miércoles, 5 de mayo de 2010

Otra vez el mar

No sé desde cuándo la ciudad de Fortaleza se convirtió en un hito dentro de los proyectos que se han ido formando en mi cabeza. Quizá pensaba que, una vez superado el reto de Manaus, el siguiente paso sería un poco más simple: recorrer el litoral atlántico en dirección a las grandes conurbaciones brasileñas que todos más o menos conocemos por televisión (Rio, São Paulo, Curitiba...). Como muchas otras veces en este viaje, no tomé plenamente en cuenta las enormes distancias que me separaban (y me separan aún) de esos destinos. Eso provocó, también como otras veces, un avance endiablado. Desde Belém, ciudad en donde retomé el viaje en bicicleta, he pedaleado por más de 1.600 kilómetros a un ritmo obsesivo. Apenas descansé dos días antes de llegar a Fortaleza, y en ambas ocasiones lo que me detuvo fue más asuntos logísticos (el eje de Sherpa y mi ropa sucia) que cualquier otra cosa. La única vez que me había sentido tan libre, tan poderoso y, extrañamente, tan apurado, fue en el sur de Chile, cuando intentaba ganarle un día a las lluvias heladas del invierno. Aunque en situaciones climáticas muy distintas, he vivido un sentimiento de agitación muy similar al de esos días durante las pasadas semanas sobre Sherpa.

Aunque en estricto sentido Fortaleza no significa nada fuera de un registro más o un nuevo punto en el mapa, esta ciudad me ha permitido retomar la calma. Con un calor bastante más benévolo que el del interior, bañada por largas playas llenas de puestitos de artesanías, barracas de comida y garotas despampanantes a un nivel casi cruel, un centro tan ruidoso como sucio e interminables hileras de edificios cercando el litoral, la quinta ciudad más populosa del Brasil me ha recibido como se recibe a un enfermo. Tras tres necesarísimos días de descanso estoy listo para retomar la aventura con mucha menos de esa urgencia innecesaria que me traía como arrastrado por los pelos.

Pocos kilómetros al este de Teresina me topé con un monumento que no esperaba. Antes, cuando recorría países hispanos, procuraba ir muy al tanto de las localidades históricas importantes. Recorrer la Sudamérica española era, de cierta manera, constatar los vestigios de la historia que nos hace, en el fondo, un solo pueblo. El Brasil es algo distinto. Cada localidad me ofrece relatos que hasta ahora desconocía por completo. Por ejemplo, la Batalla de Jenipapó (13/03/1823), en donde pelearon centenares de piauienses y cearenses sin ninguna preparación y muy mal armados contra un ejército entrenado y equipado, y que evitó la permanencia del actual norte de Brasil bajo el poder de la corona portuguesa.

Ese monumento fue el principio de muchas novedades. Los días después de Teresina fueron bastante diferentes a los del calor infernal en Pará y Maranhão. Conforme avanzaba por el estado de Piauí, el clima se moderó paulatinamente. Las mañanas, aunque aún muy calurosas, me permitieron algunos respiros bajo una densa capa de nubes grises. Las lluvias continuaron, pero con intensidad mucho menor. No tuve que usar nuevamente ropa impermeable y mi equipaje se mantuvo seco en su mayor parte. Hacia las cercanías del límite con el estado de Ceará (del cual Fortaleza es capital), me aproximé a un conjunto de sierras bajas que cambiaron considerablemente la sucesión de paisajes y le dieron algo más de sorpresa al camino. También la vegetación cambió: abandoné finalmente la selva húmeda que sale desde la Amazonía y empecé a avanzar entre forestas más secas y bajas. En conjunto, el camino de los últimos días fue mucho más tolerable que el de los anteriores.

Al atardecer de la segunda jornada desde Teresina, decidí tomar un desvío de unos 15 kilómetros para visitar el Parque Nacional Sete Cidades. Aunque llegué tarde y al borde de un buen aguacero, tuve tiempo para dar una vuelta por dos de las siete formaciones rocosas que dan nombre al parque. Entre las exuberantes agrupaciones de piedra y los senderos oscuros que las rodean pude observar alguna flora muy llamativa, además de mamíferos y aves que nunca había visto. Casi todas las bases de las grandes piedras que conforman las "ciudades", además, están llenas de pictografías antiguas: es de lo poco que se sabe y se conserva de la población precolombina del sector. Las que más me llamaron la atención fueron algunas ilustraciones que se identifican casi idénticas a la representación moderna del ADN (habría que avisarle a Narby) y otras, parecidas, de columnas dobles formadas por círculos del mismo tamaño. También fue bueno ver, a los tiempos, una panorámica escarpada de cerros y pequeñas elevaciones. Los guardianes del parque me prestaron un balcón para que pueda colgar mi hamaca y pasar una noche peculiarmente llena de grillos y sapos.

A la mañana del siguiente día, una vez de vuelta a la carretera principal, encontré a un ciclista local que se lleva el premio a vehículo más extraño en lo que va del viaje. Nativo de Bacabal, por donde yo pasé un día después, Junior Rego se dirigía a la ciudad de Piripiri, a unos 200 km de distancia, para asistir a una convención de motociclistas. Ya que su motocicleta estaba dañada, había decidido ir en una bicicleta construida por él mismo a lo largo de los últimos años. La bicha tenía de todo: radio para comunicarse con camioneros en las frecuencias locales, un cilindro de aire comprimido para inflar llantas, dos bocinas de camión, una sirena de policía, un tablero de control con odómetro (dañado), asiento con abrazaderas y espaldar acolchado, paneles para descansar los pies, antena, retrovisores, luces y hasta dos baterías eléctricas. Completamente inutilizable en las subidas (pesa 80 kilos sin equipaje), la bici de Junior es más una pieza de museo que un vehículo. Cuando lo encontré, él avanzaba a pie y empujando el armatoste en una subida muy moderada. Solamente puede montarla cuando es plano o bajada; para los ascensos largos pide ayuda a los camiones. Aún así, Junior exhibe orgulloso su gran construcción. Bien o mal, la bici tiene mucho de fantástica y debe reconocérsele su singularidad.

Poco después del encuentro con Junior empecé el ascenso a la Serra de Ibiapaba, la estribación de un macizo montañoso que se prolonga desde el centro del país para aproximarse a la costa norte de Ceará. La sola contemplación de las lomas me alegró mucho. Comí en Sâo Joâo da Fronteira, un pueblito al que después pude observar por un buen rato desde lo alto mientras ascendía a una marca que no había visto desde los días de la Gran Sabana: 850 msnm. La lentitud y el dolor muscular de la subida activó muchos recuerdos que, aunque no tan lejanos, parecen haber ocurrido en alguna vida pasada. Disfruté mucho de esos doce o quince kilómetros de curvas y cuestas moderadas. A pesar de que los locales me habían anunciado un desnivel terrible, para mí fue una terapia de relax.

La poca altitud trajo consigo un clima más fresco. Yo sentía que habían encendido un aire acondicionado sobre mi cabeza. Vientos cada vez más fuertes desembocaron una lluvia violenta en la cima de la colina. Antes de quedar completamente estilando pude refugiarme junto a una gasolinera y pasé la siguiente hora conversando con una señora que me regaló café. Después de casi un mes de reposo, mi rompevientos abandonó las alforjas y pasó a ser útil de nuevo. La señora se quejó de frío mientras los árboles se agitaban con el viento. Yo le respondí que no tenía nada de frío, que para mí eso era caliente. Luego lo pensé bien. Quizá sí, un poquito. Me alegré. La pequeña serranía de Ibiapaba me estaba ofreciendo un verdadero alivio.

Esa noche la pasé en Tianguá, una ciudad que, para la mayoría de la gente cearense, es tremendamente alta y fría. Para mí era como ir a dormir en Mindo o más abajo aún. Otra novedad: la estrechez de la estación de gasolina y la ausencia de un puesto de bomberos me forzó a buscar un hotel. Por apenas 10 reales (en la Amazonía nunca encontré nada por menos de 30 o 40) tuve no solo un cuarto propio con ducha, sino que pude dejar a Sherpa bien guardada para salir a deambular por la ciudad. No había podido hacer eso en mucho tiempo, pues la inseguridad de mis "campamentos" me forzaba a permanecer cerca de mis cosas a todo momento, y salir a pasear con todo a cuestas se me hacía imposible luego de las jornadas agotadoras a las que estaba dedicado. Fue ese en realidad el día en que terminó la travesía por el "horno verde", el día en que finalmente sentí que había superado el cruce de la cuenca amazónica, un mes después de haber empezado a recorrerla con los primeros kilómetros rodados en el Brasil.

Poco después de Tianguá descendí los 600 o 700 metros que había subido al entrar a Ibiapaba. El camino, repleto de curvas cerradas, permitió varias panorámicas de la región, sus lagunas, sus campiñas y sus bosques profundamente verdes. Las llanuras infinitas no volvieron hasta muy cerca de llegar a Fortaleza. Durante más de dos días transité siempre por una zona de serranías bajas, de picos pequeños a momentos muy llamativos, y pequeñas cordilleras conectadas por altiplanos cortos sin mucha vegetación. Algo así como páramos a los 100 o 200 metros de altura. La noche anterior al término de esta etapa volví a pagar un cuarto de hotel en el pueblo de Itapajé. Otra vez estaba cansadísimo. Comí hasta reventar y me dormí mientras veía la final del Campeonato Paulista (ganó el Santos) y trataba de prepararme mentalmente para la última jornada: solamente faltaban 130 kilómetros hasta Fortaleza.

Me levanté a las cinco de la mañana con la intención de aprovechar la luz desde el primer momento. A pesar de la fatiga, el día no fue lento. Antes de la 1h00 ya había recorrido más de 110 km y almorzaba en la periferia de Fortaleza. Mi celular volvió a tener señal después de casi una semana de inactividad (me había olvidado de anotarlo: 55 95 91429277), y todo el peso de la gran marcha hacia el Atlántico se iba disolviendo en un sentimiento de alivio, satisfacción y descanso.

En poco tiempo había llegado ya al centro de esta ciudad de dos millones y medio de personas. La gente me fue guiando hasta encontrar un lugar barato y tranquilo en pleno centro. Desde entonces he dejado simplemente que el tiempo opere sus artilugios y por sí solo vaya surgiendo el carácter de los días que vendrán de aquí en adelante. Las grandes etapas de un viaje como este se definen después de que la marcha ha concluido. Es difícil de explicar por qué, pero me resulta inevitable dividir el trayecto en períodos específicos y diferenciados por "espíritus distintos" (como sucedió en la primera parte de SAP con las etapas que culminaron en las ciudades de Trujillo, Cusco, Potosí, Tucumán, Mendoza y Bariloche). Algo tendrá que ver en todo ello los cambios generales en climas, geografías, latitudes, ánimos, alimentación y hasta repuestos mecánicos, qué sé yo. Ignoro aún cuál será la piedra que mi memoria eliga para labrar el monumento de este período, pero para mí es claro que aquí en Fortaleza se ha cerrado un nuevo ciclo: el ciclo del Amazonas.

Estos días de descanso han mantenido su carácter habitual: no hago nada y aún así no me alcanza el tiempo. La mayor parte de mis horas libres las he pasado deambulando por las calles del centro, hojeando almacenes, mirando monumentos, paseando a lo largo de alguna de las playas de la ciudad (Iracema, Meireles, Do Futuro...), bebiendo, uno tras otro, batidos energéticos de açaí o guaraná en todo tipo de combinaciones o simplemente sentado en alguna plaza dejando el tiempo pasar. En la Praça do Ferreira, corazón geográfico de la ciudad, conocí a una familia de otavaleños que viajan por el Brasil exhibiendo un espectáculo bastante ecléctico de música andina (al menos en esencia), y con ellos me he reunido todas las noches desde entonces para conversar y matar el tiempo. También se nos ha unido Sara, una cearense que prácticamente se enamoró de las vestimentas y las músicas "tan ecuatorianas" y con la que converso bastante cada vez que la acompaño a tomar el bus del otro lado del casco central de la ciudad.

Ahora nuevamente estoy listo para continuar. Con una ruta bastante bien definida en la cabeza, pero sin mayor información de lo que encontraré en el camino, emprendo mañana la aventura que estaba esperando desde hace algún tiempo.

Ahora sí, pues, a recorrer el litoral.

Fortaleza, Ceará, jueves 6 de mayo de 2010.

7.718 kilómetros recorridos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que con el clima menos ardiente y menos húmedo te ha renacido el optimismo y la alegría. ¡Qué bueno!

En cerca de 8 mil kilómetros (ya te vas acercando a los 8.500 de SAP I)te has dado una gigantesca vuelta por el norte de Sudamérica y ahora estás a una latitud equivalente a la de Loja, según dicen mis mapas.

Que Dios te siga acompañando en esta nueva etapa.

Un abrazo,

CLC

Anónimo dijo...

"Desde entonces he dejado simplemente que el tiempo opere sus artilugios y por sí solo vaya surgiendo el carácter de los días que vendrán de aquí en adelante."

Maestro!

Mantenga el sueño vivo! Adelante!!!!

Piqueteiro

Anónimo dijo...

Eeeee qué bacán guañuzis vamooo ahí con ese nuevo ciclo del viaje!!!
Póngale garra varón jajaja

TE QUIERO MUCHO

amari chan

Anónimo dijo...

es reconfortante leerte, q bien guabinhas! recorde el gran sertao de guimaraes rosa con tus descripciones paisajisticas =)
te mando un abrazo fuerte fuerte! vamoahi!!!!

io

Anónimo dijo...

Muito bom !!! Parabéns Guabas.
Se era o oceano que buscavas encontrar, seguindo pela costa Brasileira encontrarás as mais lindas praias banhadas pelo Atlântico. Segue firme amigo, "pedalando contra o vento"...
Forte abraço
#:) Lupa

-José Antónimo- dijo...

Hola Guabas, felicitaciones por lo recorrido y por lo que falta y por mantener el espíritu animado. Me he saltado un par de etapas tuyas sin comentar, pero siempre estamos atentos por acá de tu viaje y de los recuerdos y de la información nueva que nos traes.

Un abrazo grande y sigue contando tus historias.

cuenqui dijo...

Hay guabotas, ya estas en fortaleza definitivamente no hay nada que te detenga, espero que puesdas seguir avanzando mucho más, pues yo aqui extrañandote....muchos besotes y ha seguir por el resto del enorme Brazil, que muy bien te ha tratado!
mua Cuenqui
ti a m o

sara dijo...

vamo ahi guabitas pedalee hasta que te lo permita el tiempo.... que bacan!!!
besos y full buena onda
yo