lunes, 14 de junio de 2010

Sherpa en el país de los desiertos tristes

Ay... tac-tac-tac... ay... Algo me duele entre las fibras de las ruedas, como si se hubiese perdido algún engrane en los sacudones de los últimos baches. No sé si él no se da cuenta o simplemente me ignora. Qué tipo. Mientras más me quejo, menos habla conmigo. Juega a estar enojado. ¡Como si yo tuviese alguna culpa! O quizá se enoja en realidad. No lo sé. No lo entiendo del todo. Soy como él, que es incapaz de comprenderme. ¡Pero he pasado horas explicándole y explicándole lo poco que necesito para estar feliz! Es como un niño. Bobo y excesivo. Atolondrado. Sordo como todo hombre. Al menos para todo lo que no sea él mismo. ¡Ah! Aún cuando todo está mal, se limita a darme palmaditas en el lomo, en el mismo lugar donde todos los días caen sus pegajosas gotas de sudor. "¡Bien!", grita. A veces se ríe. O dice cosas absurdas, risibles, cosas que no entiendo. A veces también pega grititos, como de alegría. Celebra las crestas de las lomas o simplemente la vastedad de los horizontes. Hemos visto tantos ya... Cada día es uno, tras otro, tras otro. Ni siquiera sé en dónde estamos. O sí lo sé, pero siento que no, que no lo sé. Y quiero seguir así... Disfruto nuestra pretensión de peregrinos, nuestra errancia de caracoles caminando con su casa a cuestas... Qué puedo decir. Yo nací para esto.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que pasamos un día en completa paz. Hemos enloquecido un poco ultimamente. El día que salimos de la gran ciudad de la bahía él tenía todo un plan en su cabeza. Me habló de eso toda la mañana: sería mejor apurarnos para salir de ni sé dónde y acercarnos a ni sé qué sitio... Ese sería un "gran salto", un "gran cambio"... Cuestión de climas y espacios... Algo así. Qué sé yo. Siempre se está poniendo metas, objetivos, plazos... Boberas de esas. Yo lo escucho en silencio pretendiendo interesarme y aprobar cada uno de sus planes. Son nuestros planes al fin y al cabo. En el fondo, sin embargo, a mí nada de eso me importa. Disfruto de rodar, punto. Si es aquí, allá o más allá para mí carece de importancia. Mientras más avanzamos parece que crece su obstinación por cumplir algún esquema. Como si esto fuese una misión que nos ha sido encomendada y de cuya conclusión depende nuestra supervivencia. Es así de crucial. Una tontería mayúscula en la que nos desvivimos, divirtiéndonos y demoliéndonos al mismo tiempo. Hay algo un poco macabro en el sentimiento que nos tiene aquí, sin posibilidad de darnos tregua. Algo así como un miedo esencial. Inevitable. Miedo a la muerte, quizá. ¿Me explico? Si paramos, morimos. Dejamos de ser lo que somos. Pasamos a ser otra cosa. Ah, es difícil... Ni siquiera entiendo lo que digo. Pero llegará el día. Entonces lo entenderé bien. Entonces, cuando hayamos perdido nuestro tiempo en el paraíso.

Nuestros días se han vuelto un asunto de rituales y cábalas. Tenemos una suerte de ceremonia que celebramos sin descanso. Un día tras otro. Siempre igual, aunque tan distinto cada vez. Es increíble lo rápido que pasan los horas mientras la carretera se va deslizando bajo mis ruedas. Hay días en los que no hemos terminado de despertarnos y ya estamos en un nuevo planeta. Avanzamos entre un cúmulo de gente que no termina nunca, como si nuestro viaje fuese la plaza de algún carnaval. Esquivamos cuerpos y comparsas. Golpeamos algunos hombros. Intercambiamos frases, sonrisas, y a cada paso nos detenemos para llenarnos de golosinas y brebajes. En cualquier giro encontramos algo capaz de asombrarnos y en seguida lo olvidamos: otra sorpresa nos ha salido al paso ya. En medio de todo, vamos como un buque a la deriva, entre borrascas y calmas. Tan solos que nos damos miedo. Alguna vez me preguntó si creía que estábamos pagando alguna condena. Yo no supe qué decir. Él me acarició el lomo, riendo.

La mayor parte del tiempo la pasamos conversando. Mientras el día avanza y los kilómetros ruedan, cada uno inventa historias en voz alta y las comparte con los demás. Él es quien más habla, claro. Yo soy más una pared que le sirve de eco para no dejar de hablar. Michi, la más silenciosa, se limita a reír, suspirar, lanzar quejidos o agitar las gotas de aire con sus alitas de trapo. Son besos del viento, dice ella. Hay días, también, en los que me aburre mi silencio y soy yo la charlatana. Me dejo llevar. Conversar, a menudo, no consiste en intercambiar ideas. Ni siquiera pretende ser un acto de comunicación. Lo hacemos por costumbre. Por tener algo que hacer. Nuestras palabras nos sirven de telón de fondo a la marcha incesante del día. Es como tener un radio encendido en una habitación llena de gente que trabaja: el rumor de las palabras es solamente un ronroneo que nos hace compañía. De hecho, me resulta difícil pensar en esas conversaciones una vez que han terminado. No hay duda, las palabras son aire. ¡Tanta cosa que se desvanece! Me siento un poco culpable: tenemos toneladas de tiempo y no hacemos más que malgastarlo. Lo vamos arrojando en el camino, como aquello de los mendrugos de pan. Ya se sabe: aún con ellos es imposible encontrar un camino de regreso. Es algo de lo que no nadie está a salvo.

Cuando nos detiene el cansancio, busco la sombra. Él busca comida. Es un espectáculo verlo sentarse a acabar con todo lo que ponen a su alcance. La gente se asombra un poco de nuestras irrupciones insaciables. Pienso en un vagabundo hambriento. Quizá por eso nos miran con una mezcla de recelo y compasión. ¿Cómo explicarlo? Somos un conjunto exagerado y sucio... A mí no me molesta. Puedo estar la vida entera cubierta de barro, con grasa vieja pelándome las costillas, olfateando el polvo que se desprende de mí misma. Lo de él es ya un asunto penoso. Ignoro cómo soporta su invariable aroma a sudor rancio, curtido en ropas y pieles. Es algo que se le ha metido por todo el cuerpo y le llega ya al espíritu. Una marca. Está en todas partes. No sirve de nada lavar una y otra vez lo que llevamos. Bueno, tampoco es que lo hagamos... Nos pesa el sudor como nos podría pesar un recuerdo inevitable. Bueno o malo, poco importa. Es algo que nos define. Que nos hace ver lo que somos todo el tiempo. El sudor es el peso del esfuerzo que nos tiene aquí, en esta titánica tarea de no detenernos nunca.

Los rituales de la noche pertenecen a un estado de sopor. Después de tantas horas bajo el sol, somos simplemente torpes. Él vuelve a buscar saciedad para su hambre. Cosa imposible. Limpia las manchas de su rostro y se golpea los músculos. Trata de olvidar el dolor. Yo me arrimo a algún muro y espero. También me es necesario el descanso. No soy de hierro. Él anota cosas en sus cuadernos, me pregunta por algunos detalles del camino, se sienta a leer o a tomar café. Cuando hay una televisión cerca, nos actualizamos con las dos o tres novelas que nos han atrapado en estos meses, o vemos los goles que no alcanzamos a mirar en alguna gasolinera del camino. A veces él conversa con personas que no llego a conocer. Comparten comida o cerveza. Casi todos me miran con extrañeza: nadie cree que haya nacido tan lejos. ¿Qué tiene de extraño, pues? Me irrita que me miren así, como a un bicho. Cuando se acostumbran, empiezan las preguntas tontas. Como cuántas veces he cambiado de llantas. ¿A quién le puede importar eso? La gente es tan absurda a veces.

Las noches a la interperie se han hecho cada vez más raras. Las extraño. Cuando ocurren, él no se separa de mí ni un momento. Puedo descansar sin el peso de las alforjas qué el retira para guardar en la carpa. Además, me gusta despertarme con el cosquilleo del rocío pasándome la mano por el cuerpo. En los cuartos, en cambio, tengo que permanecer con el equipaje encima. A veces paso horas encerrada, sola, con Michi dormida en mis espaldas, esperando que él vuelva de sus caminatas nocturnas entre estaciones de buses y cafetines. Cuando empieza a contarme lo que ha visto sin mí, esa misma noche o al día siguiente, yo me hago la sorda. No es que no quiera oírlo, pero me duele un poco el orgullo. No soy un burro de carga. También me gusta pasear para descansar. Eso, aún cuando yo no necesite dormir tanto como él. La vigilia es suficiente para devolverme fuerzas. Me pregunto qué pensará él mientras ronca durante las noches. También habla dormido. Lo intenta, por lo menos. Muchas veces me he visto escuchando sus balbuceos incomprensibles. Da vueltas y repite cosas sin sentido. Palabras inconexas. "Faburra", "bigurona"... cosas así. Duerme prácticamente mordiendo la almohada. Es de risa.

Hay ciertos días en que pasan cosas que lo alborotan. Me habla de ríos importantes, o estribaciones montañosas por las que debemos pasar. También juega sumando y restando kilómetros. Los cálculos no solo lo entretienen: creo percibir que lo consuelan. Vamos como llenando un álbum de cromos. Se emociona cada vez que cree estar cerca de completarlo, o cuando simplemente encuentra una figura rara. Para, toma fotos, me golpea el lomo, levana su puño al cielo. Es difícil saber cuándo le vendrá uno de esos atrancones de alegría. Una mañana anduvo agitado con los numeritos del odómetro. "Ya mismo", me decía, "ya casito". Hacía frío por primera vez en meses, eso lo recuerdo bien. Cuando la pantallita estuvo llena, se detuvo y dio vueltas al paisaje con los ojos. Era una pequeña cañada sin nada para ver, fea en realidad, pero él parecía tratar de memorizar cada detalle. "¡Diez mil! ¿Te das cuenta?" Yo no lo entiendo. En mi vida he rodado muchísimos más. Él ha estado ahí todo el tiempo. ¿Se ha olvidado de eso? La pantalla volvió a cero y los números volvieron a nacer. Nada más que decir. Pobre, creo que en serio está loco.

A veces pienso que soy demasiado trivial. Siempre me concentro en mirar el camino. No hay nada más que me interese. Él, en cambio, siempre está mirando para tierras lejanas, hacia cosas que en realidad no vemos ni podremos ver. Nunca está del todo satisfecho con lo que encontramos al paso. Desde hace tiempo que me viene hablando de una región a la que hemos bordeado sin entrar, que hemos evitado como se evita un callejón de aspecto peligroso. Me cuenta de un tal Riobaldo que le habla a diario de esas tierras. Es una región antigua, que no existe más, de hombres en perpetua rebelión contra sí mismos. Una región de desiertos. No propiamente de llanuras áridas y desoladas, sino de desiertos crecidos en el interior de los hombres que la pueblan. Desiertos tristes, dice él. A mí me cuesta un poco entender todo eso que me dice. Lo intento. Me habla de jagunços y cangaçeiros, de campesinos convertidos en demonios que guerrean como nosotros avanzamos: simplemente porque la vida les ha caído encima. Son hombres enamorados de la alegría, de la libertad, de ellos mismos. Él los imagina con conmoción. Cuando se nos acaban las palabras y el silencio empieza a asustarnos, sale con cosas de esas... "¡Sherpa, juguemos a los desiertos tristes!", y entonces somos cuatreros del sertâo cabalgando por una ribera de espinares, huyendo de las balas federales o buscando el rastro de la tropa de algún hacendado al que hemos jurado venganza. Es un juego de emociones y sospechas. La vida en perenne estado de aventura. Ya se sabe: "Viver é muito perigoso"...

Nuestros juegos normalmente se desvanecen en el barullo intenso de la carretera. Se acercan los pueblos y los camiones empiezan a rugir como una bandada de perros rabiosos. Les tengo un poco de pena, a los camiones, a los carros. A pesar del alboroto, casi siempre pasan cabizbajos, doblados hacia el piso por el cansancio que los consume. Están cansados de su propio ruido que los vuelve sordos. Muchas veces perdemos la protección de la banquina y tenemos que competir por un espacio junto a esos mounstros. A pocos les importa nuestro paso. Simplemente avanzan, con los ojos cerrados, empujándonos a los huecos o escupiéndonos sus bocanadas de humo. Quizá ni siquiera se den cuenta de nuestra presencia, tan aturdidos están por su propio peso. Algunos, los menos, pasan lanzando al aire un estruendo de pitidos. Verdaderos alaridos de animal desesperado. ¿Son sus saludos? Quién lo sabe.

En estas últimas semanas hemos sido muy fuertes. Él se regocija con sus cálculos y metas que me repite a cada instante ("más de 1.100 kilómetros en 10 días..."). A mí me basta con saber que seguimos aquí juntos. Solo llamo su atención cada vez que necesito ayuda para seguir. Quisiera zapatos nuevos, un poco de grasa en las rodillas... no es gran cosa. Desde que nos alejamos del mar todo ha sido una piel arrugada entre cerros verdes, pastizales y bosques madereros. Tenía razón en algo: las cosas han cambiado. Ahora hace mucho más frío y los árboles del camino son distintos. Los días son más grises y ventosos. A veces, incluso, hemos parado para sacar algo de ropa de las alforjas. Hace poco hacíamos lo contrario. Me acuerdo de días remotos, entre nieve y un aire de hielo. Fue divertido. Quizá volvamos a eso. Ni él ni yo lo sabemos. Pero ambos soñamos con lo mismo.

Las cosas van bien. Más o menos. Han pasado tantos días ya. Los nombres y lugares se me escapan. Es él quien se preocupa de eso. Es su labor. Me acuerdo de ciertas cosas... el puerto de Valença, las laderas de Camamú, la autopista de Eunápolis, mis radios rotos y reparados en Teixeira de Freitas... Ahora me han vuelto a doler las ruedas. Nada grave. Si él se da cuenta, si hace algo, claro. Si algo hay que lamentar, es que hemos perdido la capacidad de conseguir ayuda. Tanto andar para olvidar lo básico, qué delirio. Nos llegó a cansar ese juego. Él dice que es preferible la carpa o la posada. No lo dice, lo piensa, lo hace. No sé por qué no procura algo más. Dice que ya no tenemos dinero, pero lo malgasta. Estamos más solos, qué más da. Nos hemos vuelto más rápidos, eso sí. ¿Importa eso? Yo no entiendo de esas cosas. Intuyo que resulta necesario reducir el peso de lo que falta, de lo que puede faltar. Eso es lo que lo tiene tan agitado. Yo no me preocupo. Ya lo dije: las cosas van bien. Más o menos.

Bien ganado nuestro nuevo descanso. Esta ciudad estrecha se ha empapelado de banderitas amarillas y verdes. Él no quiere seguir hasta ver en qué termina todo eso. Rituales del fútbol, otra cosa sobre la que no entiendo nada. Por mí está bien pasar unas cuantas noches con los cauchos quietos. Mi único temor es que algún día, en un buen momento, el camino se acabe. Se vaya él o me vaya yo. Nada es para siempre. Por suerte es así. Pero qué triste también. Las grandes verdades duran poco, lo que un amor, un viaje o una buena taza de café. Eso dice él, al menos. Pero él dice tantas cosas... En fin... Necesito de él para ser lo que soy. Tanto como él necesita de mí para volar sobre sí mismo. Es algo complicado. Cosas que no entiendo, como siempre. Algo, sin embargo, tengo muy en claro: nunca antes, ni siquiera en los lejanos caminos de las montañas, había sido tan feliz haciendo algo tan simple.

Qué puedo decir. Yo nací para todo esto. Claro que sí.

Vitória, Espiritu Santo, martes 15 de junio de 2010

10.654 kilómetros recorridos.

10 comentarios:

ƒriandise dijo...

Wao! Te felicito Guabinhas! Me alegro mucho por voce ;) las foticos estan muy bacanas. Solo sigue pedaleando, mucho apoyo yyyy zuannn!!! muah!

Anónimo dijo...

Querida Sherpa:

Hemos dicho varias veces que Andrés escribe bien, pero tu lo haces aún mejor.

No sé si tu te acuerdes, pero somos hermanas. No de nacimiento (tu eres española pura y yo soy taiwanesa de padres estadounidenses) pero sí de almacén, en donde nos conocieron el mismo día los compañeros de nuestras vidas.

Y aunque el mutuo cariño no ha disminuido, nuestras vidas han sido bastante distintas. Tu vas ya muy cerca de cumplir los 20 mil kilómetros y yo voy apenas por los dos mil. Mientras yo he recorrido los alrededores de Quito, tu has caminado alrededor de Sudamérica. Mis zapatos, aunque ya gastados, son todavía los originales; mientras que tu ni siquiera nos quieres decir cuantos pares habrás gastado. O quizá en realidad ni siquiera lo recuerdas.

Envidio tu bagabundeo sin fin, viendo cada día un paisaje nuevo, que nunca volverás a cruzar. Yo paso los días y las noches reclinada contra una pared de piedra, esperando con ansia que llegue el fin de semana para salir al aire, al sol y al viento, muchas veces en compañía de la Negra, que se alegra aún mas que yo misma de tales salidas y no deja de gemir de gusto y agitar el aire con su gruesa cola.

Desde la cómoda tranquilidad de mi refugio te envío un fuerte abrazo y mi deseo de que te siga yendo muy bien.

Con todo cariño,

Alite

Lupa Jacob dijo...

Olá Sherpa, quanto tempo ainda vás seguir rodando?
Vamos acompanhando teus quilómetros vividos sempre a diante, atentamente.
Um saludo a Michi e um forte abraço a Guabas.

fanfarriateam dijo...

Sherpita sabe lo que dice!
Full feedback
VAMOOO AHIII ESOS 10.000 MILLONES DE KM QUE FALTAN POR RECORRER!!!

Unknown dijo...

Ei, André!

Uma pena que não conversamos mais aquele dia. Gostaria de ter perguntando algumas coisas para quem sabe, planejar a minha viagem também!!

Boa sorte em sua jornada, espero que tenha gostado de Vitória.

Nos falamos por e-mail!

Abraços,

Jamilly, Vitória-ES - Brasil

io dijo...

q bacan! recién hoy puedo terminar de leerlo completo y con detenimiento! hay una vocesita q seguro me recuerda a guimaraes! me gusta esto: "No hay duda, las palabras son aire. ¡Tanta cosa que se desvanece!" so true! al principio pense q eras tu mismo hablando de un alguien interno, despues ya cache q era sherpa! me gusto fuull! abrazote!

-José Antónimo- dijo...

"Viver é muito perigoso"

Bacán el texto guabas... a los que nos robaron la bici nos toca hablar solitos, así que me demoré un rato en darme cuenta, de hecho lo volví a comenzar por la mitad.

¿Qué es Michi?

Anónimo dijo...

Como le coge uno carino a las cosas no Sherpa?

Pero que aventura que te estas pegando igual, FUERZA, de aca te mandamos un abrazo gigante.

Los Kangaceiros...

sara dijo...

Sherpa es grande Guabas!! me gusta full lo que escribiò dile que lo siga haciendo y tratala bien no dejes de escucharle.. besos y abrazos a los 3..

GuaMBRa CaRiSHiNa dijo...

¡Qué buen post Guabiñas! Sherpa ha sido lo más!