miércoles, 7 de abril de 2010

Bom dia, Brasil!

Manaus, al fin!

Tras una semana y media realmente endiablada, he logrado llegar a la ciudad de Manaus, capital del Estado Amazonas y, con sus casi dos millones de habitantes, la urbe más grande de toda la Amazonía. A partir de la frontera con Venezuela he avanzado poco más de 1.000 kilómetros en un total de 9 jornadas de pedaleo muy cansadas. Etapas de 120 y 130 kilómetros han sido cosa de todos los días. El avance ha sido a momentos muy pesado por el calor húmedo de la selva y a ratos atemorizante por los verdaderos vendavales de agua que revientan de improviso, con una furia y duración que solo he visto cerca de la línea equinoccial. La región que he atravezado, si bien bastante más poblada de lo que yo esperaba, ha sido también una prueba de soledad: entre población y población puede haber a veces hasta más de 100 kilómetros. He tenido que plantar mi carpa en parques y estacionamientos, me he bañado en ríos y quebradas, y he lidiado con algunos extraños problemas de salud. Todo esto en un nuevo país: el gran Brasil.

Ya que ni en Santa Elena ni en Pacaraima había bancos que aceptasen mi tarjeta, entré a Brasil prácticamente sin un centavo en el bolsillo. Pensaba comprar algo de comida en lata con mis últimos recursos y con eso avanzar dos días hasta Boa Vista, capital del Estado Roraima y única ciudad que encontraría en la ruta a Manaus. Mi buena suerte salió al paso antes: casi todas las tiendas de Brasil, por pequeñas que sean, trabajan con puntos de débito electrónico. Con eso pude guardar el poco efectivo que tenía (y que me sirvió mucho luego) y llenar mis alforjas de comida pagando directamente con la tarjeta. Asunto asegurado, los primeros kilómetros por el nuevo país los pedalée muy contento y lleno de energía. Los saludos de la gente me puso tan alegre y seguro que por un buen tiempo fui lanzando unos avezados "bom dia!" a todo lo que se me cruzaba en el camino: "Bom día, perriño!", "Bom día, arboliño!", "Bom dia, Brasil!" Ya me había dado cuenta que, a pesar de la estrecha cercanía entre español y portugués, en realidad no entendía un carajo de lo que la gente decía, así que decidí darle rienda suelta al portuñol más atrevido que han visto estas regiones y hablar con la gente como si estuviese enteradísimo de todo y muy al tanto de la jerga local. Es divertido.

El extranjero es siempre un poco tonto. Cuando, además de extranjero, es ignorante del idioma, se vuelve casi estúpido. Eso puede ser una ventaja en ciertas circunstancias, pero también acarrea todo tipo de peligros. En Boa Vista casito pago la de novato... Y en qué forma! Como llegué un día sábado por la noche y los domingos prácticamente no tienen actividad, no tuve más que salir a dar vueltas por el centro para por lo menos ver algo de las edificaciones e imaginar cómo sería la cosa en la vida diaria. Cuando caminaba por un parque largo que acompaña una de las avenidas principales del centro, un hombre desde un carro bajó la ventanilla y dijo algo. Yo, que no entendí nada, le sonreí y levanté la mano como diciendo, otra vez: "Bom dia!" El carro bajó la velocidad y se detuvo un poco más adelante. El tipo se bajó mientras yo seguía caminando como si la cosa no fuese conmigo. Él comenzó a caminar hacia unas casetas de baño cercanas, también como si la cosa no fuese conmigo, y volvió a decir algo, aunque casi a murmullos. Yo seguía con el entendimiento en blanco y una sonrisota de pendejo en la cara. Por ahí logré entender un "Vai pra onde?", y simplemente dije "No sé, solo camino" (era verdad). El tipo quería que yo me acerce a donde él estaba. Por suerte empecé a desconfiar, y simplemente seguí caminando por mi rumbo. El desconocido tuvo que hacer un gesto muy explícito para que yo entendiese finalmente sus propósitos: él estaba buscando una pareja (sexual, claro) y pensó que yo también. Casi me río, pero logré poner el rostro más serio que las circunstancias me permitían y decir no con la mano. El resto del día caminé con las nalgas un poco más apretadas.

Boa Vista, de todas formas, me sirvió para preparar mi mente para los días que se venían. A tan solo dos jornadas de Venezuela, ambas muy calientes y largas (la primera noche en Brasil acampé junto a un restaurante del pueblo Três Coraçôes), yo ya estaba muy cansado. La mañana en que debía continuar con el viaje me sentí, además, algo enfermo. Desayuné en la cocina de la posada en donde había pagado un cuarto y empecé a calentar el cuerpo. De pronto, me asaltaron unas náuseas muy bruscas y terminé vomitando en el estacionamiento. Por suerte nadie me vio: para ese entonces, solamente hubiese podido decirle otro "bom dia!" y nada más. La cosa fue breve y violenta. En seguida me sentí bien y decidí salir como estaba previsto. Aparte de más tarde dejar una buena y no tan consistente firma al pie de un árbol en el camino, no volví a tener problemas, pero me sentía débil. Quizá, pensé, se debía a que estaba tomando mucha agua recogida directamente de los ríos, pero tengo pastillas para desinfectarla y las he usado, así que no debería ser eso. En todo caso, un par de veces en los siguientes días me sentí otra vez algo mareado y débil. Mi remedio fue comer.

Ese día de la vomitada pedalée casi 140 kilómetros hasta la población de Caracaraí, en donde puse mi carpa junto a un centro cultural de la "prefeitura" (gobierno municipal) y tuve un incomodísimo baño en las aguas del río Branco, uno de los principales afluentes del río Negro, en cuyas orillas está Manaus. También conocí a algunos artesanos viajeros y pude darle un poco más de forma a mi portuñol conversando un buen rato con ellos. Casi todo mímica, claro. Las dolencias, por su parte, se me subieron literalmente a la cabeza. Poco antes de cumplir la meta del día experimenté una comezón muy fuerte en la parte posterior del cráneo y el cuello. Fue tanto que tuve que detenerme y tratar de aliviarme. "Piojos!", pensé. Nunca los he tenido, así que no sé cómo identificarlos, pero desde entonces pasé unos tres o cuatro días tratando de limpiarme el pelo con un peine muy fino y lavándome con shampoo (cosa no tan frecuente en este viaje). La noche en Caracaraí, además, casi no pude dormir a causa del calor. La carpa se transformó en un sauna y todo, todo, se impregnó de sudor. De hecho, en todos estos días nunca he dejado de sentir que todo lo que tengo está sucio y sudado. Nunca llegué a descubrir la causa de las picazones, pero es claro que tiene que ver con la falta de aseo.

Para mi sorpresa, la foresta amazónica tardó mucho en aparecer. La gran mayoría del territorio por donde he transitado para llegar a Manaus está sumamente deforestada y adaptada a la crianza de ganado. En realidad, la única etapa en que me sentí verdaderamente en la selva fue cuando tuve que atravezar la reserva indígena Waimiri Atroari, entre los Estados de Roraima y Amazonas (día 5 desde Boa Vista), a lo largo de unos 130 kilómetros de vegetación muy tupida, salvaje y, para mi mala suerte, regada de muchísima lluvia. Todo lo demás está parcial o fuertemente afectado. Es posible pensar que la franja de selva que acompaña la carretera es la más llena de haciendas y tierras dedicadas a la ganadería, pero me han dicho que el asunto se repite en tierras más lejanas y básicamente es el mismo en toda la amazonía. Fuera de las reservas y las tierras protegidas, la explotación de los recursos de la selva parece ser intensiva. Me he enterado que las políticas ambientales de Brasil son muy favorables a la conservación y la explotación sustentable de los recursos, pero la Amazonía es tan grande que la fiscalización es imposible. Existen muchos grupos indígenas y no indígenas que se dedican a la explotación de recursos que en rigor son ilegales. La ganadería elimina hectáreas de bosque y destruye los suelos en poco tiempo. Aún cuando la selva parece inagotable, la situación es a simple vista preocupante. Lo triste es que se vislumbran pocos caminos para solucionar los crecientes problemas.

Luego de Caracaraí atravecé el río Branco y no volví a ver una corriente fuertemente caudalosa hasta la llegada a Manaus (antes del río Branco había atravesado varios ríos considerablemente grandes, en especial el Uraricoera). De ahí en adelante viajé siempre siguiendo el sentido del mismo río pero a muchos kilómetros de distancia, del lado oriental. Eso no significó de ninguna manera la ausencia de agua en el camino. Conforme me fui acercando hacia el Amazonas, la cantidad de agua aumentó y aumentó de manera casi geométrica. Los últimos 150 kilómetros de carretera son una sucesión de "columpios" (lo que los ciclistas de Venezuela llaman "chinchorros" o "quiebra-patas") a veces muy pronunciados. Atrás de cada loma se encuentra una bajada fuerte en cuyo fondo está el lecho de un río o un pantano. Toda esa agua, de una u otra forma, se reúne para volcarse en el río Negro y, finalmente, en el Amazonas. La cantidad de agua es verdaderamente sorprendente. Tanto como el cansancio y agobio que causan los interminables columpios de la vía.

El día en que llegué a Vila do Equador tuve la suerte de ver a un grupo de mamíferos de río que estaban muy activos. Ignoro el nombre de los animales que vi, pero hasta donde pude distinguir se trataba de una suerte de nutria o foca de piel oscura y no más de un metro de largo. Por lo menos tres o cuatro de esos animales estuvieron nadando a unos 50 metros del puente desde donde yo miraba. Lo que me alejó fue un aguacero fuerte que se desató de pronto. Es normal aquí que en apenas unos cinco minuntos el cielo pase de ser un espacio azul radiante a una acumulación de nubes negras. Me he dado cuenta de que cada vez que el viento aumenta, las posibilidades de lluvia aumentan también. Las lluvias suelen ser breves y muy fuertes, aunque también he soportado lluvias no muy pesadas que se extienden por cinco, seis o siete horas. Cuando el cielo se calma es muy común ver un gran número de pájaros de todo tipo revoloteando entre los árboles o simplemente haciendo alboroto. He visto garzas, loros, papagayos y hasta tucanes. También una gran variedad de pájaros cuyos nombres desconozco. La fauna de la región está muy a la vista, a pesar de la fuerte presencia de actividad humana.

Entre momentos de lluvia y buenos soles me fui acercando nuevamente a la línea equinoccial. Vila do Equador es una pequeña población del Estado Roraima, unos 20 kilómetros al norte del ecuador terrestre, a donde llegué en medio del aguacero más fuerte en el que he tenido que pedalear durante mi travesía por la Amazonía. Me refugié en la estación de buses completamente empapado. Mientras esperaba y buscaba algo de comida, se acercó un joven a quien había visto comer en una tienda en la ciudad de Rorainópolis, 40 o 50 kilómetros atrás. Junior (su verdadero nombre es Elito) casi no esperó ni un minuto para invitarme a su casa a pasar la noche con él y su familia. Esperamos que escampe un poco y al poco rato estábamos ya bajo techo seguro y con ropas al menos medianamente secas. El resto de la tarde la pasé acompañando a Jr., su esposa Elizia y sus hijos Agali y Elizeo en el diminuto puesto de venta de golosinas que tienen en el parque central de Vila do Equador.

Jr. y Eliza, de 26 y 23 años, acaban de mudarse al pueblo. Hasta hace dos meses vivían en Manaus, en donde él trabajaba como mesero en un restaurante. Decidieron vender todo lo poco que tenían e irse a vivir al pueblo en donde mora la mayor parte de la familia de él. Consiguieron que les presten una humilde cabaña en la cual acomodarse y en el municipio tramitaron el permiso para vender golosinas en un puesto público. Ahora se han establecido un poco y tienen planes de comprar una hornilla a gas para vender algo más de comida en su naciente negocio. También creen que es indispensable conseguir una nevera para vender refrescos y demás. Además de invitarme a comer (cena y desayuno) y de permitirme pasar la noche en una hamaca (que es el único mueble que tienen en su sala), me ayudaron de una manera muy especial: por primera vez en el Brasil tuve la oportunidad de hacer muchísimas preguntas básicas para mejorar mi comunicación. En pocas horas pude aclarar mis dudas con respecto a la utilización de muchas palabras y aprendí algunos verbos claves que ahora uso todos los días. Por fin sentí algo más de seguridad al hablar, en lugar de simplemente decir lo primero que se me viene a la cabeza en mi portuñol desvergonzado. Aunque ellos nunca lo sabrán, mi enorme agradecimiento va más allá de una hamaca y un plato de comida: casi casi puedo decir que ellos me enseñaron a hablar, aunque en realidad aún no pueda decir mayor cosa.

Al siguiente día fue el único de toda esta etapa en que pedalée menos de 100 km. Tuve que hacerlo para quedar al borde de la reserva indígena Waimiri Atroari en cuyo interior no es posible pasar la noche. De hecho, dicen que no es posible detenerse. Yo venía cargando una nueva dolencia, mucho peor que las anteriores. Fue en Caracaraí donde recuerdo haber sentido por primera vez cierto dolor al orinar. Un día después, en Novo Paraíso, antes de llegar a Vila do Equador, me fui a dormir con la preocupación de dolores agudos cada vez que orinaba. Hasta ese rato no le había dado mayor importancia al asunto, pero en la mañana me acerqué al baño con mucho recelo. El ardor fue fuertísimo. Asustado, me senté sobre el trono de la trascendencia para reflexionar, como todo buen filósofo, con la mano en la quijada. Pensé en la posibilidad de cálculos en los riñones, o quizá en una próstata tempranamente inutilizada por tanta bicicleta. Cuando bajé la mirada para consultar el asunto con mi pana el enfermo, éste me sonrió con la boca manchada de rojo. Algo así como lo hubiese hecho Rocky luego de su primer enfrentamiento con Apollo Creed. También habían unas gotas de sangre en los bordes del escusado. Yo me quedé frío, así que no pude sonreír de vuelta. Más bien lo miré con algo de resentimiento y rabia: tenía que aguantar al menos 5 días más.

Aunque el asunto de la sangre no se ha repetido, los dolores no han desaparecido. El episodio más grave ocurrió en medio de la tan mentada reserva Waimiri Atroari. Yo había empezado a pedalear muy temprano en la mañana para afrontar con tiempo los 130 y pico kilómetros contra los que mucho me habían advertido: los indígenas son violentos y no les gustan las visitas, hay muchos animales salvajes, la carretera está en mal estado, no hay dónde dormir del otro lado, etc. De todo eso, lo único verdadero resultó ser el mal estado de la carretera. Indígenas vi muchos, pero ninguno hizo otra cosa que saludar. Llovió todo el día, sin tregua. Todo absolutamente estaba mojado y cubierto de barro. Cuando oriné me retorcí del dolor. Estuve varios minutos arrimado sobre el volante de Sherpa lamentándome mis penas. Un poco más adelante, un indígena salió a la carretera y me detuvo. Llevaba un cuchillo en la mano. Yo pensé que venía a terminar de castrarme para que no sufra, pero solo me preguntó cómo y a qué horas había entrado a la reserva. Yo respondí en un castellano dubitativo, para que quede claro que era un turista extranjero que no entendía nada de nada y por poco estaba ahí por error. Luego vi a otro indígena que salía de la maleza con un atado de peces. Ah, para eso el cuchillo. Lo siguiente fue preguntar en perfecto portugués cuánto faltaba para salir de la reserva. Sin que le importase mucho, uno dijo "já estás chegando". Y se fueron. Yo también.

Al salir de la reserva tenía tanta hambre que me sentía capaz de meterme al río y cazar un manatí para almuerzo. Eran las tres de la tarde y yo no había comido más que galletitas. Avancé y avancé con la esperanza de econtrar un lugar para comer. Me puse varios límites para detenerme e irrespeté todos. Hubo un momento en que me rendí y me detuve para acabar con mis reservas de comida. Un kilómetro más adelante de eso (uno, nada más), encontré un restaurante/posada. De las puras iras volví a comer, con postre y todo.

En la tarde me quedé dormido entre mi ropa mojada y apestosa en un cuarto lleno de zancudos. Cuando desperté al inicio de la noche, escuché a la gente afuera del cuarto hablando de bicicletas y viajes entre países. Salí inflando el pecho para responder sus ávidas preguntas y encontré a Istok, un ciclista cubierto de lodo y agua, apestando como un chivo igual que yo y devorando un plato de comida. Él había hecho en un día lo que yo a duras penas en dos: 180 km con lluvia, indígenas con cuchillos y todo lo demás. Cuando le pregunté de dónde era, dijo Yugoslavia. "Eso no existe", dije yo. "Sí, antigua Yugoslavia, cultura rock n' roll", dijo él. Desde entonces hemos viajado juntos por el norte del estado Amazonas hasta Manaos. En Presidente Figuereido, a donde llegamos hecho trapos, tratamos de poner nuestras carpas junto a un circo ambulante. Al no lograrlo, optamos por el patio de un hotel y una cena que, según ambos, ha sido el banquete más salvaje de nuestros viajes. Fueron unos 30 dólares bien invertidos.

Istok está bastante loco. O al menos bastante más loco que yo. Ha viajado por más de un año y piensa hacerlo por cuatro años más. Cuando entró a México hace unos seis meses no hablaba nada de español. No es que ahora hable mucho, pero puede hacerse entender hasta por una piedra. Su portugués es verdaderamente artístico. Además, parece estar locamente enamorado de Brasil y Argentina. Toda buena situación entra en lo que él llama "cultura Pelé" o "cultura Maradona". Habla con la gente como si estuviese dictando cátedra, aunque en realidad no dice nada. Juega a fingir que está loco para comunicarse con la gente, mientras sueña con liberarse del mundo actual. Piensa comprar una yurta y vivir de su propia agricultura en algún lugar de Eslovenia. "Capitalismo fuck-off, amigo", dice cuando ve una Coca Cola. Si lo que ve es un columpio demasiado grande en la carretera, lo que dice es "heavy metal, amigo, heavy metal". Y pa'rriba.

Tener alguien con quien compartir la ruta fue definitivamente una ayuda para las últimas jornadas de aproximación a Manaus. Las cosas han sido más relajadas y divertidas, aunque también más lentas. Hacia el final de la ruta, yo solamente pensaba en llegar. No me importaba ni el paisaje, ni los kilómetros, ni los caminos, ni la gente. Quería llegar y botarme a la basura. Sherpa estaba sucia hasta la punta de los cachos. La llanta de atrás llegó a tener cinco radios rotos y el eje delantero volvió a presentar problemas. El último día venía como sobre una perinola con voz de matraca. La complicada relación entre mi pobre próstata y el asiento de Sherpa había llegado a un punto álgido. Ya casi no se podían ver. De la misma manera en que ocurrió cuando llegué a Caracas, llegué a Manaus consumiento mis reservas de energía. Estaba muerto. A juzgar por su rostro desencajado, creo que el loco del turbante podría decir lo mismo.

Y bueno, Manaus, Manaus. Estar en el centro de la Amazonía es como vivir dentro de una lavadora de platos. Uno siente que vive cocinándose, y el único alivio son las lluvias torrenciales, calientes, espesas. Mientras Sherpa y su nueva amiga entran en proceso de resurrección, nosotros no hacemos nada más que deambular como entes por las calles de esta hoguera, tratando de reacomodarnos un poco, comiendo como anacondas y excediéndonos con cerveza barata. Acercarse al Amazonas causa más temor que esperanza: tan grande, tan mastodóntica es su fuerza. Istok piensa tomar un barco rumbo a Tabatinga y de ahí adentrarse en la Amazonía peruana por Iquitos y Pucallpa. Si le he entendido bien, su ruta deberá enfrentar viejas memorias de SAP: Huánuco, Cerro de Pasco, Junín, Huancayo... Yo, por mi parte, pienso ir exactamente al lado opuesto. Ya que he llegado al mayor río del mundo, voy a dejar que me lleve la corriente. Espero que Brasil no me aplaste como a una cucaracha.

Ya veremos. Ahora sigo pensando solamente en echarme a dejar que un poco de tiempo pase sobre mí sin dejar huellas.

Quizá lo más lógico sería ir a visitar a un médico. No sé si me hace falta oír que no debo andar más en bicicleta, que debo ser más aseado y que algún vaso, conducto o qué sé yo de mi región genital está roto. Tal vez vaya y no entienda nada de lo que me diga. Tal vez vaya y gaste todo mi dinero en medicinas que no quiero tomar. Tal vez vaya y encuentre alivio. Tal vez no. Tal vez no vaya. De todas formas, en realidad no duele tanto.

Manaus, Brasil, miércoles 7 de abril de 2010.

6.044 kilómetros recorridos.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta última entrada de tu crónica me ha hecho comprender que soy hombre de montaña fría, no de selva cálida y húmeda. Leyéndote me he sentido agobiado por el calor, pegajoso por la humedad, sucio, sudado y lleno de parásitos. Esos climas no son para mi.

En cuanto a tus dolencias físicas, estoy, por supuesto, de acuerdo en que vayas a consultar un médico. No es de ninguna manera aceptable ir por este mundo botando sangre, y menos por el caño delantero.

Mi diagnóstico -debería decir mi imaginación- se inclina por un cálculo renal que fue expulsado el día que te salió sangre. Si tal fuera el caso, hay poco (creo) que los médicos puedan hacer, pero al menos podrían descartar otras posibilidades que requirieran tratamiento y recomendarte tomar muchos líquidos, evitar deshidratarte con sudoraciones excesivas (!) y tomar unos días de reposo. Para todo ello, me parece que el "dejarte llevar" unos días por las aguas del gran río puede ser el tratamiento providencial que necesitas.

En todo caso, te seguiremos acompañando con nuestro interés, buenos deseos y oraciones.

Un abrazo,

CLC

El diario de Eni K. dijo...

Mi consejo: mucha agua, solo mucha agua.

Juaver dijo...

Un juguito de arándanos por si acaso ha de ser... Ánimo ahí querido guabitz!!! Eres una bestiaaaaaa!!! (tómalo como quieras)

usila dijo...

Me he reído, he sentido un calor insoportable, dolor intenso (imaginable talvez), emoción por tus encuentros.
Que gusto leerte Guabitas!
Agua y más agua.
Abrazos para ti.
Y que tu sherpa no claudique.
Fer :D

v.v. dijo...

¡Vaya ahí Guabitas! Fuerza y adelante. Un abrazo grandote.

sara dijo...

A ver Guabitas por partes: pucha que me sentí hasta con temor del Amazonas, sentí esa fuerza enorme que puede llenarte como acabarte...pero tu Guabitas de seguro que logras seguir y seguir..pa´lante mijo. Luego si diría que unas aguitas han de haber que te puedas tomar no vale que vayas tan enfermito piensa en el futuro de tu amigo el adolirido!!

Anónimo dijo...

Chevere que ya estes por allá, pero que pena lo que le ha sucedido a la "Gran Bestia", debes llevar al compañero al doctor, suerte pana

Samir

Anónimo dijo...

guabitas esa sangre me asustó, de ley que necesitas un descanso, estoy de acuerdo con el señor carlos landázuri cuando dice que no es de ninguna manera aceptable ir por este mundo botando sangre y menos por el caño delantero, ja! palabras sabias
cuide su legado guañuzis

se le piensa, se le quiere y se le extraña!

atte. amari chanchubris

Anónimo dijo...

Hijo de la gran.... lo lograste, lo lograste hijo de la valiente, te mando un abrazote mi pana y sabes que me hubiera gustado mucho acompañarte
un abrazo fuertee!!!!
MS

GuaMBRa CaRiSHiNa dijo...

Guabiñas!!! Eres grande!! Pero no te descuides veee! Espero que ya hayas ido al médico, la salud no hay que dejarla pasar y es lo que necesitas para continuar tu aventura, así que veeeee haga el favor! Un abrazote.

pALo dijo...

El Guabas! ánimo hermano! lo del doctor broder me parece que es urgente! asi que nada de descuidos. También leí lo de la cámara y lo siento por eso. Yo creo que debes buscarte un reemplazo q sea económico para q sigas posteando! Ya sabes que se te mando un abrazo grande y todo el ánimo del mundo. Se le extraña bastante por acá! La vida se ha transformado también en la capital... que siempre estará en espera!! salud!

Cuenqui dijo...

Osote, me he divertido mucho con este post y tus ocurrencias a parte de que ya llegaste a Manaus!!!! y una vez m´as nos sorprendes, ya pero un poquito de cuidado con uno mismo siempre es bueno :) muaaaaaaaaa ya hablamos