martes, 27 de abril de 2010

Un horno verde

Armado con una pequeña cámara marca triple gato -incapaz de cualquier tipo de operación manual pero con artilugios tan sorpresivos e inútiles como el "smile detection"- vuelvo a este blog con casi 1.000 kilómetros nuevos para recordar y relatar. De Belém a Teresina he recorrido un buen trecho del estado Pará y he atravezado enteramente el estado de Maranhâo, en suma una de las regiones más pobres del Brasil y, para los ojos de un cicloviajero, un enorme universo verde, húmedo e infernalmente caliente. De todas formas, he avanzado bien (solo los pasados 10 días acumulan la séptima parte de todo el viaje en cuestión de kilómetros), y el futuro trecho por tierras brasileñas se adorna cada día con más sueños y posibilidades.

En Belém, la ciudad con más aguaceros que he visto, tuve tiempo para reponerme al amparo de un grupo de ciclistas muy activo y alegre. Quien me recibió fue Lupa (Luiz Paulo Jacob), un verdadero activista de la bicicleta que desde hace tiempo rumia la idea de salir a viajar por el continente. Tranquilo y solidario, con su aire de filósofo distraído y sus gestos calmos, permitió que pase tres noches en su casa en compañía de su familia. De todos ellos guardo un gran recuerdo y el enorme sentimiento de gratitud que crece y crece conforme sigo recorriendo el continente. Espero que mi paso por su casa haya causado suficiente revuelo como para incitar un viaje en un futuro próximo. Desde ya le he dicho que lo espero en Ecuador.
Algo más de esos días en Belém pueden encontrar en uno de los blogs de Lupa: "alas de ruedas".

Las sensaciones de los primeros días fuera de Belém fueron más bien pesimistas. A pesar de los muchos días de descanso tanto en Manaus como en el barco con el que recorrí medio Amazonas, me sentía débil, y Sherpa también. Me costó mucho avanzar las primeras jornadas, y el eje delantero que tantos problemas había dado volvió a zafarse poco antes de terminar la primera etapa. La lluvia se convirtió en un problema constante frente al cual no he podido sino aumentar la resignación y tratar de disfrutar los puntos positivos. En esta etapa ha llovido todos los días (a excepción del último, cuando llegué a Teresina). Por más que he reforzado las protecciones plásticas en el interior de las alforjas, el agua siempre termina por inundarlo todo. La humedad constante combinada con el sudor han convertido todo el equipaje en un bulto apestoso y parte del botiquín ha quedado inutilizado.

El paisaje y el relieve también han contribuido a volver más pesada la marcha. De hecho, aún desde ahora estos días se funden todos en una sola mancha verde. Me cuesta trabajo separar los momentos, dar orden a los lugares y las horas. La carretera es igual siempre. Cualquier punto podría estar en cualquier otra parte y aún así permanecer el mismo. Apenas algunos detalles han dado variedad al avance: tramos más o menos planos, ombrillo más o menos transitable, lluvia más o menos fuerte. Aparte de nombres, puntos en el mapa y campamentos distintos, el camino ha sido una repetición constante. La temperatura media se acerca a los 30 grados centígrados, aún hasta altas horas de la noche. A medio día, aún cuando llueve, el calor es insoportable. Recordaré esta región por el verde brillante del invierno, una humedad que huele a muerto y el cansancio pesado de días y días a la interperie.

Todo esto podrá sonar algo negativo, pero la realidad es que me he divertido bastante. A cada problema se le puede encontrar el aspecto favorable. Ya desde el día que salí de Belém me di cuenta que mi nivel de sudoración estaba alcanzando cifras récord. Los que me conocen de cerca estarán pensando que no es posible sudar más de lo que yo sudo, aún sin actividad física. Bueno, imagínense lo peor y duplíquenlo. La camiseta con la que empezaba a pedalear no duraba ni media hora hasta quedar completamente empapada. Exprimirla y ponerla al sol no servía de nada. Al contrario, el sudor se acumulaba y el resultado al final del día era una verdadera peste. El olor ácido, lastimero y lastimante, hacía que mis prendas entren a la "bolsa de la putrefacción" antes de lo previsto.

La solución fue simple: no usar camisa. Fuera de la primera jornada, exagero si digo que he utilizado camiseta por 20 horas en los pasados 8 días. No uso camiseta ni para dormir. Mi espalda, luego de atravezar una fase de descomposición epidérmica que seguramente alarmaría a cualquier oncólogo, ha tomado un color curiosamente parecido al del asfalto. Problema resuelto (al menos parcialmente, porque ahora, sin camisa, el sudor baja libremente y termina empapando los shorts. Tranquilos: la solución que correspondería siguiendo un simple razonamiento lógico aún no ha sido puesta en práctica.)

Ya que el asunto dinero empieza a ser un factor más determinante conforme el viaje se alarga y se alarga, he decidido ampliar al máximo la búsqueda de hospedajes gratuitos. Eso ha transformado un poco el sistema de viaje. Lo más usual en estos días ha sido plantar la carpa en las estaciones de gasolina que encuentro en la carretera. Ahí tengo la ventaja de contar con "guardianía" toda la noche y tener acceso a un baño que, aunque lejos de decente, es indispensable luego de días tan llenos de sudor. El asunto es bastante práctico, hasta divertido, pero también puede resultar extremadamente incómodo.

Imaginen un día muy caluroso en la región de Babahoyo, Ventanas, Milagro o por ahí. Luego imaginen que tienen que pasar todo ese día así sin jamás entrar a un carro o un almacén con aire acondicionado: solamente afuera con breves descansos bajo la sombra de un árbol o el techo de una tienda. Su misión en el día es pasar unas seis horas moviéndose lo suficiente como para sudar hasta por las uñas. Ah, la brisa en la piel, consuelo triste. También imaginen que cae la noche (no el calor) y tienen que buscar un lugar en donde instalar una carpa para dormir. Hay tantos zancudos y mosquitos que no es posible dejar la carpa abierta. Eso aumenta un par de grados al asunto. Al rato tienen la sensación de que todo está mojado por sudor y que todo apesta. Solo que no es una simple sensación: es cierto. El único momento en que sienten algo de "clima fresco" es a la madrugada, cuando se despiertan por centésima vez y se alegran al descubrir que el aislante ya no es una colchoneta de agua salada. Entonces se cubren con una toalla o una camisa y dormitan un par de horas más, hasta que salga el sol y empiecen de nuevo. Para el segundo o tercer día de lo mismo sienten que el mundo es un horno encendido. Si Dios existe, los está cocinando para la cena: lo prueban las burbujitas de agua que han cubierto su piel y ese aroma de sal que está en todo, todo lo que tienen. Hasta las páginas del mapa que usan para darse cuenta de que están tan lejos de cualquier parte.

Quizá la soledad sí vuelva loca a la gente. Eso y estas noches tan húmedas, tan "fedorentas" a sudor. La principal diversión del día es pensar, dejar fluir los pensamientos a la deriva, sin objeto ni trascendencia. Me doy cuenta de que contínuamente olvido lo que pienso mientras pedaleo. Lo olvido o lo escondo en algún agujero de mi mente para luego sacarlo y repetirlo. Lo doy vueltas a las mismas ideas una y otra vez, pero ninguna de ellas va a ninguna parte. Creo historias para luego repetirlas indefinidamente, y aún así poco de ello me queda en la cabeza. A veces incluso recuerdo cosas que imaginé durante el primer viaje de SAP y paso horas repitiéndolas en la mente. Imagino que soy un futbolista y hago un gol imposible, o que soy una estrella de rock y me presento frente a cincuenta mil personas, o que soy un gran poeta y explico la profundidad de mis versos a un auditorio de incrédulos. A veces simplemente imagino que soy otra persona. Invento diálogos o situaciones, momentos fugaces o períodos largos. Canto o declamo en voz alta, doy clases de lo que sea que se me ocurra e invento definiciones de palabras que no existen. Pienso en entradas de este blog que luego olvido. Repaso una y otra vez datos inútiles, como los nombres de los pueblos en que he dormido o los baños en que he tomado una ducha. Lo más curioso es que no me hace falta hablar con nadie. Al contrario, cuando me hablan me incomodo: extraño tener con quien hablar y al mismo tiempo no quiero explicar nada a nadie. Solamente me dirijo a mí mismo como si rezara un salmo: en repetición indefinida.

Maranhão, como me habían anunciado, es pobre. Aquí no existen los lujos, al parecer. Las ciudades son desordenadas, sucias, carentes de atractivos. No veo que existan en estas zonas marginales mayores desigualdades: todos viven en relativa pobreza. Las carencias no se evidencian solamente en lo material. Aquí la gente se sorprende menos de mí simplemente porque casi nadie tiene idea qué es el Ecuador o dónde queda. Decir que "venho de fora do Brasil" a menudo no significa nada. Muchos no comprenden que hable otra cosa que no sea "brasileiro", y todos imaginan que estoy "pagando uma promessa". En cierta forma, por fin he llegado a cansarme de repetir las mismas frases automáticas sobre mi viaje una y cien mil veces. Entonces a veces les sigo el juego: Sí, soy brasileño, de la ciudad de blablablá, voy rumbo a blablablá para cumplir tal o cual encargo, todo lo que tengo lo llevo conmigo porque cuando llegue allá voy a empezar a trabajar, conseguir una casa y formar una familia, etc. Como de todas formas no entiendo todo lo que me dicen, parece que quedamos a mano. Nadie sabe lo de nadie.

El quinto día después de haber salido de Belém, cuando todo la ropa que tenía se había vuelto inutilizable y el eje delantero de Sherpa exigía cambio literalmente a gritos, decidí hacer una parada de un día en la ciudad de Santa Inês. Apenas había llegado cuando un ciclista cargador del supermercado se acercó a conversar. Dijo que se llamaba Adâo, pero luego me dio su mail como Luis Carlos. Qué más da: también dijo que la Iglesia Adventista era la verdadera iglesia o algo así. Tras una breve charla me llevó a ubicar los almacenes de bicicletas para que yo fuese al siguiente día (todo estaba cerrado esa tarde porque era 21 de abril, feriado nacional por el día de "descubrimiento" del Brasil). En el camino nos detuvo un motociclista, Railson. Andaba un poco borracho, pero me ofreció llevarme a comer e incluso un lugar para dormir. Con Adão esperamos en una panadería tomando gaseosa "Jesús" (síp, así se llama) y comiendo pastel de chocolate. Como Railson no aparecía lo fuimos a buscar. Adâo, que es abstemio, me dejó a cargo de una tríada de ebrios (Railson, Felipe y Adriano) con la que terminé dando vueltas en la noche por un barrio periférico de Santa Inês. Luego fueron María, la novia de Railson, y Cleane, su prima, las que me pasearon por esas calles oscuras. Cuando finalmente me instalé en un lugar para dormir (por suerte ahora llevo una hamaca entre mis cosas) era ya más de media noche y yo apestaba a rata muerta. Hasta mañana.

La casa de Railson era pequeña y, como todas aquí, sobrepoblada. Nunca logro entender la estructura de estas familias porque son ejércitos enteros. Las señoras siempre me hablan de sus ocho, nueve o diez hijos que aún viven. Embarazos han tenido muchos más. También me hablan de sus quince o más hermanos. Las barriadas son en el fondo pequeñas ciudadelas familiares. Las mujeres son madres desde muy jóvenes y prácticamente no dejan de tener hijos hasta que biológicamente no pueden hacerlo. Las jóvenes repiten el esquema, aunque parece que al menos pretenden reducir los números. María, que tiene 19 años, tiene un hijo de dos y no pretende aumentar la cuenta. Cleane, que tiene 23 años, tiene una hija de cinco. Dice que no quiere saber de hombres porque todos son unos mentirosos y falsos. Por suerte nos descubrieron: el hacinamiento de esos hogares es insostenible.

Gente así, siempre buena, me ha ayudado a torear mis largos días hasta Teresina. No se puede negar que lo que más distingue al brasileño es un espíritu sinceramente alegre y desenfadado. De ahí viene el "jogo bonito", sin duda. Casi todo el mundo parece propenso a los chistes y las risotadas. Muy pocos son lo que parecen tomarse la vida demasiado en serio y a nadie parece durarle mucho un enfado. Istok diría: "Cultura Pelé, amigo, me encanta!" Los ciclistas de la carretera, que son muchos, casi siempre se pican cuando los paso y empiezan a pedalear duro hasta ganarme o al menos quedarse a lado mío conversando. La mayoría, cuando entiende que vengo de otro país, empieza a hablar de sus deseos de viajar, de sus aventuras propias o de la superioridad del Brasil frente al resto del mundo en cualquier asunto. En especial en fútbol, claro. Asumo que habrá pocos brasileños migrantes: a todos parece encantarles su país.

Yo sigo avanzando sin saber qué esperar ni qué hacer frente a un país tan enorme. Nunca me había dado cuenta que, en cifras, Brasil representa la mitad del continente. En números redondos, por cada sudamericano que habla español, hay otro que habla portugués, y por cada metro cuadrado de la sudamérica hispana, hay otro de sudamérica portuguesa. Como alguien me dijo alguna vez, el Brasil por sí solo es un mundo entero. No por nada se trata del quinto país más grande del globo y, en volúmen, de la octava economía del planeta. Nada de eso son datos superfluos. Hay que quitarse el sombrero frente a un país tan mastodóntico.

Quizá la prueba más constante de la enormidad del Brasil la tengo simplemente con mi mapa. En los otros países que he recorrido, siempre he tenido más o menos en claro lo que quiero hacer o lo que quiero conocer. Aquí las posibilidades parecen infinitas. Por primera vez en el viaje no sé qué responder cuando la gente me pregunta a dónde voy. Cuando salí de Quito, le decía a la gente que iba a conocer Colombia en bicicleta. Luego empecé a decir que iba a Bogotá, como para ahorrame problemas. En algún punto la respuesta cambió por un simple "A Venezuela!", y una vez en ese país siempre decía que pensaba llegar a Caracas. Luego de los días en Quito y el retorno a la capital venezolana, siempre hablé de Manaos y un retorno a casa por barco. Ya bien sabía yo que lo que quería era ir para el otro lado, pero no me esforzaba mucho por explicar esa posibilidad. Ahora, con Manaos muy lejos a mis espaldas, mis respuestas varían mucho. "Al Nordeste", "a Fortaleza", "a Recife", "a Salvador"... A todos les digo lo que me siente bien en ese momento. Ninguno sabe, y mucho menos yo, dónde y cuándo este viaje se dará por concluido. Yo albergo la esperanza de que no termine nunca, aunque casi todos los días sueñe con cosas como estar echado en mi cama en Quito (ah, la fría Quito), payaseando con Cuenqui por ahí o armando alboroto callejero con los amigos.

Quién sabe. Hoy por hoy no tengo más que seguir avanzando con paciencia y calma. Cada día trato de no pensar en las posibles distancias que me ofrece el Brasil y evito que en mi cabeza se acumule el peso de lo que podría venir. Aún así, a menudo me siento agobiado. En el fondo sé que el tiempo y el dinero terminarán por agotarse y que tendré que volver. Quizá por eso pedalee con tanta fuerza, como si tuviera prisa de avanzar y así pueda evitar perderme lo que sin duda me perderé, aunque el viaje dure siglos enteros. También sé que al mismo tiempo, pase lo que pase, no perderé nada.

Por lo pronto, en mi cabeza ronda la misma pregunta que quizá tendrán ustedes: Hasta dónde podré llegar?

Teresina, Piauí, martes 27 de abril de 2010.

7.055 kilómetros recorridos.

5 comentarios:

Fernando F dijo...

A lo bestia man sigue sigue hasta donde sea de llagar, no pienses mucho y dale hasta que te des cuenta que es hora de regresar o seguir jajaja, te deseo lo mejor pana y hasta el próximo post.

Anónimo dijo...

¡Qué bueno ver de nuevo un blog tuyo, especialmente después de las amenazas de suspenderlo, que despertaron tantas voces en contra de semejante idea! Qué bueno, también, que hayas vuelto a tener una cámara de fotos, para que así sigamos disfrutando de texto e imágenes.

¡Siete mil kilómetros! ¡Ya vas a igualar la increíble hazaña de SAP I!

No sé qué causa más asombro: si la enormidad del país y la monotonía del paisaje y el clima de la región que estás atravesando o tu resistencia ante las distancias, las incomodidades, el cansancio, la soledad.

Pero, en fin, mientras sigas yendo al sur y se vaya aproximando el invierno austral, el calor tendrá que ir cediendo y nuevos paisajes deberán ir asomando por el horizonte. Fuerza, pues, y constancia. Y cuando, desde cualquier punto del continente, decidas que ya es suficiente y que deseas regresar a casa, todos tus panas te recibiremos con los brazos abiertos.

Anónimo dijo...

chuta... brasil... sus caminos, los personajes, una frase dicha por alguien en algún lugar muy lejano y transportada virtualmente... las profundidades de tu pensamiento que viaja...

un poquito de allá está ahora acá.

que bueno es leerte guabiñas, imagino colores, sabores, hasta voces y también me haces tener ganas de escribir, aunque las mías sean aventuras de morondanga...!

te abrazo desde quito con full cariñito my only negrin y barboncito te veo que andas broder Ah y por amor a cristo esas fotos de sudoración extrema son absolutamente gra tui tas jaja te quiero mi guañuziiiis

Neudy Monsalve dijo...

Hola amigo Andres, pense que ya estabas en su tierra "Quito" pero veo que aun esta algo distante aunque desconozco que tanto... algunas personas de acá de Mérida, algunas veces me preguntan por tí y espero a raíz de esta noticia informarle sobre tí. hace una semana atras marcho un japones que se quedo 5 días en la fundación, en dirección a Bogota donde termina su expedición luego de más de 4 años de viaje por toda america con más de 54,ooo km recorridos. De mi parte continuo deseandole el mejor de los exitos esa travesía por tierras amazonicas, y que puedas llegar con toda tranquilidad a si tierra en la espara de sus amigos y familiares, que deben estar deseosos de verte y compartir contigo toda esa hermosa aventura vivida durante meses. Le agradezco me escribas al recibir esta y me informe su ubicación y a que distancia estas de Quito aprox.

Un abrazo y cuidate bastante

Neudy Monsalve Vielma

sara dijo...

dale Guabitas hasta que el cuerpo y sobre todo el espíritu aguanten!!! sigue ue tienes demas fuerza .... besitos y full energía!!!