viernes, 30 de mayo de 2008

Itinerarios demenciales y planes cuasi suicidas

Antes que nada, muchísimas gracias por todo el apoyo que sigo recibiendo de todos ustedes. Esto sonará como que débil, pero realmente que se me hace caramelo el corazoncito con tanto pana guaso y personaje distinguido que se digna en mandarme unas líneas de apoyo. Calmados todos que, aunque ya torcido por el frío, acá seguiré a las buenas o a las malas para no defraudar a la fanaticada. Como corresponde a un verdadero intento de kamikaze...

En cuanto a las noticias, pues resulta que no soy el único miembro de Sudamérica a pedal que logró alcanzar suelo chileno sobre una bicicleta. Con un día de retraso, la Andre consiguió un compinche bicicletero en Mendoza (el Santi Leguizamón, un primo de una prima suya, a quien debemos muchos buenos momentos de nuestro descanso en la capital mendocina) y empezó a seguirme la pista por la endiablada subida al paso de Los Libertadores. Los muy tigres han logrado hacerlo todo y entrar a Chile, pero ahí nuestro pana Santi ha cometido el pecado de ser ecuatoriano indocumentado, por lo que por las mismas los devolvieron al lado oriental de la cordillera y en estos momentos deben andar de relax extremo en algún lugar del vecino país.

Yeah!

Por mi parte, tuve que enterarme a las malas que he venido a Chile en la peor época posible. El invierno está ya casi que instaurado, y sus feroces anuncios vienen de la mano de intensos días grises y fríos, en los mejores casos, y de aguaceros helados, en los peores. Tuve un par de días para pasearme por las concurridas calles del centro de Santiago, pero más pasé escapando de chubascos y vendavales que echando ojo a la ciudad.

El colmo fue mi visita a Valparaíso, la ciudad "más bonita de Chile", según me dicen. Todo indicaba que el día que se venía sería gris a no poder más, pero yo decidí hacer caso omiso a las advertencias y me tomé rumbo hacia el puerto. Encima más ese día me desperté tarde y estuve llegando a Valparaíso, en medio de un diluvio, a eso de las 2 de la tarde. Triiiiste. No quedó más que refugiarse en cafecitos y lecturas hasta que pasase el temporal... Para cuando la cudad ya se abría lista para que yo la recorra, ya debía tomar el bus de vuelta a Santiago. Plata botada.

Al menos pude ver algo del Pacífico y me pasée por un par de calles a lo bestia. No cabe duda que Valparaíso merece otra visita con más luz y calma. Ya llegará el día.


En Santiago fui huésped de honor de una querida y antigua amiga de aventuras: la Cari Peña. Muy fiel a su alegre y amiguero espíritu cuencano, la Cari me dio más hospitalidad de la que yo buscaba. No solo me dio cama y una ducha hirviente, sino que me permitió acabar con su pequeña alacena y me permitió atiborrarme de café, algo que no hacía en tal medida desde que salí de Quito. Pa todos los que la conocen, sepan que ya anda requete instalada en un depar a lo bestia de Providencia, con todas las comodidades posibles, varias buenas amigas y encima una beca que lo paga todo.

Millones de gracias, Cari!!! Ya nos veremos en algún otro rincón del mundo...

Bueno, ya entrando a lo que nos compete en este blog, finalmente tomé mi bicicleta (ya por fin voy acostumbrándome a no usar el verbito ese, "coger") y salí rumbo sur luego de 3 fríos días de guakseo en la capital chilena y sus alrededores. El nudito en la garganta que me acompañó al salir de Mendoza se volvió a formar a lo largo de las primeras cuadras, pero de nuevo tuvo que pasar poco tiempo para que me vuelva a integrar plenamente con la bicla y fije mi mirada hacia el lejano Temuco, que será, si todo va bien, el lugar del próximo descanso.

Lo primero en llamarme la atención (aunque ya lo había hecho el día que llegué a Santiago) fue el tamaño y las condiciones de la autopista. Ahí como la ven en la fotito, la carretera va desde Arica a Pto. Montt. Por ahí me dijeron que Chile "hizo un buen negocio" concesionando las vías. Ignoro los pormenores internos del asunto, pero debo reconocer que la panamericana chilena es muchísimo mejor que sus pares argentina, boliviana, peruana y ecuatoriana.

Y a pesar de que durante los primero kilómetros anduve estresado por lo pesado del tránsito y la bulla de los carros, me he ido dando cuenta que para mí resulta bastante cómodo transitar por ahí. La banquina es siempre amplia y siempre está pavimentada, por lo que voy sin molestar a nadie y sin recibir molestia alguna. Además, la carretera está tan bien señalizada que ya me he olvidado de sacar el mapa en días.

Lo malo es que el tamañote de la vía "oculta" la naturaleza circundante, o por lo menos la vuelve menos visible por la continua y abrumadora presencia de rejas, camiones, carteles, luces, desvíos, carriles de servicio, etc. De todas formas he podido ir saboreando el aroma de kilómetros y kilómetros de plantaciones frutales y, sobre todo, viñedos, que cubren de extremo a extremo el horizonte y cargan unas uvas que se ven de lo mejor. No sé cómo es que de este lado de la cordillera no he continuado con la sana y muy recomendable degustación diaria de vinos que practicábamos del otro lado...

Ahora viene la parte de las quejas:

Ya desde Santiago me habían dicho que las lluvias habían sido tan fuertes que hasta puentes se habían llevado, y que, a pesar que tendría algunos días secos (lo cual hasta ahora ha sido cierto), el frío empezaría a ponerse serio...

Pues bueno: ME ESTOY CONGELANDO.

Es común amanecer con grados bajo cero, y durante el día es muy raro que se llegue a los 10 grados centígrados. Me toca pedalear a temperaturas que van de los 4 a los 8 grados todo el tiempo. Yo, que siempre me he quejado de no poder moverme mucho porque en seguida empiezo a sudar, ahora debo pedalear con dos y tres sacos y dos pantalones encima, además de guantes, orejeras y dos pares de medias. La situación se ha vuelto tan difícil que por ahora creo imposible poder seguir cuando vuelvan las lluvias, y según el servicio metereológico lloverá toda la próxima semana!

Ya nadafff! Mi respuesta será la misma que ha sido hasta ahora: seguir y ver qué pasa. No se sorprendan si el próximo blog lo redacta un gruñón y congelado hombre de hielo.

Solamente he pedaleado tres días desde Santiago, pero eso ha sido suficiente para dejarme hecho un caos. Además, según mis planes tengo que pedalear 4 días más antes de merecer un descanso en Temuco. He recorrido más de 330 kilómetros en estos tres pilches días y lo que se viene está peor: etapas de 120 y hasta 130 km al día!!! Toy cagao' verdaderamente. Todo sea para escapar de la lluvia y el frío brutal, cosa que, según se ve, no será posible de ninguna manera.

Al segundo día de recorrido, en Curicó, tuve el gusto de ser recibido por Pablo Castillo Arce y su familia. Pablo, a quien contacté gracias a una amiga de la Cari, resultó ser un tipazo a lo bestia. En la breve noche que estuve a su cargo, me dio de comer como a caballo, me paseó por su ciudad (muy bacana, por cierto), me hizo conocer a sus amigos, se aseguró de darme un buen lugar para dormir, llenó mis alforjas de comida y hasta me regaló una chaqueta impermeable que ya probó ser valiosísima en este primer día de uso!!!

No puedo sino expresar mi inmensa gratitud por Pablo y su familia. Con gente así de mi lado, poco importa que me caiga un glaciar encima: estaré a salvo.

El ritmo febril con el que ando pedaleando apenas me ha permitido conocer las ciudades por las que paso. Lo típico es salir de la carretera, entrar a la plaza central, tomar un par de fotos y salir por las mismas. Debo contentarme con lo que veo en la ruta, que es bastante. Hoy, al pasar por Talca (la capital de la Región del Maule), recordé una divertida historia que llegó a mis oídos hace no mucho. Al parecer, hace mucho tiempo, un visitante inglés que pasaba por la ciudad expresó su asombro por lo denso y constante de la neblina diciendo que Talca era similar a su ciudad natal: "Talca parece Londres". Pero en su castellano mal aprendido, balbuceado apenas quizá, su oración debió sonar algo así para los lugareños "talca parisi londres". De ahí en adelante, los talqueños han hecho emblema de esa frase para codearse con esas grandes capitales ("Talca París y Londres"), al punto que en la fachada de su centro comercial exhiben simultáneamente la hora de las tres ciudades.

Yo, por lo menos, pude constatar el hecho de que la neblina en esa ciudad es insoportable. Hoy día, en casi 9 horas de viaje, apenas vi el sol por 20 minutos!

Bueno, no los canso ni me canso más. Por ahora debo dormir para mañana seguir dándole y dándole en este clima polar. ¿Para qué? Para ir hacia el sur, done hace más frío. ¿Y luego qué? A trepar la cordillera, donde segurito que sí hace un calorzazo. =( =(

Escenitas:

Escena 1: Mi atuendo ciclístico ha pasado de nada (en los días del Proyecto Morsa) a cuatro o cinco capas en mi acometida hacia el sur.

Esena 2: Extraña especie de batracio toma sol antes del retorno de la neblina. Qué sangre fría del baboso!

Escena 3: Bueno... algo es algo, diga.

Escena 4: Sherpa también requiere de sus dosis de sol.

Escena 5: "Putagán" o la "Villa Alegre". Tal difícil decisión me tuvo dudando por media hora. Obviamente, visité ambas.

7.652 kílómetros recorridos.

Linares, Región del Maule, Chile, viernes 30 de mayo 2008

domingo, 25 de mayo de 2008

Desafío invernal

El próximo 21 de junio, en menos de un mes, el invierno se inicia oficialmente en el hemisferio sur. Eso quiere decir que apenas tengo 26 días para que esto que estoy tratando de hacer se vuelva una estupidez de manera oficial. Fuera de ello, sin embargo, dudo que sea necesario esperar la llegada de esa fecha para empezar a congelarme las pelotas, o al menos eso fue lo que pensé en repetidas ocasiones mientras me adentraba en la altura de los Andes para realizar el famoso paso entre Argentina y Chile por el paso de Los Libertadores.

Antes de eso, abandoné la acogedora ciudad de Mendoza y sus calles repletas de árboles en una mañana oscura, plagada de sentimientos encontrados y expectativas ansiosas. El primer día de viaje en solitario se me pintaba como una aventura completamente nueva, un empezar desde cero una novísima empresa como si nada de lo que hasta entonces había sucedido en este viaje tenía algo que ver con ello.

Pero no fue sino montarme a la bicicleta y empezar a pedalear para sentir de nuevo el trajín ya cotidiano de la aventura y volverme a empapar del viento, la carretera, el tráfico, los desniveles y los miles de circulitos que uno va trazando y trazando con las piernas. Lo que empezó a preocuparme en serio fue más bien la manera como la cordillera, silenciosa y oscurecida, me esperaba desde un costado del camino. Yo sabía lo que ella pensaba: "A ver... venfffffffffffff!", y no podía más que agachar cabeza y tratar de convencerme a mí y a mi bicicleta que la lluvia es solamente lluvia y nada más.

Resulta, pues, que cuado uno ha dado un paso demasiado grande (o más bien, una enorme cantidad de pasos pequeños, que sería más apropiado para este caso) ya no es posible volver para atrás. No podía dar vuelta y regresar (por más que las montañas sólo me prometían truenos y lluvia) por la sencilla razón de que no tenía a dónde hacerlo... Volver a casa en busca de refugio no es una opción cuando "casa" está a más de 7.000 kilómetros de distancia. Y si no se puede ir para atrás, entonces la respuesta a toda duda es obvia: Hay que echar pa'lante.

Con mi característica buena suerte, el mal tiempo se fue alejando conforme yo iba ascendiendo por sucesivas laderas. De hecho, para media mañana ya el cielo estaba límpido y brillante, y el paisaje empezó a mostrarse benevolente ante mis ojos y mi cámara. Avancé mucho esa mañana, sin siquiera detenerme a almorzar más que algo de mis provisiones a un costado de la carretera. Para cuando ya apenas me faltaban algo así como 40 kilómetros (según mis precarios cálculos), aún disponía de unas 4 o 5 horas de luz y no parecía que problema alguno se presentaría en esa jornada.

Pero se presentó.

Lo hizo en forma de viento: un despiadado, agobiante, poderoso y frío viento que a momentos me impedía avanzar sobre la bicicleta. En no pocas ocasiones tuve que detenerme a esperar alguna tregua o sencillamente renegar al cielo por su inclemencia y fiereza. Así fui avanzando cabizbajo, cada vez más preocupado por el paso acelerado del tiempo pero lento de los kilómetros.

Al final de ese día, luego de haber pasado casi 9 horas sobre mi bicicleta y haber recorrido 120 kilómetros (la mayor parte de subida), logré arrastrarme hasta un camping de la ciudad de Uspallata e instalar mi hogar móvil en el interior de una alameda. Mi recompensa, al menos, fue un nutrido colchón de hojas secas y una noche no tan fría.

Al despertar, el día prometía portarse bien. El paisaje espectacular de la cordillera me inyectó tantos ánimos que empecé a pedalear sonriente y convencido de que al día siguiente estaría en Chile.

El problema era que todo el mundo me advertía sobre un hecho que podía ser fatal: el paso no se abriría. Clausurado por la nieve y los deslizamientos de tierra, el camino podría permanecer cerrado por varios días, y mi aproximación a las alturas sería una pérdida de tiempo, por no decir una locura. Las numerosas playas de estacionamiento repletas de camiones a la espera de noticias confirmaban los malos augurios que me tenían asustado desde antes, incluso, de llegar a Mendoza. Ahora pienso que lo que me llevó a seguir pedaleando a pesar de las advertencias fue sencillamente el hecho de que aparte de ello no tenía nada más que hacer... ¿Esperar en Uspallata? ¡Bah! Quien no se aventura no cruza la mar...

Fui subiendo emocionado y boquiabierto por la magnitud prepotente del paisaje (algo hay de "metafísico", por así decirlo, en la contemplación de las montañas), para lo cual contribuía la casi absoluta ausencia de tráfico. La carretera desolada era completamente mía, y en ello encontré gran alegría por al menos unas cuantas horas.

En cierto momento de la mañana, cuando el viento ya empezaba a mostrarse fastidioso como el día anterior, me sorprendió una larga caravana de vehículos de placa chilena que empezaron a rebasarme apresurados. Las molestias que eso suponía para mí pasaron desapercibidas ante la certeza que tal desfile me traía: ¡El paso había sido abierto! A pesar de que sabía muy bien que ese día no me sería suficiente para llegar hasta la cumbre, los siguiente kilómetros los hice a un ritmo febril y nervioso.

Poco después vino lo que tenía que venir. La hilera de vehículos particulares se vio reemplazada por decenas y decenas de enormes camiones de carga que pasaban rozándome las alforjas y empujándome fuera de la calzada con su torrentazo de aire y su alboroto. En segundos me sentí en medio de una situación de verdadero peligro, al punto de experimentar cierto temor. Una vez más, sin embargo, lo único que podía hacer era concentrarme en la ruta y seguir avanzando.

Conforme iba ascendiendo y los macizos nevados se veían más y más cerca, la caravana de camiones se volvió un tanto más tolerable, quizá sencillamente a causa de la costumbre, capaz de atemperar cualquier situación, por intensa que sea. Volví a repetir un almuerzo ligero y rápido, como el del día anterior, y me apresuré por alcanzar mi destino de ese día, la pequeña población de Puente del Inca.

Quien no pareció muy de acuerdo con ello fue mi declarado archirival: el viento. Y esta vez vino más helado y severo, como si su empeño en detenerme creciese a medida que yo me acercaba a cumplir mi meta. La nieve empezó a decorar los costados de la carretera y yo, agobiado y tiritando, aceleré el paso por miedo a que también empezase a decorarme a mí.

Esa noche la pasé en un pequeño hostel de Puente del Inca. El frío era tal que del famoso puente apenas pude tomar una foto antes de irme corriendo a buscar refugio.

Los lugareños me informaron que apenas me faltaban 17 kilómetros para alcanzar la frontera con Chile. En términos de distancia, eso me sonaba a pan comido, pero en ese trecho relativamente corto tenía que ascender 1.100 metros más de desnivel y, como comprobaría desde temprano al día siguiente, enfrentar una tenaz ventisca de nieve y hielo para la cual no tenía ni la ropa adecuada ni la experiencia necesaria. No diré que la circunstancia estuvo a punto de vencerme, pero debo decir que, sin los 7.000 kilómetros de entrenamiento físico y mental que venía cargando, dudo que hubiese logrado alcanzar la cumbre.

Esos 17 kilómetros han sido lo más difícil que he hecho en bicicleta.

Arriba me encontré con mi peor miedo: el paso a Chile estaba cerrado. La noticia no fue sino una confirmación, pues ya bien lo sabía yo por la ausencia de tráfico durante mi recorrido de ese último tramo. Nada podía hacer en el lado argentino sino esperar que los chilenos terminen de aclarar su parte de la ruta y el tráfico se reanudase. Los carros y camiones empezaron a acumularse en el puesto de control. Mientras trataba de secar algo de mis ropas en un pequeño calefón de la estación de la Dirección Nacional de Vialidad, empecé ya a pensar en lo que debería hacer para encontrar refugio para la noche o para retornar hacia las tierras bajas en busca de calor.

Olvidaba mi buena estrella.

A eso de las dos de la tarde, los chilenos dieron la esperada noticia y los vehículos empezaron a moverse. Un transporte vino del otro lado a recogerme (está prohibido atravesar los casi 5 kilómetros de túnel en bicicleta) y, en un abrir y cerrar de ojos, un espléndido día me recibió en la República de Chile. Casi sin darme cuenta, había logrado el paso de la cordillera.

Los trámites migratorios fueron rápidos y sencillos. De ahí en adelante no fue sino descender por los famosos "caracoles" de la ruta (ahora entiendo por qué dicen que mucho más difícil es hacer el paso de Chile a Argentina que en sentido inverso) y adentrarme por la húmeda y vistosa vertiente occidental de los Andes.

Bajé riendo, festejando, brincando en mis entrañas. Una apacible y gustosa tarde me abrió las puertas de este nuevo país.


Una vez de vuelta a los 800 metros de altitud (arriba alcancé los 3.820), concluido ya el fenomenal trayecto que me había tenido nervioso y asustado por semanas, dormí profundamente en la ciudad de Los Andes.

Un día después pedaleaba ya por el corazón de la inmensa y nublosa Santiago, pensando ya en el sur y los nuevos desafíos que, según me voy enterando ya, se vienen de mano de la lluvia, los puentes rotos, la humedad y la distancia.

Es la primera vez en este viaje que en realidad me siento artífice de una hazaña.

No perdamos la costumbre. Ahí van las escenitas:

Escena 1: Uno de los acogedores recintos que visitamos durante nuestra estadía en Mendoza. Salir de ese cuarto fue una de las cosas más difíciles que hemos enfrentado en todo el trayecto.

Escena 2: Las noches de camping se han vuelto silenciosas y contemplativas. Escribir el diario es ahora casi una diversión.

Escena 3: Poquito antes de empezar a cantar "Teeeengo mucho frío en el alma..."
Escena 4: Lo que el cerrito este no sabía es que un tipo ardiente como yo puede andar desnudo por la Antártida y aún así estar sudando.

Escena 5: Ya que fui siguiendo casi la misma ruta que siguió una de las columnas del ejército de San Martín en 1817, era casi obvio que debía detenerme a celebrar en el memorial de Chacabuco.

Escena 6: Are you talking to me?

7.314 kilómetros recorridos.

Santiago de Chile, domingo 25 de mayo 2008

lunes, 19 de mayo de 2008

Papito... ¡cumplí!


Mendoza, Argentina. Sábado 17 de mayo 2008. La tarde tiene un aroma amarillo, de hojas secas y acequias breves. Cuatro olorosos y desgreñados ciclistas van pedaleando hacia el interior de la Plaza de la Independencia, en el corazón de la ciudad. En medio del desacampado, sobre la grama que se extiende en torno a un monumento difuso, descorchan un champagne y lo baten para empaparse con el líquido. Se abrazan y ríen. Levantan sus manos al cielo, como agradeciendo o simplemente disfrutando. A su alrededor, la inquieta ciudad los ignora apaciblemente.

Casi no se puede entender cómo y cuándo lo planeado por tanto tiempo y soñado por tanto más haya sido cumplido finalmente. Aquí estamos, viviendo este triunfo, pero todo nos resulta todavía incomprensible. Se nos vino Mendoza encima y con ello se nos disuelve el sueño, se nos acaba la época, se nos cambia el mundo. Quizá sea necesario un poco de tiempo para que este viaje tome verdadero peso en nuestros corazones, para que nos demos veradera cuenta de todo lo que esto ha significado y sintamos la marca indeleble que nos hará pensar, en el diario trajín de nuestras vidas, en un antes y un después de Sudamérica a pedal.

¡Qué dulce y qué ambigua la sensación que vamos cargando al pasear por esta ciudad de árboles!

No hay mucho por decir de los dos últimos días que nos condujeron hasta este destino fijo en nuestros horizontes desde hace más de cuatro meses. La extensa llanura árida y casi vacía que conecta a San Juan con Mendoza nos permitió venir casi volando. En la mitad del camino, junto a un pequeño puesto policial que controla el tráfico de la frontera entre las dos provincias, una última familia -¡de las tantas y tantas que nos han abierto sus puertas en este tiempo!- nos permitió pasar la noche en un cuarto de su pequeño hogar.

La magna cordillera de los Andes, siempre presente a lo largo de nuestro periplo, nos dejó ver algo de su majestuosidad en los últimos kilómetros. A ella parecía no asombrarle lo que a nosotros nos hacía pedalear silenciosos y con un nudo en el pecho.

Los cuatro que llegamos:

Charlie Pérez. La alegre tumbadora y despilfarradora de dinero sin la cual el grupo se hubiese desarmado hace rato.

Copitas Coral. El tigre de los llanos que más se acercó al perfil completo del verdadero kamikaze latino.

Trinity Vallejo. La dama de hierro para quien rendirse no es una opción.

Guabas Landázuri. Siempre despeinado y sucio, este tipo nunca se baja de la camioneta.

El caudal de sentimientos difíciles de comprender no permite que este post se alargue mucho. Pero tampoco será el último. En Mendoza se acaba oficialmente nuestro proyecto, pero ya mañana continuamos nuevamente hacia las alturas de la desafiante cordillera para realizar el paso hacia Santiago de Chile y luego seguir pedaleando hacia el sur. Que ese último capricho sea un buen colofón para tan intenso viaje.

4 países visitados.
126 días de viaje.
83 jornadas de pedaleo.
6.896 kilómetros en bici.

Mendoza, Argentina, lunes 19 de mayo 2008

jueves, 15 de mayo de 2008

Mendoza a la vuelta de la esquina

Como verán, este pana de la fotito no lo logró, pero nosotros, más avezados y cornudos, ya estamos a medio paso de hacerlo. Nos separan 166 kilómetros de la ciudad de Mendoza, y, al parecer, por lo que vimos desde la cima de una pequeña cordillera que atravezamos antes de bajar al amplio valle donde se extiende la ciudad de San Juan, capital de la provincia homónima que hemos venido atravesando estos pasados días, no queda más que una larga y recta pavimentada que nos llevará a nuestro destino final. No queda sino apretar paso, mantener la calma, no prestar atención a los quejidos de piernas y traste (que ya no aguantan!) y dar la estocada definitiva.

Aquí los cuatro tigres que conquistaremos esta ciudad ya casi mítica en nuestras cabezas:

Los habíamos dejado en suspenso en La Rioja, cuando ya parecíamos agotados por lo agobiante de las rectas sin fin y el peso de los cuatro meses que hemos venido viajando. Ahí en esa ciudad recibimos acogida en la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional Argentina. Nos trataron de lo mejor, y hasta toleraron con paciencia que andemos por ahí quierendo "coger" todo lo que veíamos: que si puedo "coger agua" pa llenar las caramañolas, que "qué bus cojo" para ir al centro, que si será posible "coger no más" (con ese los matamos) el papel de la cocina, etc. Al principio nos ponían cara de asco y hasta resentimiento, pero luego como que ya "cacharon" (y esta palabrita nos tuvo en los mismos trances de confusión obscena durante los días en que atravesamos el Perú) que lo que queríamos decir era bastante inocente.

En la despedida hasta hicieron formar a toda una fila de cadetes para la famosa foto. Ojalá y alguno de ellos tenga la oportunidad de verla.

Ya salidos de esa ciudad, volvimos a nuestra habitual rutina de dormir mucho y pedalear demasiado. Hemos recorrido casi 500 kilómetros en apenas 5 días, y aunque podría pensarse que la ausencia de desniveles ha sido la causa principal de tal ritmo, debemos decir dos cosas a nuestro favor: no todo ha sido plano en estos días (hemos tenido variaciones hasta de 800 metros), y a menudo hemos coincidido en que más divertido (y por alguna razón, relajante) resulta pedalear entre cerros rugosos que en inmensas llanuras sin límite.

Quizá la verdadera causa de esta acelerada marcha ha sido lo remoto y agreste del entorno. Hasta la desolada Bolivia se queda a veces corta con los vacíos que presenta este inmenso país. Hubo días en los que pedaleamos por decenas y decenas de kilómetros sin ver más rastro humano que pequeños carteles puestos casi al azar por la carretera y uno que otro vehículo que pasaba junto a nosotros sin por ello siquiera aminorar su velocidad.

La primera noche después de La Rioja la pasamos en un cuarto vacío de la terminal de buses de Patquía. La llegada al pueblo nos había llenado de entusiasmo debido a que coincidimos con una muy promocionada (localmente, al menos) Feria de la Empanada. Pero resultó luego que había un costo para ingresar a dicha feria (costo que no quisimos pagar) y que ésta se iniciaba recién a las 10 de la noche. No pudimos aguantar el hambre hasta esa hora y, mientras el pueblo oía música folclórica en vivo y degustaba de sus empanaditas, nosotros roncábamos sobre un piso de baldosa muy cerca del cual transitaban los pasajeros de todos los buses nocturnos que atravesaban el lugar.

De Patquía nos internamos directamente hacia el oeste por una recta de casi 40 km de largo. Ahí entre los algarrobos espinosos almorzamos algo de nuestras provisiones y luego continuamos por un terreno algo más sinuoso hasta la frontera de las provincias de La Rioja y San Juan. Nuestra idea era acercarnos al Parque Nacional Ischigualasto para atravesar por caminos de tercer orden el Valle de la Luna (recinto proclamado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO) y salir a la población de Jáchal. Nada de eso pudo hacerse, pues, ya llegados al desvío que nos llevaba al parque, nos enteramos de que no había tales caminos de tercer orden y que no nos quedaba otra que tomar una pavimentada alternativa para volver a conectarnos con la vía principal que conduce a la ciudad de San Juan.

Esa noche, en el pueblo vacío de Los Baldecitos (que nos sorprendió por lo desolado y hasta nos tuvo recordando a Comala y sus fantasmas por una buena media hora), encontramos una comida deliciosa, acompañada de buen vino patero y café en abundancia, junto al cual plantamos carpas y pasamos una de las noches más frías del viaje.

Desde ahí fue cuestión de continuar al sur dos días más y finalmente torcer de nuevo al oeste para ser merecedores de nuestro último descanso. A pesar de que por momentos nos acercábamos bastante a la cordillera (o a alguna rama de las "precordilleras", como las llaman acá), el recorrido ha sido básicamente llano y sin mayores paisajes vistosos (aunque de vez en vez asoma por ahí algún cerro o alguna formación peculiar). Eso ha tenido nuestras cámaras más bien en reposo, porque de tomarnos mutuamente las carotas ya estamos hartos desde hace rato...

Después de Los Baldecitos dormimos en el pueblo de Astica, que fue donde sucumbimos por primera vez en Argentina a pagar un modesto hotel con cama y ducha caliente (a poco menos de tres dólares, la comodidad no se veía como crimen), frente a lo cual las carpas en medio de la plaza no se veían muy atractivas.

La última jornada antes de llegar a San Juan la terminamos en el poblado de Bermejo, enclave de un curioso culto del cual nos servimos para pasar la noche al resguardo del viento. Resulta que hace unas cuantas décadas, movida por consejo de unos viajeros europeos que pasaban casualmente por la localidad, una lugareña se encomendó a San Expedito (mártir romano del siglo III que murió en Armenia, al parecer en defensa de la fe cristiana) para que él interceda por ella ante su marido (borracho violento que la golpeaba muy a su sabor cada vez que se pasaba de copas) y lo hiciese cambiar. San Expedito hizo el milagro de transformar al pobre hombre y desde entonces, agradecida por el favor concedido, la mujer se dedicó a propagar el culto a ese peculiar santo por toda la región. Hoy en día, luego de incontables milagros realizados y muchos corazones conmovidos, el modesto santuario de San Expedito convoca a miles de devotos cada año y prácticamente mantiene con vida a toda la población de Bermejo.

Lástima que de ello solo hayamos sacado esta foto tan mala, en la que San Expedito brilla por su ausencia:

Y no fue ese el único santuario religioso que atravesamos en la ruta. Apenas 40 kilómetros más allá de Bermejo se levanta todo un complejo turístico-religioso dedicado a la Difunta Correa (ya mentada en el blog anterior). El lugar no estaba muy activo a nuestro paso, pero a juzgar por el tamaño de las instalaciones y el espacio destinado a campings, asados y parqueo, parece que esta mártir también es causa de multitudinarias marchas y peregrinaciones al menos una vez cada verano.

En fin, poco después de Difunta Correa, poco antes de que largas alamedas y extensísimos viñedos nos den la bienvenida a las llanuras vitivinícolas más importantes de la Argentina, una pequeña formación de colinas nos permitió ascender hasta un punto estratégico desde donde pudimos observar los enormes macisos de la cordillera central de los Andes y dos picos blancos que se destacaban sobre el horizonte entre las brumas de unas nubes apenas visibles que en vano trataban de ocultarlos. Decidimos, pues, en base a nuestros mapas y previas investigaciones, que el coloso más grande (el que se levantaba más al sur) era nada más y nada menos que el Aconcagua.

Así, el 14 de mayo de 2008 (japi, japi berday, B.!), por primera vez en nuestras vidas teníamos ante nuestros ojos (aunque lejano y brumoso) al monte más elevado de las Américas. Y mientras unos veían en él una suerte de premio, de placa consagratoria a sus esfuerzos y broche de oro para un viaje formidable que mucho había movido en cada una de sus conciencias, otro veía levantarse ante sí el símbolo de un nuevo reto, el imponente inicio de una nueva aventura que debía llevarlo más allá de los confines dominados por ese gigante blanco y adentrarse en los misterios de un nuevo país y centenares de nuevos kilómetros.

Queda muy poco para alcanzar Mendoza y, tras un breve festejo de transición, iniciar el tremendo ascenso al paso de los Andes que conduce a Chile y un nuevo encuentro con el Pacífico.

Ahora sí, las escenitas:

Escena 1: No contentos con tener la misma bici, el mismo casco y la misma ropa, los gemelos maravilla comparten su ignorancia con respecto a la ruta a seguir.
Escena 2: Lugareños sanjuaninos entablan alegre conversación y bochinche en honor a los recién llegados viajeros de a pedal.

Escena 3: Andre aprovecha la pausa pa engullir algún snack. Carlita busca qué comprar. David piensa: "Cuántos vinos saldrán de todas estas uvas?"

Escena 4: Largas sombras del atardecer decoran la frontera entre La Rioja y San Juan.

Escena 5: Los cafecitos con medias lunas se van volviendo más y más comunes en cada descanso. No por eso se nos quita el sueño...

Escena 6: Cuando alguien así te pasa en la carretera, uno empieza a entender por qué tanto pinchazo.

6.720 km recorridos

San Juan, Argentina, jueves 15 de mayo de 2008