miércoles, 13 de enero de 2010

Boyacá, la heroica

Los días de descanso en Soacha/Bogotá pasaron rápido. Tan rápido que decidí tomarme uno más de lo planeado y permanecí incordiando un poco más a Silvi y su familia. Los días acogedores que pasé entre ellos hicieron que retomar el viaje se torne algo difícil. Tras un inicio de turismo por los lugares imposibles de evitar (el Centro, Monserrate, Museo del Oro, etc.), el resto de días pasamos entre vagabundeando y descansando. Cierta noche hasta se armó un buen bochinche en par antros de la ciudad (primero por la 45, cerca de la Universidad Nacional, y luego por Chapinero), lo cual nos puso al siguiente día en búsqueda de las delicias colombianas anti-guayabo que pudiésemos encontrar en el sector. El último día visitamos el Parque Natural de La Poma, aún dentro del Municipio de Soacha pero bastante lejos del área urbana. El paseo lo hicimos todos juntos: doña Carmen (madre), Silvi (ya la conocen), Natalia (la sobrina) y Argos (un perro cascarrabias del que terminé siendo bastante amigo).

Luego de eso visitamos el famoso Salto del Tequendama, en esta época completamente seco por la falta de lluvias que afecta a todo el país (ojo que ya mismito nos dejan de vender energía y por allá la vida se les pone más a oscuras). Si quieren fotos del salto en su estado habitual, vayan pal Google. Más peculiar, en cambio, esta que les ofrezco con la caída de agua completamente seca. El lugar, de todas formas, no deja de ser imponente, aún cuando el río Bogotá, que es el que se descuelga por el abismo, es bastante más apestoso que el Machángara en sus peores días.

Pasar tiempo, aunque sea muy poco, con un grupo de gente cercana entre sí, permite echar un vistazo al complejo mundo que las une y la separa, las eleva y las hunde. Con Silvi y su familia descubrí mucho. Quizá esperaba algo distinto de mi paso por Bogotá, pero este universo de Soacha ha sido una cara más auténtica de lo que aquí se vive, y por ello me siento agradecido. Silvi, con su característica alegría y fuerza, es un verdadero motorcito, tanto aquí como resultó ser allá en Quito. Por eso, aun siendo poco el tiempo en que nos conocemos, ya compartimos muchos amigos e historias. Nos veremos pronto, seguro.

El día en que finalmente continué pedaleando tuve que recorrer al menos 30 kilómetros, primero por el municipio de Soacha y luego por la mismísima Bogotá. Silvi desempolvó su bicicleta y me acompañó hasta el centro, donde finalmente nos dimos el abrazo de despedida. Desde ahí continué con la idea de salir por la ciudad por el extremo norte, no sin antes buscar un pan de chocolate que Emi me había recomendado por mail.

Encontré el pancito (que en realidad era una tremenda baguette de chocolate que terminé de comer la mañana siguiente), y al mismo tiempo cambié de planes. Un ciclista local me recomendó abandonar la idea de salir por la autopista norte para subir unos 7 kilómetros hacia el nor-oriente, rumbo al municipio de La Calera. La nueva ruta era mucho más larga, pero me evitó un tráfico pesado y aburrido a cambio de vistosos paisajes ocultos desde la llanura bogotana.

Antes de La Calera, en la cumbre de esa loma que subí con mucho cansancio, me saludó otro ciclista local. Saúl Santana se sorprendió un poco por el peso de mi equipaje y, tras conversar lo habitual, me invitó a comer pan de bono con jugo y galletas. Incluso se ofreció a comprarme golosinas para continuar el viaje. Por fin me acordé de sacar la cámara en un momento así. El resultado es la siguiente foto que espero que Saúl pueda ver, junto con los agradecimientos que aquí le dedico por su ánimo y su apoyo.

El resto del día fue muy divertido. El retorno al trajín del viaje fue bastante duro. No puedo decir que el camino haya estado especialmente difícil, pero me costó bastante. Desde La Calera avancé hacia Guaska y Guatavita, ésta últma una población bastante peculiar por estar ubicada junto al embalse Tominé. Cuando se cerró el paso de las aguas, la población fue destruida (o inundada, más bien), y se optó por reconstruir el pueblo en una ladera cercana. Todo el pequeño pueblo mantiene una arquitectura tradicional española, pero es bastante nuevo. Me quedé poco en el pueblo con la idea de huir del turismo caro, y avancé para encontrar refugio más adelante. Los paisajes de esa campiña eran muy diferentes a lo que había visto hasta ahora en Colombia, pero a la vez bastante parecidos a lo que yo esperaba encontrar cuando ingresé.

Dormí en Sesquilé, tras unos 90 km de pedaleo desde Soacha. Lo gracioso fue que, mientras en Guatavita había muchas hosterías y hoteles, en Sesquilé no había ni uno. Yo iba pensando en alquilar un cuarto barato para dormir en cama y reponerme, pero no hubo tal. La policía me indicó el (según ellos) único lugar seguro para poner la carpa: el mercado. Tuve que esperar hasta pasadas las 8 de la noche para que la gente desocupe el lugar y ahí mismo instalar mi pequeña casa móvil. Mi colchón, que anda todo roto, me permitió pasar una noche bastante buena bajo el alero dé un edificio. Mi bici pasó amarrada a un árbol en media plaza. Al amanecer, estaba ahí y la gente pasaba sin curiosear demasiado. Olvidaba decir que Sesquilé también es un pueblo antiguo y muy bonito.

Mi siguiente destino fue Tunja, capital de un nuevo departamento: Boyacá. La mañana fue fría como ninguna otra de las que he vivido en Colombia, aunque tampoco nada exagerado. Todo el día atravesé pequeñas colinas con sus respectivos alti-bajos. Avancé bien y sin problema, envuelto en un paisaje lleno de montañas distantes, embalses y riachuelos. A esta zona de Boyacá que he recorrido solo le falta un pico elevado, quizá coronado de nieve, para ser una fenomenal.

Almorcé en las afueras de Ventaquemada y poco después arribé a un lugar en el que venía pensando desde hace bastante tiempo. A pocos metros de la carretera se eleva un complejo de monumentos que recuerdan la famosa batalla que libertó a Colombia y todas las gestas que la acompañaron. Tuve que abandonar un rato a Sherpa para subir a ver el monumento a Bolívar que corona todo el complejo. Una de las cinco estatuas que sostienen al Libertador lleva maíz en las manos y se eleva sobre el escudo del Ecuador.

Cuando la campaña en el Orinoco llegó a un punto muerto, Bolívar decidió realizar un ataque sorpresivo por un sector inesperado. Atravezó los llanos de Casanare y juntó sus tropas con las del General Francisco de Paula Santander, quien había combatido en la región de la Nueva Granada por los pasados meses. Unidas las tropas, se inició una de las proezas más destacadas de toda la gesta libertaria. Bolívar subió a los Andes cruzando las llanuras de Apure y pasando por el Páramo de Pisba. La marcha fue durísima y acabó con gran parte del ejército, pero fue un éxito. Una vez en el altiplano, las tropas republicanas se reorganizaron y obtuvieron un valioso triunfo en Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819. Pocos días después, el 7 de agosto, con la intensión de detener a las tropas realistas comandadas por José María Barreiro que se replegaban hacia Bogotá, Bolívar condujo toda su columna hacia el paso del río Teatinos. Ahí se libró el enfrentamiento principal, cuyo punto clave consistía en apoderarse del puente. Bolívar venció y capturó a Barreiro con casi todo su ejército. Con ello, no quedó en la Nueva Granada ningún ejército capaz de ofrecer resistencia a las intenciones independentistas. Vargas y Boyacá fueron las primeras grandes victorias de la campaña final que dio libertad política a la que ahora llamamos "Gran Colombia". Luego, con Bogotá bajo control patriota, vendrían las campañas de Venezuela y Quito, cuyo fin ya conocemos.

Si se fijan en la siguiente foto, podrán ver que bajo el nuevo puente aún pueden verse las bases del antiguo. Del control de esa estructura dependió la victoria de Boyacá y la independencia de la Nueva Granada.

Más de una hora estuve visitando los monumentos de la batalla. Luego tuve que volver a ascender unos 7 u 8 kilómetros, pero para entonces iba yo cabalgando un fuerte corcel y llevaba en mi mano una lanza de caballería. A Tunja llegué pensando que era Bolívar dirigiendo el combate, y a ratos jugaba a vencer a los camiones (aunque nunca lo logré, je).

En seguida busqué un lugar para quedarme, y esta vez estuve decidido a tener cama y ducha. Con mi buen olfato para rastrear tugurios, obtuve una habitación baratísima y de lo mejor. Apenas cabía la cama, aunque había bastante espacio para la bici. Ni una sola ventana, claro, y la puerta no podía cerrarse sino con un tronco haciéndole presión. El baño, compartido por todo el piso, era un tubo pelado cuya agua congelada (Tunja está casi a la altura de Quito) caía muy cerca del inodoro. Éste, por su parte, exhibía sin escrúpulo sus pestilencias que eran imposibles de descechar por falta de suministro de agua en el tanque. No por eso mi duchazo fue corto. Al contrario, lo disfruté cada segundo. Eso de ir al baño, en cambio, lo dejé para una curva estrecha en el camino al siguiente día.

Queda poco que decir de este recorrido. De Tunja salí por un camino inesperado, casi completamente dirigido al oeste en lugar de seguir hacia el norte. El cambio se debía a mi deseo de visitar la ciudad de Villa de Leyva, famosa por su arquitectura tradicional y su centro perfectamente conservado. El pueblo, en realidad, es un centro turístico importante y como tal está equipado de todo lo necesario: calles empedradas a la perfección, casas inmaculadas, restaurantes "gourmet", hoteles cinco estrellas y hostales "baratas" a casi 50.000 pesos (o sea casi cinco veces más caros que las cómodas residencias a las que vengo acostumbrado).

La ciudad, con todo, es hermosísima, y decidí darme un medio día de descanso aquí. Por la mañana pedalée apenas 40 km (una de las etapas más cortas del viaje), de los cuales más de 20 fueron de bajada. El camino fue genial y muy divertido. Al llegar me senté en la plaza a descansar. Se me acercaron dos personas que dijeron haberme visto saliendo de Bogotá. Estaban curiosos por lo que yo andaba haciendo, así que conversamos un buen rato. Ellos me guiaron hacia hospedajes no tan caros y restaurantes igualmente moderados. Con ello me convencí finalmente y pasé todo el resto del día paseando por el pueblo y armando este post.

Mi pierna derecha anda quejándose en un músculo raro cuyo nombre no recuerdo a pesar de haber asistido, en Medellín, a "Bodies", la exposición esa de los cuerpos reales plastificados y en exhibición. Jua jua. De todas formas espero que este día corto le permita reestablecerse (en realidad me está doliendo desde antes de llegar a Bogotá, así que dudo que se calme). Leyva me ha hecho acuerdo de que no siempre tengo que hacer etapas dementes que me dejen boqueando del cansancio.

Aún así espero divertirme más sacándome el aire en las siguientes jornadas hacia Bucaramanga.

Por primera vez lo que me falta de Colombia empieza a ser pequeño en el mapa.

Villa de Leyva, Colombia, miércoles 13 de enero de 2010.

1.667 kilómetros recorridos.

9 comentarios:

El diario de Eni K. dijo...

saludos desde Tena mi hermano!!! por acá el calor me anda sacando los diablos y mi caminata diaria de media hora espero que me saque músculos! Fuerza y abrazos.

ƒriandise dijo...

los dos se me vannn mmmmmm!!!

Anónimo dijo...

En cuanto al Salto del Tequendama, me acuerdo de unos versos escritos por un colegial colombiano como deber de su clase de literatura, después de visitar el sitio:

"¡Oh maravilloso Salto del Tequendama!
¡Si tu eres así, cómo será tu mama!"

Te sigo punto por punto en un mapa de Colombia, enormemente interesado en los paisajes que ves y los puntos que visitas, especialmente aquellos relacionados con nuestra historia común, como Boyacá.

Resulta casi increíble la relativa inmensidad de las distancias que has recorrido. Y ahora te encuentras en el centro de lo que podríamos llamar "la ruta de Bolívar", dirigiéndote hacia Caracas, donde comenzó su caminar.

¡Adelante! Que Sherpa aguante sin volver a romperse y que tu pierna y rodilla se sanen. No tienes para qué exigirles demasiado.

Un abrazo,

CLC

AAAbikers dijo...

Imposible perderse las figuras literarias que describen tu periplo.

Gracias Guabas por abrir una ventana al mundo desde nuestro encierro rutinario rodeado de cemento y pavimento.

Serrat dice en su canción Juan y Jose:

Caña dulce,
mamey colorao.
Tú cabalgabas
y yo iba a la grupa
en las largas tardes junto a la estufa
del viejo café.

Con las alas de tus cartas, José,
atravesé todos los cielos de América
contigo,
¡Amigo!

Anónimo dijo...

Waffles!
Leo todo lo que escribes y me da tanta envidia...
Te mando todas mis fuerzas para que llegues a donde quieras.
Beso
Lida

Anónimo dijo...

Guabitas... hoy estuve en tu casa en monteserrin y recien leo que has estado en villa de leyva y nada, ahi tenia una amiga donde te hubieras podido hospedar! :(
Ya nada, es que no me meto muy seguido a la paginita!
En todo caso, me encanta lo que cuentas y las fotos y te acompaño a la distancia con full pasion
BESOS my only

chanchan

Unknown dijo...

Vamo ahí, mi brow, que ya has avanzado un mundo...
Cubas y Jenifer siguen en Cuba, pero pronto estarán por acá para hacerle la despedida a Kangueitor. ¿Andas con celu? A ver si te llamamos.
Un abrazo.
Qoral.

io dijo...

vamo'ahi guabinhas!!! q bien leerte avanzando =) villadelhongo es un lugar hermoso, buenaso q te hayas quedado un poquitin mas ahi! y uff el pan de chocolate es lo q hay jaja!!
me gusto esto:
"A Tunja llegué pensando que era Bolívar dirigiendo el combate, y a ratos jugaba a vencer a los camiones" je! ya te veo en esas!
un abrazo y fuerzaaassss!!!

-JAD- dijo...

Sesquile, Ventaquemada, monumento a Bolívar, Villa de ley... pero esto... el recorrido me trae unos recuerdos...

Qué bacán, sigue disfrutando.

-José Antonio-