un orgullo ajeno full, el leer eso que escribes así tan del corazón me produce un calientito en el alma... que vacan ser tu pana..sigue adelante mucha energía y muchos colores...
sarita

Cuenqui dijo...

Que emoción leer nuevamente tus aventuras y retos cumplidos, cada vez que lo hago me lleno de alegría, y sí eres invencible, osote!!!
Que dicha hacer lo que tú haces....
muaaaaaaaaa
muaaaaaaaa
muaaaaaaaa

F dijo...

De una! Hágale, hágale!

Anónimo dijo...

Querido Guabiñas, tienes razón, hay sueños de mucha gente metidos en tus alforjas y otros tantos y tantas que con la imaginación vamos al anca de tu sherpa, quizá por eso a veces la cuesta es mas pesada, pero dale con ganas porque tu sabes que si es necesario nos bajamos a empujar.

mamaguabas

Anónimo dijo...

FELICITACIONES POR TU BLOG, EL BUEN SABOR QUE ME DEJA EN MI ESPIRITU DE CICLISTA AVENTURERO EL LEER TUS PALABRAS NO TIENE PRECIO PARA TODO LO DEMAS CUENTA CON TODO MI APOYO Y ADMIRACION A LA DISTANCIA, UN ABRAZO FUERTE DESDE QUITO-ECUADOR.
elmono enbici.

Miguelitom3 dijo...

Que tal, Buen dia.
felicidades por su esfuerzo.. Sin duda una hazaña que deja a muchos pensando en cuan invencible puede ser un Humano...
Mira, me dices por que parte del continente estan.. de ser posible ayudarlos en algo, soi ciclista al igual q vos.
Exitos y fuerza compadre!

Claudeins dijo...

Avanza con fuerza que todos te empujamos desde acá!!!

Creo que estás encontrando lo que buscabas, y con tus experiencias representadas en palabras nos haces buscar lo que deseamos encontrar.

Gracias por tus valientes y profundas palabras.

Clau

Anónimo dijo...

que hijueee lo que escribes llega hasta la médula de este pechito...

y pensar que ya estás en Brasil...!!!
el sueño se ha cumplido y continúa!
le das fuerza a mi almita viajera
ERES LO MÁXIMO pana

chanchan

meteowebb dijo...

Excelente! Certifico la gran nevera que es Berlín en bicicleta, ayer mismo hice esa ruta!!!