jueves, 24 de abril de 2008

El cubano (otro milagro de la Revolución) o "Another one bites de dust"

Finalmente, luego de estirar las sábanas lo más que se pudo (y ojo que somos expertos en eso), Marito Esteban Salvador, la archifamosa "rata trepadora de los Andes", también merecedor de los motes de "el retobado de Huaylas" o "el eterno gamín", tuvo que abortar la misión y emprender su retorno a Quito al son de "chucha, yo veré lo que hago!"... y sin un centavo en el bolsillo.

La abominable ciudad de Villazón, en la mismísima frontera entre Bolivia y Argentina, fue el escenario no solo de tan penoso suceso, sino también de un vil siniestro que terminó por destruir la moral de nuestro ahora ausente amigo y a fin de cuentas lo decidió al retorno. Resulta que, acostumbrados a la buena estrella que nos había guiado en casi todo el camino, un breve descuido bastó para que choros mal nacidos hurtaran con sigilo y alevosía la cámara fotográfica del susodicho, robando, además del aparato en sí, numerosas fotografías de gran valor que hubiesen quedado de grato recuerdo de este viaje.

A nombre de quien ahora debe andar retornando a Quito en largas jornadas de bus, queremos hacer público nuestro sentido agradecimiento a todos aquellos que manifestaron su deseo de colaborar anímica, moral o económicamente con Mario para que pueda culminar satisfactoriamente el trayecto hasta Mendoza. Sin embargo, debemos decir que la difícil decisión fue largamente meditada y que, en acuerdo de todos los participantes, se ha obrado de la manera más positiva para todos.

Tampoco se crean que al tipo le iba tan mal. Si hasta aseguró querer detenerse un tiempito en el Cusco a fin de "hacer unas compritas" para su familia y novia (recuerden, claro, que el infeliz no tenía ni medio centavo y todo lo que llevaba eran deudas a sus amigos).

Los tigres que quedamos por acá seguiremos pedaleando sin descanso a nombre de Mario y de todos los que quisieran estar aquí avanzando lentamente en esta aventura. Y eso de "pedalear sin descanso" no solamente responde a un acto simbólico de agradecimiento y empeño por cumplir lo propuesto, sino también a una situación muy práctica que nos empieza a achacar a todos: se acaba el tiempo y el billuco!!!


En fin, nada queda sino continuar viajando lo más rápido posible, y eso es lo que hemos hecho. Ya andamos a más de 700 kilómetros de Potosí, lugar de nuestro último reporte. Desde esa ciudad avanzamos sin tregua a lo largo de cuatro jornadas matadoras (Vitichi - Cotagaita - Tupiza - Villazón) en las que volvimos a encontrarnos con nuestro viejo amigo el lastre y con él recordamos las más duras calamidades del Perú.

De todas formas, como siempre ha sucedido en este viaje, la magnitud de los paisajes y la novedad que nos causan los territorios que vamos atravezando nos mantuvieron lo suficientemente entretenidos para no dejarnos vencer por la dureza del camino. Y eso que a casi todos nos volvieron a asaltar dolencias varias y gripes furibundas que por poco nos matan. El mentado cubano hasta tuvo que ir dando tumbos en el balde de una camioneta hasta el hospital más cercano, donde lo inyectaron tal como le gusta y lo sacaron de la convalecencia.

El resto seguimos moqueando hasta ahora...


El paso de la frontera fue guasazo. Un chapa boliviano hasta trató de sacarnos coima alegando infracciones de tránsito de dudosa legitimidad. Por suerte somos sapos bien sabidos y no nos dejamos robar, pero todo el asunto, sumado al robo de la cámara del Mario y una que otra actitud muy "a la boliviana" nos dejaron un muy mal sabor de boca de ese lugar.

También fueron largos y tediosos los trámites para entrar a la Argentina, más por la cantidad de gente en la cola que por lentitud de las oficinas. Ya del otro lado del puente, hasta nos hicieron desmontar las bicis y sacaron un perro para que olfatee nuestros equipajes en busca de droga. Seguro eso se debió a la cara de mafioso chino del Kangá y al dudoso aspecto blanco del "hombre de sal".

Por suerte ese perro también parecía andar con gripe...

Y bueeeeno... Un atardecer de ensueño nos ofreció una despedida espléndida del territorio boliviano. Ahí les va la última fotito tomada en ese país.

Ya dentro de Argentina notamos de inmediato el cambio del carácter de la gente, la arquitectura de los pueblos, la calidad de los servicios... y el costo de la vida. En Bolivia almorzábamos hasta por 7 bolivianos (o sea, algo así como un dólar), y acá en Argentina es difícil encontrar un menú que cueste menos de 15 pesos (o sea, algo así como cinco dólares). La comida es mucho mejor y más completa (la carne es sabrosísima... en TODO sentido), pero la nueva economía ya nos está desfalcando (ahora sí ya va en serio) y andamos todo estresados por eso. A tanto llega el estrés que andamos echando fuerte biela para relajarnos... pero eso cueeeesta!!

(De paso, Pichu, te respondemos: el cambio es ilógico. Por un dólar te dan más de 7 bolivianos, PERO NI UNA SOLA BOLIVIANA, cuando uno estaría dispuesto a pagar hasta mucho más de un dólar por una de esitas, en lugar de recibir tanto guaso que no sirve para nada.)


Las etapas en la Argentina, hasta ahora, han sido tres: Abrapama - Huacalera - San Salvador de Jujuy. La primera aún pertenecía al espacio geográfico del altiplano, así que volvimos a pasar una noche fría (por suerte conseguimos ayuda en un coliseo para que nos presten un cuartito, aunque nos tocó esperar hasta la 1 de la mañana para que los guasos oriundos terminen con su campeonato de fútbol).

Luego de eso, entramos a la famosa y colorida Quebrada de Humahuaca, geológicamente interesante al punto de haber sido declarada Patrimonio Natural de la Humanida por la UNESCO (casi todas las fotitos que van más abajo con cerros de colores y formas raras pertenecen a esa quebrada inmensa que baja desde el altiplano).

Y en esas alcanzamos finalmente un hito importante que nos hizo sentir muy lejos de casa:

En Huacalera (lugar del descarne de los restos del Gral. Juan Galo Lavalle, eso como dato para los amantes de Sobre Héroes y Tumbas), nos recibió la policía local, luego de que la escuela y la iglesia estuvieron cerradas.

Acá, ya dos horas más tarde que en el Ecuador, amanece a eso de las 7H30 de la mañana y anochece a eso de las 8H00 de la noche, así que nuestros esquemas de pedaleo han cambiado un poco y ya casi solo pedaleamos de tarde. YEAH! (Igual nuestro promedio de distancia sigue subiendo y ya va por los 1.000 km diarios... y eso con viento en contra...).


En Jujuy nos recibió una familia de lo más particular y afectuosa, pero esa historia quedará para el siguiente post (en realidad, ahora estamos ya en Salta, unos 100 km más al sur, pero ya oíran de nosotros algo más cuando llegemos a Tucumán... PROMISE!)


Se vienen escenas de la vida cotidiana:

Escena 1: Concilio de Sudamérica a pedal en sesión plenaria para decidir el futuro del cubano. De derecha a izquierda: los célebres y brillantes mentalizadores del proyecto más un par de ilustres desconocidos.

Escena 2: El problema de las bicis chinas es que se estropean con demasiada frecuencia. En la gráfica se observa un par de aventureros lidiando con el equipo de mala calidad.

Escena 3: Encuentro de Sudamérica a pedal con el verdadero y único Kamikaze Latino. Martín Pueyrredón, un jóven y apasionado ciclista de 76 años, viaja solo por el norte argentino con el simple propósito de divertirse en sus vacaciones. Sus alforjas rebosan de buen ginebra.

Escena 4: Velocistas locales retan al equipo de Sudamérica a pedal a una feroz competencia ciclística en la puna jujeña. Por supuesto, ganan.

Escena 5: Poco después de decir: "Nunca más me compro nada. Ya no tengo dinero. Voy a hacer dieta para ahorrar", Charly adquiere una sencilla falda hippie al comodísimo precio de 50.000 dólares por fibra. Que quede claro que tratamos de detener a la consumista. Ella iba a comprar dos.

Escena 6: Por fin llegamos a la Argentina!

5.236 km recorridos.

San Salvador de Jujuy, Argentina, jueves 24 de abril de 2008

martes, 15 de abril de 2008

De cómo el grupo perdió un miembro, medio cerebro y la serie de eventos que se sucedieron

Hallándose finalmente los incautos en la villa imperial de Cerro Rico de Potosí, fueron inmediatamente condenados a trabajar en la mina según la antigua usanza. Reunieron, pues, los pocos reales que les quedaban y con ello aprovisionáronse de diversas vituallas imprescindibles para soportar la goyesca jornada que les esperaba en las profundas entrañas de la tierra: alcohol de 96 grados (para no perder la costumbre, aunque muchos catadores lo catalogaron "cuatro grados corto"), abundante hoja de coca (planta que los nativos de estas tierras rumean como bestias a fin de sobrellevar los agotadores trabajos), cigarrillos de tabaco con clavo y canela (ofrenda indispensable para "el tío", mítico guardián, amo y señor de las profundidades), varios botellones de refresco (para remojar el gaznate seco por la continua aspiración de partículas minerales y polvo), y mucho valor.

Engañados por las copiosas promesas de riqueza y prosperidad, mucha fue la bravura con la que los peones de esta historia empezaron a trabajar la dura roca cristalizada. Por entre lúgubres y húmedos callejones de interminable oscuridad, que descienden por estrechas galerías hacia la innominia y el olvido (destino común de los anónimos trabajadores que nacen y mueren en estas cavernas infernales), fueron soñando con las brillantes vetas de mineral que recorren como venas el famoso cerro, otrora el más grande tesoro de todo el imperio ibérico.

Ni siquiera las reiteradas y generosas visitas al "tío" (eso sí, evitando la presencia de sus mujeres, pues de lo contrario la Pachamama se enfurecería y no aceptaría la unión con el minero, indispensable para dar a luz el preciado mineral puro) fueron suficientes para que el terrible agobio de tan pesaroza actividad terminara por menguar el espíritu y los pulmones de los valientes mineros. Desesperados y al borde de la inanición, fraguaron un astuto plan para evadir los tiránicos controles de la mina y escapar presurosos hacia la luz del día.

Inmediatamente, fuera del infierno, temerosos de las retaliaciones que habrían de venir, huyeron los prófugos mitayos con rumbo hacia el este, a la blanca y antigua ciudad de La Plata (por estos días conocida como Sucre). Allí la suerte pareció sonreírles por una breve noche, pues trabaron amistad con un acaudalado facedor de puentes que no solo los galanteó y les ofreció compañía en esos duros momentos, sino que además les procuró copiosa bebida de la más fina calidad hasta entonces conocida. Nunca sus paladares habían sentido tal placer y en tanta abundancia.

Sin embargo, tanta gentileza (motivada por intenciones no del todo esclarecidas) terminó por enardecer los espíritus envilecidos por tanto trabajo y esclavitud de los ahora fugitivos. Al romper el alba, percatóse el afligido grupo que uno de sus miembros había desaparecido sin dejar rastro alguno. Quién sabe qué amarguras asaltaron desde entonces el torturado espíritu de esa noble alma. Baste decir que nunca se supo qué sucedió y hasta ahora se espera el retorno de ese tormentoso corazón.

Abatidos por esta nueva trampa del destino, el menguado grupo dedicó la mañana a recuperar sus apocados ímpetus en un populoso mercado de la villa, donde una gallarda doña recibiólos con manjares de sutil sabor y cómodo precio. Luego de ello, aún cabizbajos y meditabundos a causa del exceso de aguas espirituosas que habían consumido la víspera, los mancebos se enrumbaron hacia la afamada Casa de la Libertad, palacio lleno de historia que recuerda antiguas leyendas heroicas que cubrieron de gloria a su pueblo y su gente, bravos soldados al servicio de la revolución y la libertad.

Enteráronse allí que al oeste de la infame villa de su condena (Potosí) existían innombrables riquezas minerales aún no exploradas, en medio de una región poco habitada y muy agreste. Dirigiéronse raudos, pues, a la conquista de ese paraíso perdido, para lo cual viajaron durante tres días con sus noches.

El sino de la mala suerte continuó hostigando a los aventureros, esta vez en forma de una lobotomía parcial y una disentería crónica casi mortal. El mancebo más grueso de los que compone el singular grupo vióse aquejado por fuertes dolores en la parte cervical del cuello. Afiebrado y delirante, fue llevado a rastras a los aposentos de un famoso médico cirujano que habitaba la villa, y éste lo intervino extrayendo una fibrosa pústula que por poco causa la muerte del rollizo convaleciente. Mientras eso acontecía, una de las doncellas que alegra la vida de estos desafortunados infelices se diluía en líquidos espasmos intestinales. Si no hubiese sido por la rápida intervención del llamado "hombre de sal" (alias Copitas), la andina doncella hubiese perecido de deshidratación.

Pasados estos infortunios, los viajeros decidieron continuar en busca de su paraíso rumbo hacia el oeste, hacia la famosa llanura de Uyuni y los remotos parajes casi lunares que conducen hacia una tierra lejana llamada Chile. Tampoco habría de serles fácil este periplo, pues mientras trataban de pasar desapercibidos entre los callejones llenos de carruajes, una mano rápida y sigilosa despojó a uno de los mancebos (especialmente conocido por sus dotes de don Juan... pero de barrio) de las pocas monedas que traía consigo en su morral. Hubieron de solventar esta nueva desventura gracias a la férrea amistad que el grupo de mitayos kitus habían fraguado en las asperezas del camino que los había llevado al suplicio del cerro.
Así, fortalecidos por la esperanza con la que viajaban hacia nuevos mundos, adentráronse a recorrer regiones inhóspitas, peregrinando sin descanso por extensos desiertos salados, unicamente bendecidos por insignificantes oasis de cactáceas que apenas saciaban la sed de los infortunados. Mientras más se adentraban en este extraño mundo de rocas, volcanes y lagunas que cambian de colores, encontráronse nuestros mancebos con numerosos peregrinos de otras culturas y lenguas que, como ellos, buscaban la riqueza perdida en ese desolado y surreal rincón del mundo. En ese mundo babilónico, no faltó ocasión para medir fuerzas y derrotar a una tropa de caballeros de mirada fina venidos desde una isla remota del Asia, tratar de conquistar a un grupo de sirenas de piel nívea y ojos resplandecientes que provenían de las nórdicas tierras de Europa, y hasta pasar horas de horas embelesados por las narraciones y poemas de los bardos bandeirantes brasileños.
Fue así como prosiguió la búsqueda de la riqueza en esos inconmensurables parajes, pero la vana peregrinación tan solo los llevó a perder rumbo en un bosque de rocas arrojadas en medio del desierto por obra de un demiurgo volcánico incognoscible para la diminuta alma humana. Luego de días de recorrer sin fortuna llanuras y quebradas soñadas por tribus de escaladores de roca (cuyo ritual algunos de los infortunados mancebos practicaron con ahínco recordando sus tierras), decidió el grupo volver pasos hacia la villa maldita de donde había partido su ambiciosa empresa.

Clara resulta la lección que les ha enseñado a nuestros viajeros este fragmento de su odisea: hora es de retomar bridas, empacar alforjas, sacar a la luz sus acerados corceles y emprender nuevamente el suspendido viaje que los ha traído a estas altas y lejanas tierras de Potosí, porque no hay riqueza que valga lo que vale el latido de los corazones al son del pedaleo.
Lo que viene será otra historia.

Y otro país...

martes, 8 de abril de 2008

El altiplano en dos patadas

COMUNICADO OFICIAL

Queridos lectores (los que quedan):

Aunque no nos parece necesario andar dando explicaciones por cada broma, nos vemos en la sensible obligación de recordarles que la mayor parte del contenido versado en este blog es BROMA, pura guasada, bufonería, payasada, etc. con el fin de darle un toque más informal y entretenido a la narración de esta aventura. Ustedes comprenderán que reírnos de todo esto nos ayuda a aliviar de alguna manera el pesado trajín del viaje.

En otras palabras, no se tomen todo lo que decimos de manera literal. Y si lo hacen, sepan que no nos responsabilizamos por efectos colaterales originados por alguno de los criterios vertidos en este diario de viaje. Por último, ya nadaffff... En eso quedemos.

Att,

LA GERENCIA

Bueno, bueno. Empecemos.

No nos habíamos visto desde La Paz, y ahora andamos ya bastante lejos de ella. Hemos pedaleado durante siete días ininterrumpidos (sin sus noches, claro), cruzando el vasto altiplano y adentrándonos en el occidente boliviano. Sangre, sudor, moco y babas han quedado en el camino de estos solitarios e inhóspitos días. Por suerte, la hoja sagrada -regalo de los dioses-, ha hecho menos pesadas estas intensas jornadas de pedaleo.

No se crean que esto es pura novelería nuestra. Al contrario, se trata de una costumbre ampliamente difundida aquí en el altiplano y hasta las leyes de tránsito bolivianas lo avalan sin tapujos. Si no nos creen, fíjense con atención en la siguiente señal:

Es una pena que en el Ecuador no se comprenda ni se practique el uso tradicional de esta planta tan útil como ancestral.

En fin, sin meternos más en polémicas, luego de tres días de descanso en la capital política de Bolivia, salimos atravezando la alborotada y caótica ciudad de El Alto, anexo popular y populoso de La Paz.

A medida que avanzábamos, las casas y el tránsito vehicular se iban haciendo más escasos, y pronto nos vimos perdidos en medio de una planicie desolada y agreste. Con todo, el excelente estado de la carretera y la casi completa ausencia de desniveles nos ha permitido avanzar en forma rápida y eficiente. A pesar de estar acostumbrados a salir tarde y tomarnos largos descansos llenos de tertulias cuasi-filosóficas (chismeamos es full!), hemos subido el promedio de kilometraje diario a unos 80 o 85 km.

El primer pueblo en el que descansamos fue una pequeña villa con una historia interesante. Villa Loza (coincidencias, Joselito?) nació como una estancia familiar al borde de la carretera que conecta La Paz con Oruro y Cochabamba. En un lugar completamente deshabitado, este paradero es casi como un oasis, y fue fundado hace no mucho tiempo como un tambo para los viajeros. Ahora es un próspero negocio familiar circundado por una pequeña población que ya hasta aparece en los mapas viales de Bolivia.

La señora que nos acompaña en la siguiente foto es la hija del fundador del pueblo. Ella se interesó mucho por nuestro viaje y nos permitió dormir en un salón de su restaurante (por cierto, muy bonito).

Desde ahí continuamos rumbo sur, pasando de vez en cuando por pequeños pueblos casi en su totalidad habitados por indígenas aymaras, mucho más ariscos y difíciles de comprender que sus vecinos los quechuas, que en Perú nunca dejaron de tratarnos con amabilidad y hasta mostrar cierto interés por nuestra presencia. Aquí en Bolivia, si es que nos ven, lo hacen con indiferencia y mucho recelo. Lo más común que solemos escuchar es "Dame plata!", "Qué quieres?" o "No hay!".

El atardecer de ese segundo día nos asaltó en el pueblo de Konani, donde nos alojamos casi a la brava (por un dólar) en el edificio más alto del pueblo. Ahí sí que no había ni baño, pero al menos tuvimos una buena vista del atardecer desde la terraza.

Con el carácter tosco y hasta confrontativo de estas gentes, fue difícil hasta encontrar comida. Al parecer, los códigos de conducta que manejan los habitantes del altiplano son muy distintos a los nuestros; pero para toscos nosotros, así que no hemos tenido ningún problema. Hasta hemos logrado arrancar algunas risas...

Para llegar a Oruro, al tercer día de haber salido de La Paz, tuvimos que atravezar una pequeña región de colinas en las que no se veía ni un alma. Luego de ello, una recta interminable absolutamente plana nos condujo, por más de 30 km, hasta la peculiar entrada de esta ciudad minera. Hasta ahora no entendemos muy bien por qué a la entrada de Oruro nos recibieron tantas esculturas de sapos, dragones, hormigas, demonios y ángeles, pero en fin, será que el famoso carnaval se les ha subido a la cabeza.

Ya oxidados en eso de pedir posada (para lo que en Perú éramos unos tigres), en Oruro se nos complicaron un poco las gestiones y nos volvió a seducir el alojamiento con cama y ducha caliente por apenas dos dólares. So what? Al fin y al cabo, esos lujos son inapreciables desde el punto de vista de un apestoso, sudoroso y agotado ciclista.

Ya que habíamos decidido no descansar en Oruro, esta ciudad se nos pasó algo desapercibida. Quizá no debimos subestimarla tanto (al fin y al cabo se trata de una de las cinco o seis ciudades más importantes del país), pero que quede en registros que mucho conocemos y apreciamos con solo aproximarnos y alejarnos lentamente por los sorprendentes entornos de cada lugar que visitamos.

Lo que vino a continuación fue tan aburrido como suena por escrito. Simplemente pasamos horas de horas pedaleando sin más horizonte que un plano infinito y un inmenso lago de nombre muy sugerente (Popóo) al que nunca vimos a pesar de que recorrimos kilómetros y kilómetros de sus orillas.

Para que se den cuenta de lo aburrido que estuvo eso, les presentamos al personaje más interesante con el que cruzamos camino en esa etapa: un cazador coquero de más de ochenta años que nos dio tremendo palo en la bici, pasándonos como a postes. A pesar de su vitalidad, parece que a él tampoco le había ido muy bien en ese día, pues volvía a su pueblo con las manos vacías y una llanta baja luego de una larga jornada de cacería.

Por lo menos esa noche nos pusimos pilas y logramos conseguir alojamiento en un establecimiento de aguas termo-medicinales en la población de Pazña. La calidez de don Juan y su familia (los administradores del lugar), así como de las aguas de cuartos individuales (en los que algunos se metieron de a dos... ahí imaginen las combinaciones posibles), fueron más que suficientes para relajar músculos y mentes.

Resultado: ese día pedaleamos más de 100 kilómetros, rozagantes como pristiños y feroces como el viento.

Resumiendo (ya que estamos cansados y no sabemos qué poner): las hojas de coca y la eterna planicie del camino aumentaron nuestro rendimiento deportivo en un 80%. Rompiendo récords a granel (aunque no tanto como desearíamos romper otras cosas) y pedaleando como gacelas, avanzamos en rauda francachela, extensas disquisiciones filosóficas, remembranzas nostálgicas, flatulencias virulentas y demás parafernalia anecdótica que no viene al caso resaltar. Y así se nos fueron varios días.

Por suerte la vida nos ofreció el chance de cambiar de aires y poco después de las aguas termales de Pazña abandonamos por fin el altiplano. Nos adentramos en la llamada Cordillera de los Frailes en dirección a Potosí. Cabe resaltar que en esta zona la relación de población camélidos andinos-ser humano es de por lo menos 100.000 a 1.

Para no estar balbuceando alabanzas en torno al paisaje de esos tramos, ahí les van unas cuantas fotos:




Finalmente, luego de una patética jornada cumpleañera (Kangá logró el récord de llevar 27 años ininterrumpidos de ser una espina en el culo de todo el mundo), en la que el regalo fue un pedaleo de 70 kilómetros sin ver un alma, nos fuimos aproximando al fin de esta etapa. (En realidad el cumpleaños no fue tan malo: compramos 3 cervezas de un litro cada una y el cumpleañero presenció un "strik-tis" de autoría de Copitas Coral... Todo esto ocurría en un restaurante/cantina de Cieneguillas, penúltima etapa antes de llegar a Potosí).

Y bueno, ya nadafff... Hay que reconocer que este es uno de los peores posts que hemos puesto, pero eso no es más que el reflejo de su falta de entusiasmo (4 comments es una burla!).

Ah, sí... Potosí está bonito.


Consuélense con las típicas escenas de la vida cotidiana:

Escena 1: Enfrentamiento marital en la llanura. Miembros del "pétit comité" discuten acaloradamente acerca de las últimas tendencias de la moda capilar.

Escena 2: Tres pajaritos en un balcón. Todos putos.

Escena 3: Miembros de la expedición Sudamérica a pedal junto a sus futuros anfitriones mexicanos, Thor y Mariana, en la Casa Nacional de la Moneda de Potosí.

Escena 4: Agraciados maniquís potosinos ignoran las soeces provocaciones de un par de muñecos ecuatorianos.

NOTICIA BOMBA: Mario Esteban Salvador, "la retobada rata trepadora", anuncia su retorno a Quito por falta de fondos. Cualquier alma caritativa que quiera apadrinar a esta "joyita" puede contactarse con la Fundación Mofleseeker Entertainment o escribirnos directamente a nuestro correo grupal.

4.533 kilómetros recorridos.

Potosí, Bolivia, miércoles 9 de abril 2008.