domingo, 24 de febrero de 2008

El país de la fantasía

Ahora sí que nos metimos en la mismísima dimensión desconocida. Las barreras entre la realidad y la fantasía se han vuelto difusas en estos últimos 5 días. Pensábamos que el Perú era grande y agreste, pero nunca imaginamos las extrañas imágenes que puede producir la combinación del "progreso" a la sudamericana y los hermosos paisajes andinos.

Poco después de salir de Huánuco nos dimos de geta con la primera sorpresa de esta intensa etapa: un bloqueo nacional organizado por los campesinos, especialmente por los agricultores dedicados a la papa. Resulta que la situación es crítica. Mientras un quintal de abono llega a costar entre 120 y 150 soles (unos 45 dólares), el kilo de papa se vende apenas a 30 céntimos de sol (algo así como 10 centavos de dólar!!). Barato, no?

Ante esta insostenible realidad, los agricultores optaron por lo mismo por lo que solemos optar en el Ecuador en estos casos: hacernos los cojudos y organizar un paro. Pero así como el Perú es inmenso comparado con nuestro país, los bloqueos también lo son comparados con nuestras huelgas. Más de 45 kilómetros de rocas y vegetación arrojados en la carretera bloqueaban el paso de miles de camiones y buses que bien subían del Oriente a la Sierra para luego llegar a Lima o viceversa.

Y bueno. Nosotros hicimos lo que cualquiera hubiese hecho: PLEGAMOS AL PARO.

Para atravesar el bloqueo tuvimos que realizar varias negociaciones con campesinos enardecidos que no paraban de arrojar inmensas rocas desde las peñas circundantes al tiempo que gritaban: "Pasa rápido, gringo mudo!"... "Déjanos a la gringa!"... "Cuatro huevones para una gringa!"... etc.

Eso de fungir como gremio ciclístico en pie de lucha nos retrasó un tanto, pero eso no nos detuvo y logramos cumplir la etapa hasta la pequeña ciudad de Huariaca, en donde fuimos recibidos gentilemente por el profesor John Jaime, presidente de la Junta Parroquial. En la siguiente gráfica se puede apreciar los rostros de satisfacción ante el suculento caldo de pollo que nos alimentó aquel día.

Las vicisitudes del bloqueo y las intensas negociaciones con los sublevados parece que terminaron por agotar el respetable temple deportivo de Miss Deportes (la Andre), por lo que, al siguiente día, alegando "stress deportivo" y "tensión muscular" (lindo eufemismo técnico para no más decir "ya no doy", de la misma calaña que "shock térmico"), la aludida no tuvo empacho en subirse a una camioneta y evitar la terrible etapa del ascenso a Cerro de Pasco, a más de 4.300 msnm.

Ah, Joselito "el comedido" Loza tampoco tuvo empacho en demostrar su caballerosidad y trepar raudo a la camioneta al son de "no vale que se vaya sola"... En fin: ese día, solamente tres jaguares continuamos las aventuras hacia la temible capital del departamento de Pasco, "tierra de machos, no de muchos", según rezaba un cartel a la mismísima entrada de la ciudad.

La subida, además de interminable (ese día ascendimos casi 1.500 metros) y desoxigenada, estuvo salpicada de intermitentes y heladas lluvias parameras, lo suficientes como para destemplar el firme temple de Turrón, Nene y Gordo (adivinen los personajes), los tres tigres que ascendían congelados hacia el páramo.

Para empeorar las ya difíciles condiciones, a la entrada de Cerro nos asaltó un fuerte aguacero asesino e hipotérmico que casi casi nos hizo atravesar los umbrales del más allá. Dejándose de chistes: ACHACHAY. Aún tenemos pedacitos del alma que siguen congelados.

Una vez más, nuestros salvadores bomberos nos resucitaron. El benemérito y cosmopolita cuerpo de bomberos de Cerro de Pasco nos abrió sus puertas para que pasemos una fría noche bajo su amparo.

Mientras tanto, la ex Miss Deportes y el avispado Loza nos esperaban en Colquijirca, a pocos kilómetros de Cerro. El plan era despertarse temprano y darles encuentro en ese pueblo para luego continuar hacia el sur todos juntos. Nadie nos avisó que el día habría de comenzar en una intensa nevada que nos tuvo prisioneros en Cerro hasta más del medio día.

Hasta los sueños estuvieron dementes en esa rara ciudad de locos. A la tremenda altura en que se halla, Cerro de Pasco mantiene viva una historia que se remonta a la época del auge minero americano. Desparramada alrededor de un inmenso tajo minero de casi 2 kilómetros de diámetro y unos 700 metros de profundidad del cual se extraen toneladas de minerales desde mucho antes de que el Perú exista como tal, Cerro de Pasco es el corazón minero del país y muy posiblemente el motor de la economía peruana.

Pero como el "progreso" cuesta, el crecimiento de la mina está comiéndose poco a poco la ciudad. Poco queda del antiguo centro histórico y las opulentas residencias coloniales de esta "villa real de minas". La plaza de armas ha tenido que moverse en varias ocasiones y las explosiones producto de la explotación son pan de todos los días para los cerreños. Esta ciudad sin ancianos -pues nadie puede vivir mucho a esta altitud y con este clima- es también un foco de contaminación de todos los ríos que nacen en esta zona de los Andes.

Sin decir más, esta ciudad es la que más nos ha impresionado de todas las que hemos conocido en nuestro trayecto.

Salir de Cerro fue tan problemático como entrar. La nevada dejó un charco brumoso por el que tuvimos que ciclear al menos por unos 10 kilómetros. Lodo, agua en todas sus presentaciones, nieve y bruma nos acompañaron a través de un páramo que más nos hacía pensar en las estepas siberianas que en los Andes peruanos.

Tampoco es para que se preocupen. Pese a la hostilidad del clima, en Cerro también hay lugar para el amor:

Naturaleza viva 3: "Fire on Ice. Acaramelados camélidos sudamericanos yacen en escena erótica al calor de la lid sobre fondo melacólico de blanca pureza".

Ese día avanzamos poco a causa de la nieve mañanera y la lluvia vespertina. Terminamos por dormir en la comisaría de un pueblo a la vera de la carretera: Carhuamayo, en donde la famosa maca (nutritivo tubérculo andino muy popular por estos lares), brota generosa de la pampa.

Los fríos páramos dieron paso a la inmensa y muy agradable "Meseta de Bombón" (ya se imaginarán la alharaca que cierto personaje hizo en relación a tal nombre), por la que estuvimos pedaleando los siguientes dos días, de nuevo reunidos con todo el grupo. Esta meseta, además de albergar a la última población de las aves acuáticas conocidas como los zambullidores de Junín (apenas quedan unos 250 de ellos) en un humedal de importancia, fue el escenario de la famosa batalla que Bolívar y su combo dirigieron en contra del último ejército realista que dominaba la sierra peruana.

Entre los vestigios que encontramos de tan feroz batalla fue una masa informe de cuerpos carcomidos al son de la derrota: "los perdedores de Junín".

Por otro lado, y en glorioso contraste, a pocos metros se alineaban, valerosas y ufanas, las bizarras huestes de los vencedores, con obelisco y todo.

No había mucho tiempo para detenerse en contemplaciones. Ese día debíamos avanzar hasta otro pueblo salido de un cuento de horror: La Oroya. Fundada y apilada en los empinados y inhertes cañones que el río Mantaro forma poco después de su nacimiento, esta ciudad se cuelga y descuelga en torno a una inmensa fábrica en donde se procesan y funden todos los minerales que se extraen del sector de Cerro.

Difícil entender cómo es que alguien puede vivir con este entorno, pero ya sabemos que por la plata baila el mono y parece que esto de la minería sí rinde, lo cual explicaría la existencia de una ciudad como Cerro.


Antes de llegar a La Oroya "el adelantado" hizo otra de las suyas. Mientras el grupo paraba para calentarse los huesos luego de una fría lluvia, Joselito despistó a sus amigos y aprovechó para rebasarlos sigilosamente oculto detrás de un camión, sin parar hasta llegar al destino de ese día. Resulta, sin embargo, que él no se había percatado de tal incidente, y juraba que el resto estaba ya esperando en La Oroya. Cuando llegó a la ciudad, cansado, solo y torturado por el frío, no pudo sino alojarse en un hotel, mientras sus desesperados amigos lo seguían esperando comiendo papa horneada y tomando agua de manzanilla.

El asunto no llegó a mayores, pero esa noche Jose tuvo que dormir separado del resto, castigado con ducha caliente y televisión por cable.

Agotados por la lluvia y con 100 kilómetros a cuestas, el grupo debía realizar una larga jornada más para llegar a Huancayo, donde finalmente podrían tomar un par de días de descanso. Entonces fue cuando la Andre, esta vez alegando motivos de interés profesional, decidió permanecer en La Oroya para inspeccionar la actividad manufacturera de la compañía fundidora que da vida al pueblo.

Poco es lo que hemos sabido de ella desde entonces, pero en su última llamada dijo encontrarse en La Merced, un pueblo oriental del departamento de Junín. Seguramente hay otra fábrica por allá...

El resto seguimos hacia Huancayo, en uno de los más pintorescos tramos de esta etapa. Ayudados por el suave declive de la carretera, logramos establecer un nuevo récord: 122,4 kilómetros en un día. Ojo que es Sierra, y no hemos bajado de los 3.000 msnm.

En el trayecto tuvimos la dicha de probar uno de los más famosos y suculentos platos de la comida tradicional peruana: la pachamanca.

En las entrañas de la tierra, con piedras incandescentes, se cuecen sabrosas carnes de borrego, res y chancho. A esto se le añade papa asada con cáscara, camote, habas en vaina, humitas y el infaltable ají, todo esto cocinado en la misma tierra, y se tiene un abundante y delicioso plato. Hay que decir que es lo mejor que hemos probado de comida típica de la Sierra.

Al final de la pachamanca, las gentiles señoras nos propocionaron un digestivo a base de anís, trato ante el que casito nos quedamos de largo...

Como se va haciendo costumbre, Jose optó por jugar sus cartas en solitario. En un momento dado, tratando de evadir la lluvia, el grupo estuvo separado por varios kilómetros. De hecho, todo el asunto de la pachamanca lo disfrutaron solamente Juan Fer y Mario, mientras Andrés comía trucha enriquecida con plomo un poco más arriba y José degustaba pollo a la brasa, nadie sabe dónde.

Los tres primeros se juntaron poco después, pero Joselito, usando nuevamente el viejo truco del camuflaje con camión, rebasó sin darse cuenta a los demás y misteriosamente fue el primero en llegar a Huancayo, mientras los demás juraban que seguía escampando muchos kilómetros atrás.

Y bueno... No les alargamos el cuento, pues una fiesta llena de huancaínas nos espera. Al parecer, la gente es muy amistosa en esta ciudad.

A continuación, escenas de la vida social:

Escena 1: Muy contentos estuvieron en el recinto de la Compañía de Bomberos Huancayo 30 el grupo de Sudamérica a pedal (de izquierda a derecha: "Gordo", "Turrón" y "Nene") junto con el capitán Wilber Pasquel y sra.

Escena 2: Horas previas a la celebración del onomástico de la srta. Claudia, quien cumple 18 primaveras en el reconocido local licorero de doña Pilar.

Escena 3: Un emotivo encuentro familiar. Guabas "Turrón" Landázuri se encuentra con su gemelo perdido en una transitada esquina huancaína. Junto con ellos, Juan Fer.

Ah, cierto, ya llegaron el Coral y la Carla. Los muy truchas se vinieron pedaleando también desde La Oroya, pero con un día de desface. No hay fotos de Carlita por el momento.

2.446 km recorridos.

Huancayo, 24 de febrero de 2008

lunes, 18 de febrero de 2008

Good after love o "el arte de la bajada"

De Huaraz hacia lo profundo de la Sierra del Perú, los cinco aguerridos, audaces, valientes, emprendedores, carismáticos, entusiastas, alegres, optimistas, bailadores y muy pero muy habladores aventureros que conformamos hoy por hoy Sudamérica a pedal hemos recibido finalmente el bautizo de hielo de los altos páramos de los Andes.

Poco después de abandonar la capital del departamento de Ancash, mientras ascendíamos lenta y reflexivamente hacia las alturas donde nace el Callejón de Huaylas, fuimos ya sintiendo cómo el frío y la altitud empezaban a empañar nuestros fervorosos ánimos bajo un velo de escepticismo y preocupación. Nuestros joviales rostros tornáronse en amargas muecas de dolor y angusita.

Si no lo creen, mírenlo:

Bueeeeeno... La verdad es que el Marito Esteban, también conocido como "el retobado de Huaylas", no estuvo muy contento con la comida china que cenamos en Huaraz, por lo que decidió expresar su descontento por el traste, o sea, con varios días de flojera, caras largas, frecuentes visitas al baño, sueños rotos y ciertos aromas con sabor a resignación. El Jose se unió a la protesta, pero el asunto no llegó a mayores y en un par de días ya ambos pedaleaban tranquilos y sin dejar estela aromática alguna.

En la ruta atravesamos varias comunidades campesinas, con cuya gente tuvimos la oportunidad de hablar en varias ocasiones. Política, dinero, migración, trabajo: los temas que aquejan al Perú son los mismos que nos aquejan a los ecuatorianos, y es sorprendente lo parecidos que somos a ambos lados de la frontera. Claro que también hemos detectado algunas diferencias. Tranquilas muchachas: a los peruanos no solamente les goleamos en el fútbol, también les damos de largo en curvas, y no precisamente de la carretera. Hasta ahora pocas son las que nos han hecho torcer el cuello, y andamos ya extrañando la tortícolis con la que vivimos en Quito, y la rehabilitación cervical que tuvimos que automedicarnos luego de pasar por Machala.

De todas formas, la región a la que estábamos por ingresar no tenía casi ninguna presencia humana. Solamente los dioses de los pajonales, los vientos y los hielos nos acopañaron durante nuestro ascenso a Yanashallash, un paso en lo alto de la Cordillera Blanca, entre el famoso nevado Pastoruri y otros no tan famosos como los que no les mencionamos porque no tenemos idea de los nombres.

Poco antes de aventurarnos en ese temible paso de la altura, tuvimos un agradable encuentro con José, un guardián del puesto de control de Carpa, a la entrada del Parque Nacional Huascarán. Él nos cedió un pequeño cuarto de la estación para que pasemos la noche antes del "día de la bestia", pero de la bestia de subida. También compartió con nosotros algo de su comida y su cultura. Comimos pan con jamón, café y té calientes (una bendición en ese frío), y hasta jugamos la versión peruana del 21.

La cosa se fue poniendo más candente cuando nuestro anfitrión empezó a mezclar hierbas de páramo con un buen guaspete de algo así como 60 grados. Añádanle a eso algo de azúcar y un set de apuestas bastante ambicioso con pepas de fréjol y ya podrán imaginarse la que estuvo a punto de armarse. Sin embargo, el Jose (no el José, sino el Jose Loza), demostró su adicción y talento por los juegos de azar y en poco tiempo se proclamó campeón invicto, dejando en la quiebra a todos los demás jugadores y arruinando prematuramente la fiesta que parecía armarse.

Todo esto sucedía a los 4.130 metros de altura, al 5 día de ascenso desde que habíamos dejado la carretera panamericana en la costa.

La verdadera razón por la que nuestra noche no se alargó demasiado fue que todos sabíamos bien a lo que teníamos que enfrentarnos el siguiente día: atravesar el helado páramo del Pastoruri hasta alcanzar los 4.825 metros sobre el nivel del mar, congelarnos hasta el alma bajo una tenue ventisca de nieve, acabar con nuestras provisiones de alimentos, pedir perdón hasta a las piedras del camino y luego descender maltrechos, por una carretera serpenteante, hasta el campamento minero de Huanzalá y la ciudad de Huallanca ("espina" en quechua, según nos han dicho).

En pleno páramo, el Juan Fer encontró una peculiar planta (la "puya") que llamó su atención y ante la cual no pudo resistir el deseo de ir corriendo a sujetarla. No sabemos por qué...

Desde Carpa a Yanashallash recorrimos 36 kilómetros en un camino de lastre bastante húmedo, pedregoso y sinuoso. Quizá solo la impactante belleza del paisaje glaciar nos permitió distraernos lo suficiente para no tomar en cuenta muy seriamente la tremenda dificultad del reto y así poder superarlo. Para todos resultó en extremo difícil atravesar la cordillera y para todos fue un récord. Seguro que ese día quedará por siempre grabado en nuestros corazones... y en algunas otras partes de nuestro cuerpo.


Finalmente lo logramos y llegamos a dormir en el pueblo de Huallanca, donde nos recibieron en la Comisaría de la Policía Nacional del Perú. Recobramos fuerzas con una buena merienda y una necesaria ducha.

Decimos "necesaria" porque saliendo de Huallanca nos enteramos que el resto del camino era de lodo, y al poco rato nos enmugrecimos como en nuestros mejores días de jardín: tierra, moco y barro a cucharadas.

Ya pueden apreciar las caras de alegría con las que íbamos bajando por un nuevo cañón. Pero no solo el barro nos tenía malgenios, también los contínuos saludos que la gente nos profería por doquier. "Hey, gringo, dame plata!".... "Gringo mudo, good after love"... "Velo al gringo, di dunde vienes?" "Puro bicicleta?... A su maaadre!" Parece que no hay quien nos quite la facha de gringos. Otra prueba más del rotundo fracaso del Proyecto Morsa.

En algún momento del camino se nos ocurrió que hacer "tandem" nos daría más potencia para resistir los golpes de la bajada. Sin embargo, la idea no prosperó (como se puede apreciar en la gráfica adjunta) debido a la protesta generalizada y las miradas atónitas de los lugareños ante los grotescos bailes que el extraño grupo de "gringos" trataba de realizar.

A continuación, naturaleza viva: "Gringo mudo con nativo y pintoresco paisaje bucólico del departamento de Huánuco". Premio al primer comment que adivine quién es el gringo, quién es el nativo y quién es lobo disfrazado de oveja.

Esa noche no nos tocó más que dormir en el pequeño caserío de Acobamba. Andábamos de gala (con las bolas de corbata), ya que un policía limeño que encontramos en la ruta nos había advertido con severas sentencias acerca de lo peligroso del camino hacia Chavinillo, que era nuestro destino oficial de aquel día, y a donde debíamos ascender siguiendo el cañón del río Maráñón. Sí señores: el mismo que moja y corre, y que (mucho más al norte) en el imaginario del Ecuador forma parte de un pintoresco y ahora absurdo lema: "Tumbes, Marañón o la guerra!". Quién creyera que andamos cumpliendo el sueño de nuestros abuelos sin necesidad de dar bala a nadie.

No sabemos a qué viene la siguiente foto, pero está linda con sus flores en la cabeza y resulta extraña junto a ese loro del trópico.

No, mentira. Naturaleza viva 2: "Campesina tradicional con alegoría de sueño tropical y perico". Común escena pastoril de la vida en la región de los cerros de Huánuco. (Atención al exquisito detalle del sombrero).

Con este tipo de cuadros a nuestro alrededor fuimos cumpliendo un nuevo ascenso, esta vez hasta "la Corona del Inca", un peñón de roca en la punta del cerro tras el cual debíamos realizar una demencial bajada a la capital del departamento.

Cerca de la punta, felices por estar a punto de cumplir otro día de nuestro viaje, no imaginábamos lo que se venía para llegar a la ciudad de Huánuco. Cerca de 60 kilómetros de pura bajada, pero de la peor calaña que hemos conocido: barro, piedrototas sueltas, precipicios de miedo, curvas cerradas, perros, perros y más perros infelices que se lanzaban a morder piernas y alforjas en cada esquina... etc. Casi sufrimos una baja cuando un avezado can empujó a Juan Fernando y le hizo atragantarse de fango.

No quedó mucho de nosotros luego de ese terrible abismo, pero logramos lo previsto. Ahora descansamos merecidamente en Huánuco, un alejado rincón de la sierra peruana, anclada entre la selva y los Andes, a 1.910 metros de altura.

Nos espera un nuevo ascenso en este interminable subi-baja de las montañas: dos días hacia Cerro de Pasco, a 4.330 msnm.

2.064 kilómetros recorridos.

Huánuco, lunes 18 de febrero de 2008.

viernes, 15 de febrero de 2008

Shock térmico

ADVERTENCIA PRELIMINAR: Debido a un colapso en la línea de Internet de la ciudad de Huaraz, nos vimos en la penosa obligación de pasar por alto la noble tarea de actualizar nuestro farandulero blog. Tenemos que hacerlo ahora en un pequeño pueblo de la Sierra, luego de haber atravesado con las (in)justas la tremenda Cordillera Blanca. Pero bueno, esa es otra historia y la sabrán luego. Por lo pronto, que quede claro que el cansancio y el frío anuncian severas estupideces en este post que se viene.

Estos somos los cinco aventureros que por fin, libres de la maldición mochica, hemos emprendido el ascenso a la cordillera.

La travesía comenzó con entusiasmo y alegría, luego de una larga y ceremoniosa despedida de nuestro querido amigo Luchín y su familia. De hecho, nos acompañaron pedaleando hasta las afueras de Trujillo, aunque a Aracely casi le sucede lo que a algunos de nosotros nos sucedió poco después.

Del primer día no hay mucho que decir. Salimos tarde (muy tarde: 12h00 pm) y tuvimos que apretar el paso para poder completar la etapa planificada para ese día. Dormimos en la cancha de fútbol de la estación de la Policía de Carreteras de un pueblo de nombre muy sugerente: CHAO. Y con ello, chao a la Costa. Al día siguiente abandonamos la panamericana y nos adentramos (desnudos y morseando como siempre) por un desolado camino que nos llevaría al no menos desolado pueblo de Tanguche, desde el cual seguiríamos río arriba el cauce del río Santa.

Ya en el camino, mientras descansábamos bajo el intenso sol, el imponente paisaje nos hizo caer en cuenta de lo poca cosa que era nuestro querido amigo Jose, que venía al último. Y si no, compruébenlo ustedes mismo:

Esa revelación debió habernos hecho intuir lo que se venía en las siguientes horas, pero, debido a las severas exigencias del Proyecto Morsa, continuamos desafiando al aplastante calor con nuestros torsos desnudos. Algunos comenzamos a entender la complejidad de la situación a la que nos enfrentamos, pero parece ser que el Juan Fer se la tomó muy en serio y decicidió arbitrariamente pasar por alto el pueblo donde todo el grupo iba a almorzar. Típico en él...

La cosa es que, cuando todos disfrutábamos de un relajado y reparador almuerzo en compañía de una muy amable familia del pueblo de Tanguche, Juan Fernando continuaba pedaleando, calcinándose bajo un sol de 40 grados centígrados, 15 kilómetros más adelante. Para cuando se dio cuenta de su lamentable error, era ya demasiado tarde. Aunque trató de reparar su ganzada retornando al pueblo para alimentarse e hidratarse y luego continuar con el viaje, su cuerpo había sido ya invadido por los nefastos efectos del SHOCK TÉRMICO (según sus propias palabras).

El día continuó tenso debido a este peculiar incidente, y en un momento dado el grupo estuvo dividido por unos 20 kilómetros, ya que José Luis, en otra decisión arbitraria, habíase adelantado para (también según sus palabras) "no retrasarnos tanto". Mientras Mario avanzaba en búsqueda de Joselito "el adelantado", Guabas y Andrea regresaban terreno para buscar a Juan Fernando. Lo que encontraron fue un amago de cuerpo calcinado, apenas cubierto por la ínfima sombra de un tanque de agua. El afectado alegaba no saber ni qué horas eran, y apenas pudo reaccionar ante las protestas de sus compañeros.

Finalmente, cuando todo anunciaba una noche fatídica de hambre, poca agua, mucha suciedad y sueño a la interperie, apareció un milagro: el campamento de una micro-central hidroeléctrica del proyecto Chavimochic, que brinda energía y agua a una amplia zona del norte peruano. Los amables técnicos del campamento nos acogieron de una manera casi paternal, y hasta nos regalaron algo de comida para aliviar nuestro voraces estómagos.

Ya limpios y bien comidos, el siguiente día lo emprendimos bien temprano con el objetivo de esquivar a nuestro "pana de aventuras": el ASTRO REY. Seguimos junto al río Santa (al cual no abandonaríamos hasta 5 días después) hasta el pequeño poblado de Chuquicara, donde nos recibió un suculento desayuno al son de Segundo Rosero, también famoso por estas tierras peruanas.

Nadie pensó que poco después de pasar este poblado, luego de tomar un desvío para continuar por un lastrado muy duro y de piedra grande y suelta, el paisaje cambiaría drásticamente convirtiéndose en un impresionante cañón de enormes paredes de piedra, gigantes murallones y profundos abismos que atestiguaban nuestro sufrimiento y reafirmaban el sentimiento de insignificancia que íbamos cargando.

El día se volvió más interesante cuando el fantasma del shock térmico volvió a cobrar una víctima a sangre fría. Esta vez fue el Jose quien terminó chorreado a la vera del camino, mientras el resto le echaba agua en la cabeza, le hacía tests de conciencia y murmuraba insultos de grueso calibre en contra del desdichado. Ese nuevo atraso nos impidió cumplir la meta fijada y tuvimos que dormir en un pequeño caserío llamado Huarochirí: no más de 4 casas y unas cuantas tiendas muy informales que servían de parada para camioneros y viajeros del sector. Una señora gentilmente nos facilitó un cuchitril lleno de polvo y chatarra de todo tipo, en el que pudimos pernoctar a costa de nuestros pulmones. DE LO LAST...

Al siguiente día, continuamos el ascenso (íbamos ya por los 1.000 msnm) hacia las poblaciones de Yuramarca y Huallanca. Fue entonces que ya empezamos a sentir las prolongadas cuestas de la ceja andina. Pedaleamos con la boca abierta ante los espectaculares cañones y quebradas que asomaban por todas partes. Los picos de las murallas que circundaban el camino empezaban ya a tener un aspecto de alta serranía. O al menos eso pensábamos, pero qué equivocados estábamos!

No bien pasamos el pueblo de Huallanca, nos adentramos en el famoso y muy querido por los ciclistas Cañón del Pato. Luchín, nuestro mecenas de Trujillo, fue quien nos había recomendado con mucho fervor esta ruta, y no queda más que estarle agradecidos una vez más (aunque eso no quita que seas un guaso, Luchito).

Este cañón es básicamente una inmensa quebradura de las montañas por donde se descuelga el río Santa, que viene desde los páramos del sur de la Cordillera Blanca, atravesando todo el Callejón de Huaylas en dirección norte y luego descendiendo abruptamente hacia la Costa, para desembocar en el Océano Pacífico cerca de Chimbote. No sabemos a quién o cuándo se le ocurrió hacer una carretera en ese despeñadero, pues no creo que ni una cabra podría deambular por tan tremendo encañondado. Sin embargo, un no tan pequeño camino va ascendiendo anclado en la pared sur del cañón, atravesando la roca con más de 40 túneles y bordeando los desfiladeros como si no fueran abismos imposibles.


Toda esta zona, desde el Cañón del Pato hacia abajo, tiene una intensa actividad minera, especialmente de carbón. La mayoría de mineros del sector trabaja de manera artesanal y muy arriesgada. Al parecer no se gana mucho con ello, pero resulta uno de los pocos medios de subsistencia en esas abruptas y secas montañas.

Y bueno, también encontramos a ciertos mineros, oriundos del sector, que con sus potentes linternas frontales y protegidos por sus modernos cascos, andan explorando el sector en busca de fantásticas MINAS (y, che, qué querés...) Con algo de dificultad, ya que son muy escurridizos y ágiles, pudimos tomarles una foto:

Por fin fuera del Cañón del Pato, aún siguiendo el curso del río Santa, el paisaje cambió de nuevo drásticamente y de pronto parecía que andábamos pedaleando en el Azuay o el Cañar. Las viviendas y la vestimenta de la gente se nos hacía familiar. Hasta comimos cuy... Aunque la diferencia fue que con este cuy vino un endemoniado ají de efectos desproporcionadamente salvajes. Los osados que nos atrevimos a darle un tascón aún padecemos ciertos trastornos digestivos y mentales.

OJO: No se debe comer ají peruano sin supervisión médica.

En Caraz, un día antes de la llegada a la capital del departamento de Ancash (Huaraz), fuimos recibidos una vez más por el cuerpo de bomberos de la ciudad. Esta vez llevaron su gentileza un paso más allá y nos dieron contactos con todas las compañías existentes en las ciudades importantes que visitaremos en todo el Perú. Con eso seguramente aseguramos seguras noches de aquí en adelante. Seguro que sí.

Fíjense en esas caras llenas de descanso.

Ya desde aquí hemos empezado a ver los grandes nevados de la Cordillera Blanca, entre ellos, los Huandoy, el Huascarán (el monte más alto del Perú) y un montón de los que no sabemos los nombres. El clima no nos ha dejado verlos en todo su esplendor, pero tranquilos, que para el próximo capítulo les vamos a dar gusto con paisajes de páramo, nevados asombrosos, mucho frío y demás.

Por ahora los dejamos con una revelación que terminó con el Proyecto Morsa. Este guaso asomó en una vitrina de Huaraz y nos dejó muy en claro quién es el rey. No podemos más que rendirle tributo y dejarnos de huevadas. Jamás seremos como él.

En Huaraz, donde este post debió haber sido publicado, llegamos a una altura de 3.050 msnm, luego de haber seguido el curso del río Santa por 4 días y haber cumplido por primera vez un ascenso a la Sierra desde el nivel del mar.

1.777 km recorridos.

Huallanca (otra, no la del departamento de Ancash), 15 de febrero de 2008