domingo, 30 de mayo de 2010

Días de resurrección (haciendo trampa en Sergipe y Alagoas)

La última vez que anoté "día 150" en un diario fue en Bariloche, tras haber concluído la vuelta por el Circuito Chico y cuando empezaba a hacerme a la idea de haber terminado "el gran viaje", "el gran sueño", "la gran marcha hacia el sur". Recuerdo bien la caminata nostálgica y conmovedora con la que cerré esa aventura hasta la Patagonia, y pienso aún en esos momentos como capítulos especiales, queridos, irrepetibles de mi propia historia. Un precioso cuadro romántico, digamos. El kilometraje oficial final de esa primera etapa de Sudamérica a pedal sumó 8.768 km, número que, ahora me doy cuenta, nunca fue anotado en este blog. Ahora que he escrito cifras similares en un nuevo diario, puedo decir, pues, que, en términos de números al menos, la historia se ha repetido. Mi segundo "ochomil". Vaya cosa.

La diferencia está en que ahora, mientras anotaba ese "día 150" en algún lugar del litoral sur de Pernambuco, continuaba lidiando conmigo mismo para saber cómo continuar un esfuerzo que me tenía cansado y apático, fundido y enfermo. Aún con las importantes ciudades que tenía cerca, me sentía en medio de la nada, en camino hacia ninguna parte. Ese día arrivé a un pequeño pueblo que difícilmente recordaré y que me acogió con el mismo ánimo silencioso que tantos otros en la ruta. Me esforzaba por disfrutar el camino, pero a fin de cuentas continuaba sintiéndome solo, débil, injustificadamente irritable, quizá un poco roto.

Todo eso, sin embargo, no me asustó entonces ni me asusta ahora en absoluto. Bien sabía desde el principio que el Brasil no sería poca cosa: es enorme, caliente, acaso monótono. A pesar de mi estado anímico quebradizo, he seguido avanzando con la idea fija de que no puedo darme el lujo de desperdiciar estos momentos. Basta con recordar que aquí estoy divirtiéndome por gusto propio. Puede ser una diversión complicada, difícil de asimilar aún para mí mismo, pero es diversión al fin y al cabo. No me olvido de que estoy haciendo lo que "he escogido" hacer (me pregunto cuánta gente será verdaderamente capaz de decir algo así), ni se me escapa que cada día que pasa es una avalancha de aprendizajes de todo tipo. Los problemas que aquí me atormentan no son más que gajes del oficio, y la "inercia sin sentido" de la que por ahí me empiezan a acusar no es algo particular de mi viaje, sino parte de la vida misma: no se curaría con volver a casa.

Los días pasados han sido, además, suficiente buena aventura como para sacar del letargo a cualquiera. Bastó tan solo un ligero cambio de táctica. Después de Recife no he vuelto a ver una autopista federal y me he mantenido estrictamente bordeando el litoral, la mayor parte del tiempo por carreteras secundarias, muchas veces por caminos de tierra o piedra, y aun a veces por la misma playa. Mi trampa ha consistido en "cortar camino" por las diversas bahías, desembocaderos y ensenadas que se encuentran junto al mar. En total, he subido cinco veces a Sherpa en balsas o canoas para sortear los obstáculos de agua y procurar caminos que me sigan conduciendo al sur. Me he perdido, he sido atacado por enjambres de mosquitos, he dejado caer cosas, me he enlodado bajo la lluvia, me he caído, he vomitado... Ha sido genial.

El término de estos días excepcionales ha sido uno de los estados más emblemáticos del Brasil: Bahia. De manera específica, su capital: Sâo Salvador da Bahia de Todos os Santos, metrópoli de más de 3 millones de habitantes y tercera ciudad brasileña en tamaño. Salvador es, además, el enclave de donde surgió el Brasil moderno. Su fundación en la primera mitad del siglo XVI y su particular disposición en la entrada de la enorme bahía que le da nombre la convirtieron en un punto crucial para las aspiraciones portuguesas en nuestro cotinente. Durante la mayor parte de la época colonial, Salvador fue el centro administrativo, militar y comercial más importante de la América lusitana, tanto así que las diversas capitanías hereditarias del Nuevo Mundo (cuyos epígonos modernos son los actuales estados del Nordeste), estaban sometidas, antes que al propio rey, a la autoridad del Gobernador General del Brasil, afincado en Salvador. En términos de categoría política, Salvador no perdió su primacía hasta finales del s. XVIII, cuando la capital fue trasladada definitivamente a Rio de Janeiro.

Como parte de toda esa época dorada que ha dejado en Salvador uno de los cascos urbanos antiguos más llamativos del Brasil, la importancia cultural de la ciudad radica en haber sido por siglos el crisol de una diversidad poblacional muy diversificada. Aún ahora Salvador es la ciudad de población negra más grande fuera de África, sin que ello deje de lado los vestigios de presencia indígena y propiamente europea. El mestizaje salta a la vista: junto a bahianas "tradicionales" vestidas con trajes portugueses que se usaban en la vida diaria hace 100 años se encuentran grupos ensayando capoeira en las plazas y academias de música que combinan batucada con amplificación eléctrica. Todo revestido del velo falseador de la industria del turismo, claro, pero no por ello carente de una autenticidad firme y vívida.

Salvador tiene todo lo que he visto en otras ciudades durante mis meses de viaje por el Nordeste, y como tal resulta un gran colofón para el recorrido de esta región a la que llegué "por la puerta de atrás". El llamado "Pelourinho" -el centro antiguo propiamente dicho- es, con justicia, otro de los sitios patrimoniales reconocidos por la UNESCO en el Brasil. Algo conocíamos ya hace tiempo gracias al videazo ese de Michael Jackson (ojo que no todo está filmado en Salvador, las escenas de las favelas son de Rio; el Cristo Redentor también, claro), pero hay bastante más para ver. La ciudad vieja está dividida como en dos peldaños de una escalera. Abajo, junto al puerto y la bahía, queda la "cidade baixa", más llena de comercios y residencias populares. La "cidade alta" está plagada de edificaciones monumentales, plazas, edificios administrativos, predios religiosos y residencias antes destinadas a la clase noble. Hoy en día, ambos sectores se conectan por funiculares o un famoso elevador (Lacerda) que empezó a funcionar a finales del XIX. Aunque no tan grande como podría esperar un quiteño (nuestro centro de Quito es verdaderamente enorme!), el Pelourinho gusta y atrapa con todo el peso de su historia y sus calientes atardeceres frente a la bahía.

Pero me olvido de lo escencial: hasta Salvador he pedaleado otro gran trecho de kilometraje, he recuperado mi ánimo y mi salud, y he atravezado dos estados nordestinos más, Alagoas y Sergipe.

Salir de Olinda y la Región Metropolitana de Recife no fue cosa simple. El centro de la ciudad me aturdió bastante y terminé por equivocar la ruta. Pasé por otro municipio antiguo y de importante peso histórico por su relación con Olinda, Jaboatâo dos Guararapes, pero no me detuve por pensar, gracias a las indicaciones de mi mapa que pocas veces se había equivocado, que estaba encaminándome en una dirección muy distinta a la que buscaba. Tras muchas preguntas y al menos un par de horas de marcha en medio de un tránsito pesado y casi sin espacio para Sherpa y yo, logré conectarme con la costanera bastante más al sur de las playas urbanas de Recife que pensaba conocer. Por ahí seguí al borde de los municipios de Cabo de Santo Agostino e Ipojuca hasta que finalmente me encontró la noche en Rio Formoso. No entré al famoso Porto de Galinhas (a pesar de que me lo habían recomendado desde que estaba en Venezuela) porque eso hubiese significado un nuevo día de descanso y estaba más interesado en avanzar que en repetir los días extraños de Olinda.

La siguiente jornada fue ya el encuentro directo con el mar. Durante todo el litoral de Alagoas, estado al que entré bajo una lluvia fuerte, casi nunca dejé de ver la enorme masa de agua contenida hacia mi costado por infinitas llanuras de "coqueirais". Tener al mar a la vista, así sea a la distancia, resulta de alguna manera refrescante, si bien son pocas las veces que en realidad me he metido al agua. En Porto de Pedras hice mi primer atajo en una balsa y para la caída de la tarde había llegado al diminuto caserío de Riacho, parte del municipio de Sâo Miguel dos Milagres. Ahí pasé la noche en una área de campamento, pero no me apuré en levantar la carpa y me conformé con la comodidad de mi hamaca y un buen techo de paja. Mi estómago quiso arruinarme el día luego de que me zampé un buen puñado de castañas de caju, pero no le hice mayor caso, convencido como estaba de que ya era hora de buscar ayuda médica en mi próxima parada en Maceió. Los que sí consiguieron sacarme de quicio fueron los zancudos, a los que combatí con un pantalón, una camiseta de mangas largas y algo de angiroba (un extracto vegetal repelente, muy utilizado en la Amazonía, que me regalaron en Belém). Me consolé pensando que no siempre los cuartuchos de posada significan resguardo para ese atado de bichos hambrientos.

La visita al doctor no sucedió en Maceió, sino más de 200 kilómetros al sur, en Aracaju. Hasta allá había recorrido dos etapas más, ambas de kilometrajes muy altos y rodadas hasta horas de la noche. Fueron días difíciles. Hasta Piaçabuçu tuve uno de esas etapas en las que me entra el diablo y avanzo como si delirara, jadeando durante horas, volando sin pausa en cuerpo y mente, llevando al límite la capacidad de mis piernas. El día anterior, por caminos perdidos entre cañaverales que me hicieron perder horas hasta orientarme y dar con la ruta cierta, llegué a sentir algo así como un topar fondo. Tuve que empujar a Sherpa por la arena, bajar y subir laderas muy empinadas por caminos de tierra, abrirme paso por matorrales para luego salir de nuevo por el mismo camino y buscar mejores atajos. Azuzados por el sol, los malestares estomacales volvieron con diarrea e incluso vómitos. Yo era un caos de sudor y comezón por los picados de mosquitos. La carretera se desleía por el infierno que le arrojaba el sol y no encontré, por muchos kilómetros, una sola persona con la cual compartir mi abandono. Ese tipo de días, que me asustan y me hacen pensar que en el fondo no soy capaz de todo esto, son los que inyectan mi espíritu de renovados bríos por seguir. Suena contradictorio, pero así funciona.

De Aracaju en realidad no conocí gran cosa. Casi todo el día lo pasé en un hospital público esperando turno para poder ver a un doctor. Yo solamente quería el papelito que me permitiese comprar antiparasitarios. Sherpa había quedado a unas diez cuadras sometiéndose a cuidados similares (yo había rodado hasta el hospital en una bicicleta que me prestó el mecánico). La espera era larga y yo aprovechaba para ir y venir entre hospital y mecánica constatando la tremenda fuerza que tiene Sherpa frente a una bicicleta un poco más convencional. Finalmente entré a un consultorio en el que pasé apenas 5 minutos respondiendo preguntas de mi viaje. De la diarrea ni nos acordamos. A la salida una enfermera me tuvo sentado una media hora con una sonda de suero y antibióticos antes de dejarme ir a comprar las ansiadas medicinas. Dos días después, la enfermedad era historia.

Había recorrido unos 60 kilómetros hacia el sur de Aracajú cuando encontré a otro cicloturista concentrado en la vera del camino tratando de abrir un coco a machetazos. Era Gastón, un arquitecto argentino que ha rodado por un buen pedazo del litoral atlántico sudamericano. Haciendo algunas etapas en bus y otras en bicicleta, espera llegar hasta Natal, conseguir algún trabajo para juntar dinero y luego proseguir hacia el norte. Mis historias de la Amazonía le llenaron los ojos de deseos por aventurarse por la selva. De su parte recibí muchos datos de la ruta que debía seguir los siguientes días e incluso un mapa. Nuestro almuerzo de ese día fueron los cocos que él había recogido y tardó un buen tiempo en abrir (claro que yo, una hora después, devoré un platazo de 10 reales para rellenar el huequito que quedó por ahí en las tripas).

Me quedaba tan solo concluir el litoral sur de Sergipe para llegar a Bahia. Pensaba hacerlo lo más rápido posible, pero ni el cuerpo ni los parajes me lo permitieron. Fue mejor así. Vía mail, recibí orden expresa de la encantadora Anabela "sólo uno por grupo" Vargas (a.k.a. "Popol Bombita" en algunos tugurios quiteños y "Bela" en ciertas regiones del Brasil): tenía que detenerme el mayor tiempo posible en el litoral nor-bahiano para conocer los lugares en los que ella había vivido y trabajado algunos años atrás. Un gran consejo. Inevitable, además. El día en que llegué a Porto de Sauipe estaba ya fundido. Mis piernas se quejaban reclamando descanso. La pausa necesaria me permitió conocer Imbassai (quizá la playa más bonita que he visto en el Brasil, por no decir la playa más bonita que he visto, a secas) y Praia do Forte, un pueblito hiper-turístico invadido por visitantes de todo el mundo y rodeado de arrecifes y playas de ensueño.

Praia do Forte, sin embargo, es mucho más que turismo excesivo. La localidad alberga una serie de sitios de gran interés, como el Castillo Garcia D'Avila, única construcción de estilo medieval que existe en nuestro continente, edificio más antiguo que se conserva en el Brasil y cabeza de lo que alguna vez fue el mayor latifundio que ha registrado la historia americana: 800.000 kilómetros cuadrados que se extendían desde Bahia hasta Maranhâo (espacio que a mí me ha tomado más de un mes en recorrer). Y hay aún más. En Praia do Forte funciona una de las sedes más importantes del Projeto Tamar, responsable de un exitoso trabajo de conservación en gran parte del litoral brasileño, que ha sacado a las tortugas marinas del riesgo de extinción y hasta la fecha ha logrado que lleguen al mar más de un millón de tortugas recién nacidas. El poblado también alberga la sede administrativa del Instituto Baleia Jubarte, otro baluarte del conservacionismo bahiano, que dirige diversas actividades como censo, monitoreo y protección de los grandes cetáceos. Súmenle un paraíso para surfistas y artesanos et voilà: Praia do Forte.

También gracias a los contactos de Popol pude contactarme con algunas personas que han estado pendientes de mí tanto en Praia do Forte como aquí en Salvador. Marina Lima, administradora de turismo, me indicó los puntos claves del sector, me consiguió hospedaje barato y me hizo probar un montón de comida local que seguramente nunca hubiese probado por limitarme a los económicos "pratos feitos" de arroz, fréjol y carne.

De Praia do Forte hasta Salvador fueron 55 km de carretera y 35 de recorrido urbano hasta el centro de la ciudad. Aún antes de haberme instalado por completo me topé con una pareja de cicloturistas (Evandro y Lidiane) que han viajado unos 2.500 kilómetros desde Sâo Paulo y piensan hacer un recorrido por toda Latinoamérica. Su estilo, sin embargo, es muy particular: solamente quieren recorrer las playas, para lo cual nunca se acercan a las carreteras principales y a menudo se enfrentan a complicados problemas de movilidad. He escuchado con mucho interés sus propuestas para que realice un recorrido similar al suyo por el litoral sur de Bahia. En principio resulta atractivo, pero es demasiado complicado. Y como me cuesta cierto trabajo explicarles que para mí es también atractivo ver los pueblos que para ellos no son más que feos y sucios, y que me urge avanzar rápido para llegar lo más lejos posible con el dinero que tengo, pues simplemente me he limitado a escucharlos y considerar sus propuestas.

Cada vez que me encuentro con otros cicloturistas despiertan en mí fuertes interrogantes sobre mi forma de viajar. Con cien o diez mill kilómetros encima, ellos son los únicos "cotejas" que puedo encontrar mientras avanzo, y siempre termino por encontrar un espíritu más osado en las aventuras que no me pertenecen. Gastón trataba de conseguir su propio alimento con el machete que le habían regalado, o mejoraba en la elaboración de cestos con hojas de palma para tratar de cambiarlos por comida. Evandro y Lidiane viajan trabajando con un programa de concientización sobre conservación ambiental para niños de escuelas. Hacen los contactos directamente en los lugares que recorren, y lo poco que cobran por su charla (1 real por niño) les avanza para proseguir la marcha. A mí nunca se me ha ocurrido un método para volver algo más sustentable el recorrido, y no solo parece que gasto bastante más que otros viajeros, sino que me interesa muy poco el tema del dinero hasta que éste comienza a faltar. En suma, mientras la mayoría busca hacer del viaje una forma de vida, yo busco una suerte de evasión a una vida de la que no pretendo escapar, sino simplemente descansar. No me atrevo a desprenderme totalmente: por eso establezco lazos fuertes que me mantengan atado aún desde lejos y a menudo torno el recorrido en un asunto de velocidad.

En fin... Yo trato de ejercer los intereses que me han movido a emprender un recorrido como este y en base a ellos cifro mi experiencia. No puede ser de otra manera. Ciclismo, paisajes, geografía, historia, algo de poesía en mis cuadernos, los relatos de este blog: esas son las formas que he logrado elaborar para desarrollar mi viaje. No todos tenemos las mismas ventanas por donde mirar el mundo. No que esté del todo conforme con las mías (no convendría estarlo), pero de todas formas ellas me han permitido ver y lograr bastante. Aún así, me quedan algunos vacíos, algunas dudas. Descanso y en muy poco tiempo empieza a formarse en mí el deseo de nuevamente salir con un brío desbocado hasta el agotamiento vuelva a detenerme. Quizá en el entretiempo me esté perdiendo de mucho. Quizá esté pecando de apurado, de superficial. Y siento algo como miedo de no ser capaz de retener nada.

Se me alargan las palabras y empieza a osurecer en las callejuelas del Pelourinho (no tienen idea cuánto trabajo y tiempo me cuesta cada uno de estos posts). Hace tiempo que he querido hablar sobre el "espíritu" que voy descubriendo en este Brasil tan tropical y playero, pero no encuentro ni el tiempo ni la forma. Confórmense por ahora con algunos datos tontos que anoté en mi diario hace días.

Cosas por las que desconfiar (o confiar) del Brasil (o de los brasileños):

-Todos aman a Lula, aun la oposición.
-Han tenido dos presidentes en los últimos dieciséis años, tres en los últimos veinte.
-Se refieren a sí mismos hablando en tercera persona ("a gente se incontra", "a gente tem fome"...).
-Desprecian a Maradona, pero le tienen miedo a Messi.
-Nunca toman café sin azúcar.
-Le dicen "bolo" al pastel, "pastel" a la empanada y "refrigerante" a la Coca-Cola.
-Consideran que la menestra de fréjol es su gran aporte a la culinaria mundial.
-Le ponen 10% de jugo de naranja a la Fanta, pero solo 2,5% de jugo de limón a la Sprite.
-Ignoran el concepto de "cabina telefónica".
-Tienen un estado del tamaño de Zamora Chinchipe (Sergipe) y otro casi seis veces más grande que el Ecuador entero (Amazonas).
-Tienen una ciudad que se llama "Navidad", otra "Juan Persona", otra "Arrecife", otra "Río de Enero" y otra simplemente "Pelotas".
-Creen que todo hombre que habla español es argentino y que Ecuador queda en Maranhâo.
-Creen que "hawaiana" es un tipo de calzado y "Perú" un animal.

Y lo más foco:

-No bailan ni escuchan salsa.
-No conocen el reaggetón.

(Sem ofensas, pessoal! Sâo só brincadeiras sem sentido, hua hua...)

De nuevo casi recuperado, retomaré la ruta mañana o pasado mañana. Me falta relativamente poco para salir del Nordeste y poner a Rio y São Paulo al alcance de la mano. A 20 días del inicio del invierno, mi avance hacia el sur promete cambios considerables. En no mucho tiempo, el calor pasará a ser un recuerdo anhelado y tendré que empezar a combatir con su hermano opuesto. Quizá pueda retomar las noches en carpa antes de que las cosas se pongan demasiado frías. Quizá tenga que volver antes. No pienso rendirme hasta que las circunstancias me obliguen a hacerlo, y por "circunstancias" me refiero básicamente al dinero, porque tampoco pienso accidentarme o enfermarme de algo verdaderamente grave. Y el dinero empieza a acabarse. Hoy por hoy, consumo ya el dinero con el que debería financiar un pasaje de regreso. De aquí a poco, todo lo que gaste empezará a ser parte de una deuda, asumiendo que pueda conseguir un buen banco amigo (eso va con dedicatoria paterna).

Qué más da.

Mi preocupación principal sigue siendo cómo organizarme para avanzar y al mismo tiempo no perderme muchos partidos del Mundial.

Salvador, Bahia, martes 1 de junio de 2010.

9.543 kilómetros recorridos.

11 comentarios:

AAAbikers dijo...

Estimado Guabas.

Desde ya te debo confirmar que me siento en deuda contigo.

Los caminos que nos has llevado a recorrer sobre la Sherpa al infimo costo de un click, nos compromenten contigo para apoyarte en tu regreso.

Espero sinceramente que salga tu publicacion (ya debes considerarlo como un hecho), para adquirirla con avidez como el recuerdo de un viaje que permitiste lo realizaramos junto a Ti..

AAAbikers Quito-Ecuador

Anónimo dijo...

Es difícil mantener el optimismo con el estómago adolorido. Me alegro mucho de saber que cuerpo y espìritu andan ahora mucho mejor.

Desde luego, cuenta con el apoyo familiar para ayudarte no solo en el regreso, sino en lo que quede del viaje. Estoy de acuerdo con AAAbikers en que te lo debemos por lo mucho que disfrutamos tus narraciones. No solo que tus palabras y tus fotografías están bien puestas, sino que los ciclistas de fin de semana disfrutamos enormemente, en forma vicaria pero intensa, de tus aventuras. Es casi como que viajàramos contigo, sentados sobre las alforjas de Sherpa.

Un abrazo,

CLC

Anónimo dijo...

Uuuuyyy se puso mas interesante aun... sabemos que fuerza no te hace falta, y de ley asoma alguna solucion para regresar... Épico!!!
Me inspiran tus relatos San Guabas! Espero con ansia el siguiente post...

Piquteiro

Anónimo dijo...

¡Eres grande Guabitas, otros 8.000! Abrazos y mucho ánimo.
ViviV.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con CLC y TLC y AAA, por mi parte MSV te acolitara tambien en lo que haga falta con el unico proposito de que llegues a Sao Paulo y le des una cachetada a la negra.
Oye cual es el video de MJ que sale Bahia?
MSV

ƒriandise dijo...

Vaya ahi! espero que cumplas toda la trayectoria como me dijiste! besos! suerte guabinhas! ;) postal! postal!

Eiv dijo...

Guabas:

Cuánta valentía para llegar hasta donde has llegado... y cuánta valentía para seguir.

Dale ahí al Brasil. Y pa dónde vayas después.

Atte:
El Ave

PD.- Y no te olvidarás de los saludos a la que sabemos

fanfarriateam dijo...

Confieso que por el apuro al comienzo leí tu post super saltado... pero estaba tan interesante que tuve que volver al inicio y leérmelo completito...! Además también las fotos, como siempre, re bacanas! Y bueno my only, qué puedo decir? al leerte te imagino contándolo todo en vivo, con un buen guazpetito en mano... me emociona mucho leerte y descubrir esos caminos lejanos! Te echo mucho de menos, pero quiero que sigas adelante sin planes exactos, dejándote llevar por tu mapita azaroso :)

Vamo ahí mi brodert, si te caíste ebrio de una cama elástica en declive y rodaste al machángara, no hay amazonas ni mosquito ni choro ni bache que te detenga
Y lo mejor es que el final está en suspenso...

Sabes que no te dejaremos solo.

Marina Lima dijo...

Guabas!

Fiquei encantada com suas palavras falando do meu País, se você já está no sul da Bahia, não deixe de conhecer Itacaré, uma Praia perfeita próxima a cidade de Ilhéus terra do cacau.
Mande notícias! Beijos
Marina / Praia do Forte-BA

GuaMBRa CaRiSHiNa dijo...

Vamos ahí Guabiñas!! Mucha fuerza para seguir, no te detengas! Un abrazo.

Anónimo dijo...

Chuta, buena nota que hayas llegado tan lejos y que sigas pedaleando, dale loco.

Samir