miércoles, 24 de marzo de 2010

La Gran Sabana

Hacia el sureste del Estado Bolívar, extendida por más de 15.000 kilómetros cuadrados y con una altitud que oscila entre los 1.000 y los 1.500 msnm, se eleva una meseta ondulada, rocosa, de bordes muy abruptos y vegetación rala o relativamente baja en su mayor parte. Ante mis ojos (una hormiga pedaleando por el horizonte), fue desde el principio una llanura enorme, hermosísima, enteramente refrescante y poderosa. Rodeada por descomunales macizos de piedra vertical, adornada por bosques que brotan aquí y allá como manchas opacas sobre un óleo brillante, e inundada por saltos, arroyos y quebradas, "La Gran Sabana" ha sido la última y gran sorpresa que Venezuela me ha ofrecido antes de dejarme partir. Como parte principal y más amplia del macizo guayanés, la Gran Sabana es la formación geológica más antigua del planeta, lo cual quiere decir que se trata de la región de tierra firme que más tiempo ha estado por fuera de la superficie del mar. Las rocas de la Gran Sabana son tan antiguas que no guardan vestigio fósil alguno: existían aún antes de que la vida apareciese en la Tierra, cuando Sudamérica aún no existía siquiera como continente. Ahora, en cambio, son una parte formidable de nuestro continente, y un escenario increíble para las aventuras de SAP.

De todos estos pasados días, solamente seis han sido de viaje en bicicleta, y solamente tres de ellos al interior de la Gran Sabana. Tanto Sherpa como yo hemos avanzado flamantes y llenos de expectativas. Salimos de San Félix con buenas provisiones, mucho descanso y un nuevo ángel guardián en las espaldas. Desde ese día hasta ahora, Vicente se ha mantenido en contacto y pendiente de todo el periplo. De hecho, el primer tramo pedalée hasta la casa de dos amigos suyos que me esperaban en la poblacion de Guasipati. Raúl Guzmán y su esposa Lucila, que también se han mantenido en contacto desde ese día, me alimentaron y dieron posada luego de una larga jornada de 157 kilómetros. En la mañana de ese día, también por consejo de Vicente, me atiborré de "catalinas" o "cucas" con queso guayanés. Estos pequeños panes de harina de trigo con panela son famosos en la autopista que conduce a la ciudad de Upata y me sirvieron como provisiones durante toda la semana. Un poco antes de encontrar la casa de Raúl, un colombiano me invitó a tomar gatorade y me regaló 50 bolívares. Las personas que estaban cerca, la mayoría transeúntes malencarados y hasta amenazantes, se acercaron y en segundos hicieron una colecta de 50 bolívares más. Por ellos me enteré que el sacerdote de la ciudad había anunciado mi llegada hace algunos días. Hasta ahora no entiendo quién era o cómo lo supo, pero al parecer yo era conocido antes de llegar.

Ansioso por acercarme al Brasil, de Guasipati salí tan temprano como tarde había llegado la noche anterior. Otro día largo me esperaba para llegar a la población minera de El Dorado. Ahí debía buscar la casa de un tal Bruno, migrante suizo que mantiene una hostería en las afueras del pueblo y de quien me había enterado gracias a Sekiji, el ciclista japonés a quien conocí cerca de Cumaná. Antes de ello pasé por El Callao, población reconocida por albergar los carnavales más famosos de Venezuela y por haber presenciado el primer partido de fútbol jugado en el país en 1876. No tuve más tiempo que el necesario para dar una vuelta por la plaza del pueblo y tomar algún refresco. Quizá me faltó conocer algo más de la intensa actividad minera que mantiene a la zona, en especial la minería aurífera, pero en realidad no quise permanecer más tiempo en esos pueblos calientes y distantes. Del suizo no hay nada que decir: apenas y me saludó. Si no hubiese sido por su esposa, ni siquiera hubiese podido poner mi carpa en su terreno para pasar la noche. Para colmo, en lugar de bachacos, esta vez tuve que lidiar con un par de cucarachas grandotas que no tengo idea de cómo se metieron a la carpa. Rápidas y escurridizas, las malditas.

A la mañana siguiente desayuné en El Dorado y seguí la marcha hacia el sur, cada vez más cerca de la Gran Sabana y del Brasil.

Además del calor que no da tregua, me sorprendió la cantidad de vegetación calcinada que encontré a todo lo largo del camino. En parte por la sequía, que ha sido brutal, y la práctica descontrolada de tala y quema que realizan los indígenas pemones del sector, encontré a la selva a todo lo largo de la carretera prácticamente en llamas. En algunos sectores solamente se veían grandes potreros de terreno vacíos y enegrecidos por las cenizas; en otros, el humo de la vegetación ardiendo inundaba la calzada por kilómetros. Campos y campos de arbustos amarillentos parecen esperar por una chispa que los encienda y los reduzca a polvo en segundos. Aunque no estoy seguro si en parte la quema era intencional, en su mayor parte el fuego que encontré parecía descontrolado.

Para sumarse a la colección de animales muertos encontrados en la carretera (la cual incluye no solo cientos de perros, sino pájaros, caballos, vacas, iguanas, armadillos, algunos mamíferos que no he podido reconocer pero que parecen ser algún tipo de oso hormigero y demás), cerca de Tumeremo me topé con una serpiente que superaba el metro y medio de longitud. Sentí recelo hasta de acercarme al cadáver para tomar fotos, y me ponía nervioso con cada carro que pasaba y la aplastaba un poco más cuando no lograba esquivarla. Esa noche, en la población de Las Claritas, ni siquiera pregunté por un lugar para acampar: me imaginé una de esas enroscándose por la carpa y en seguida fui en busca de uno de los cuartuchos baratos que no veía desde hace rato.

Claro que lo de los cuartuchos tampoco es garantía alguna. La noche que pasé en San Francisco de Yuruaní, dos días después de Las Claritas, tuve una extraña visita a media noche. En una posada indígena me alquilaron un cuarto que tenía en realidad cinco camas. Yo ocupé una solamente, pero dejé una bolsa de plástico cerrada con algunas provisiones en la cama adyacente. En la madrugada me levanté a orinar, y cuando entré al baño vi una sombra trepando por la pared y escabulléndose por las láminas de zinc del techo. Cuando prendí la luz el visitante ya se había ido, así que no tuve más que echarme a dormir. A la mañana siguiente encontré la bolsa de provisiones rota por un lado y abierta por el otro. Un pan estaba mordisqueado y una funda de galletas, también rota y mordisqueada, yacía a casi un metro de distancia. Lo chistoso es que todo esto ocurrió a unos 50 cm de donde yo roncaba, y nunca me di cuenta. Ya que no sé de ratones que trepen paredes a toda velocidad, hasta ahora me pregunto con quién compartí babas en mi desayuno de ese día.

A pocos kilómetros de Las Claritas la carretera se interna por una vegetación espesa y muy húmeda a pesar de la sequía: es el inicio del Parque Nacional Canaima, la sexta zona protegida más grande del mundo y Patrimonio Natural de la Humanidad desde su nombramiento oficial en 1994. A partir de un punto llamado "la Piedra de la Virgen" (hay una peña con una mancha que la gente dice se parece a la imagen de una virgen) se inicia una subida muy fuerte que asciende de poco más de 100 msnm a los 1.440 msnm en algo más de 30 kilómetros. El recorrido, aunque duro, es muy divertido. La vegetación cambia radicalmente y los bordes de la carretera se pueblan de pequeños arroyos (en su mayoría piedras secas en esta temporada) y mucho ruido de fauna. En la cumbre, de pronto, se abre infinita la sabana: kilómetros y kilómetros de prados verdes, laderas sinuosas y, al fondo, los soberbios tepuyes ("montañas planas", en la lengua de los pemones). Tampoco inmune a la sequía y las inundaciones, una de las primeras cosas que vi fue un helicóptero del Parque Nacional trabajando para apagar uno de los muchos incendios forestales que han asolado la sabana en estos últimos meses.

Avancé boquiabierto por bastantes horas, con mi cámara al hombro y deteniéndome para utilizarla cada cien metros o menos. Hacia el atardecer, muerto de hambre, encontré un pequeño campamento indígena en las orillas del río Kamoirán. Allí empecé a entablar relación con los pemones, etnia indígena que puebla la sabana y hoy en día administra practicamente toda la actividad turística que ocurre ahí. El mesero de un pequeño restaurante donde comí me habló de algunas extrañas profecías de la Gran Sabana y me habló de muchos otros ciclistas que habían atravezado la región en los pasados años. Según había oído, de la Gran Sabana, que es la región más antigua del mundo, saldrá la fuerza necesaria para purificar y redimir al hombre en esta época de decadencia y barbarie ecológica. O algo así. Seguí las instrucciones de mi nuevo amigo y acampé en las playas del río, donde también pude bañarme y hasta encender una fogata.

De ahí en adelante cada día ha sido una sorpresa mayor. Mi llegada a la Gran Sabana trajo una suceso gratificante para los pobladores locales. Mientras levantaba mi carpa en Kamoirán el cielo se cubrió rápidamente y en pocos minutos se desató un aguacero furioso. Era la primera lluvia en más de un año. Para mí, era la primera lluvia desde que pasé por el Valle del Cauca, más de dos meses atrás. Aún cuando todo mi equipo impermeable estaba al fondo de mis alforjas, el agua resultó refrescante. Apenas pude avanzar unos cinco kilómetros hasta que por suerte encontré refugio en una cabaña donde comí y esperé un par de horas. El resto del día avancé sin apuro, deteniéndome en cada quebrada y recorriendo los bordes de cada cascada que me salía al paso. Cada parada, además, fue aprovechada para saturarme de calorías. Almorcé tres veces: a veces como y al rato me olvido que lo hice (o pretendo hacerlo), así que vuelvo a buscar comida. Así mantengo mis buenas guatas por si acaso me haga falta una buena reserva, je.

Ya en el sur del parque encontré a dos españoles que viajaban en bicicleta en dirección norte. Ellos habían comenzado su viaje en la costa de Ecuador y habían recorrido algunos cientos o miles de kilómetros por Perú y Bolivia. Gran parte de su trayectoria la hacían en bus. Viajaban con alforjas hechas de tarros plásticos que ellos mismo habían acondicionado en sus bicicletas y, al parecer, con poca información de las regiones que atravesaban. Luego de haber entrado a Brasil a través de la selva boliviana, habían logrado salir a Manaos por caminos de segundo o tercer orden y desde ahí hasta la frontera con Venezuela por la ruta que seguiré yo en dirección contraria. Su plan era llegar a la costa del Caribe y ahí buscar alguna tipo de transporte marítimo para volver a Europa en calidad de marinos. El encuentro no fue muy largo, así que no hubo fotos ni mayor alboroto. De hecho, apenas sé que uno de los dos se llama David. Seguramente estarán ya en Cumaná o Puerto La Cruz tratando de buscar su camino a casa. Suerte para ellos.
A Santa Elena de Uairén llegué un miércoles a medio día. La ciudad, que es la capital del Municipio Gran Sabana y la población más grande de la zona, también es el centro de operaciones para una gran cantidad de excursiones, recorridos y visitas a las maravillas del Parque Nacional Canaima. Yo sabía, gracias a Sekiji el japonés, que ahí podría embarcarme en un ascenso al Roraima, uno de los tepuyes más grandes del parque y el más elevado de todos. La excursión resulta algo costosa para un viaje como el mío, pero basta ver al gigante de roca desde la distancia para darse cuenta de que se trata de algo verdaderamente único. Digo con agradecimiento que fueron las muchas donaciones de dinero que recibí en toda Venezuela las que hicieron posible mi visita al Roraima. Apenas llegué a Santa Elena me puse en contacto con una agencia y en menos de una hora estaba ya inscrito en una aventura completamente distinta que tenía que iniciar el siguiente día.

"Roraima", en lengua taurepán, que es el idioma de los pemones, significa algo así como "el gran verde-azulado". Dicen los pemones que el nombre se debe a que el macizo se ve azulado desde la distancia y verdoso desde la cercanía. Para mí, si he de pensar en colores, el Roraima es negro y naranja. Las rocas de sus paredes muestran un tono rojizo conforme el sol las ilumina con diversas intensidades durante el día. Su cima es un amplio mundo de roca negra, un complejo sistema de grietas, acumulaciones rocosas, valles y senderos en su mayor parte salpicados por charcos de agua. La aproximación al monte, su ascenso, la exploración y el retorno implica seis deías de caminata, primero por la sabana misma, luego por las faldas del tepuy y finalmente por una rampa empinada que conduce a la cima. La única forma de subir a la cima caminando es por el lado sur. Todos los demás flancos son paredes de granito en su mayor parte inexploradas. En la parte norte del tepuy se ubica el llamado "punto triple", punto de convergencia de las fronteras entre Venezuela, Brasil y Guyana, aunque la porción guyanesa es parte de la zona de reclamación que los venezolanos reclaman como suya.

El equipo del que fui parte incluyó a dos venezolanos (Rafael y Wanda, que cumplió años el día que alcanzamos la cumbre), cuatro alemanes (Florean, Ulf, Andreas y Almud), un guía pemón (Calio, que, aunque venezolano, vive en Guyana y solamente habla inglés), dos porteadores (Rafael y Charly, también pemones) y un cocinero (José). Tanto los porteadores como el guía y los cocineros llevan a cuestas cargas de 25 o 30 kilos, pues deben transportar todo lo necesario para mantener al grupo durante seis días, lo cual incluye, además de carpas, comida y herramientas, también un baño portátil. Los que íbamos en calidad de turistas cargábamos no más de 10 kilos. Las caminatas diarias no son excesivas. Casi nunca se camina más de cuatro horas, así que, en realidad, la excursión tiene demasiado tiempo libre. Con todo, para el sexto día yo estaba agotado. Los casi 5.000 kilómetros que recorrí antes de Sta. Elena no evitaron que regrese al campamento inicial sin ganas de dar ni un paso más.

Ya se habrán dado cuenta por las fotos que la caminata es simplemente fenomenal. Uno no puede cansarse de ver la enorme plataforma de piedra cada vez más cerca. La emoción de la subida se vuelve cada vez más intensa y lo lleva a uno casi corriendo hasta la cima. Aunque el Roraima apenas supera los 2.800 msnm, el ambiente de su plataforma superior es bastante más frío de lo que yo esperaba. En las rocas de la cumbre es necesario refugiarse en uno de los muchos "hoteles" que son cuevas lo suficientemente profundas para plantar carpas e instalar una pequeña cocina. La primera noche que pasamos ahí tuve que ponerme toda la ropa que llevé para soportar el frío. Es tan peculiar el panorama entre esas rocas negras que escuché a más de uno referirse a él como si se tratase de la Luna. Asumo que la Luna debe ser muy distinta a lo que vimos ahí, pero es verdad que ahí uno se siente de pronto como en otro mundo.

Aunque llovió mucho durante la mañana en que debíamos explorar la cima del tepuy, durante la tarde tuvimos la oportunidad de asomarnos a los filos de piedra y contemplar la magnitud de los abismos que parecen sostener esa corona inmortal de la sabana. Hacia el lado guyanés el descenso es aún más brusco: la llanura de selva se observa como un prado lleno de violencia y fuerza del que nacen inexplicablemente esas paredes formidables. Decenas de caídas de agua generan un rumor de cataclismo, mientras que las nubes en constante movimiento crean y destruyen universos enteros sobre las formaciones casi misteriosas que se descuelgan del tepuy. La cima del Roraima es en verdad un mundo perdido, una muestra de la soberbia total de la naturaleza ante la cual uno no puede contener la conmoción. Son pocas y no muy altas las montañas que he escalado en mi vida, pero en todas ellas he sentido la maravilla de la altura y el vértigo casi místico del abismo. En el Roraima eso viene acompañado de un sentimiento de furia ancenstral, como si el lugar fuese un alarido de la Tierra misma, un estallido del vigor que la recorre desde el principio de los tiempos.

Un atardecer sobre las nubes, envuelto en el frío del viento y el asombro de la Gran Sabana a más de mil metros bajo nuestros pies fue la despedida que el Roraima nos ofreció antes de volverse a ocultar entre las nubes y las sombras de la noche. Para mí, además, ese atardecer fue el gran acto de clausura con el que Venezuela me sonreía por última vez. Sentí que la ascensión al gran tepuy había sido no solamente una buena decisión, sino un camino necesario. Algo ante lo que no tenía opción, un golpe del destino, digamos, un momento para el que había nacido y para el que había emprendido el viaje entero. Con esas nubes y esa luz se me había concedido el permiso para continuar hacia el desafío de la selva. Por eso bajé feliz, cansado pero listo para enfrentarme al país más grande de nuestro continente con el mismo optimismo radiante que me ha traído hasta acá.

Recordaré al Roraima y a la Gran Sabana con una gran sonrisa. Transitar por este mundo increíble ha sido de cierta forma un premio, pero también ha sido una fuerte sacudida. Cuando empezaba a agobiarme el calor y el tedio de las llanuras infinitas, cuando empezaba a aburrirme de la soledad y la fatiga de los músculos, la naturaleza entera me ha ofrecido un guiño de ojos para recordarme, una vez más, la enorme alegría que significa la oportunidad de esta aventura. Todo viaje es como una vida pequeña, y toda vida es como un gran viaje. Visto así, no hay momento que no signifique un descubrimiento en potencia, una renovación constante. Por eso miro con gran expectativa los kilómetros y las personas que vienen de hoy en adelante.

Brasil está a 10 kilómetros de distancia. Yo siento estar ya ahí. Sonrío mientras pienso en el futuro y me siento a descansar en medio de los que -para mí y en estos momentos- son los lugares más hermosos de la Tierra.

Santa Elena de Uairén, Venezuela, miércoles 24 de marzo de 2010.

4.960 kilómetros recorridos.

10 comentarios:

sara dijo...

Estas escribiendo re bonito gubitas... pucha esas fotos están hermosas tengo hasta chance de envidia mezclada con orgullo que hermoso.. se feliz y sigue haciendo lo que amas ..

Anónimo dijo...

Que más pana, oye están súper bacanas esas fotos, chevere que ya estes por allá.
Fuerza brother.

Samir...

Anónimo dijo...

Querido Andrés:

Esperaba con ansia este nuevo post tuyo... para que me contaras lo que ya creía saber. Como había tratado de adivinar tu itinerario en el mapa, me metí al insondable océano del internet y averigüé bastante sobre la Gran Sabana, los tepuyes y sus paisajes. Incluso di con la página de la misma agencia turística que a ti te ha guiado y leí con atención, dia por día, la expedición que ellos ofrecen.

Pero debo decirte que tu narración no solo que me ha sorprendido, sino que me ha conmovido profundamente como ciclista, montañista, caminante e incluso como viajero de este periplo no demasiado largo que llamamos vida. Ahora comprendo que tu caminar por esas las primeras tierras emergidas del planeta tiene algo de sagrado, como un viaje a lo más antiguo y primigenio, donde se originó todo lo que ahora conocemos.

También debo reconocer que Venezuela, que me ha deslumbrado viéndola a través de tus ojos, desde los Andes al Caribe, me ha abrumado con la Gran Sabana. ¡Viva, pues, mil veces, el país de Bolívar, de semejantes paisajes y de tan generosa y acogedora gente!

Y tu sigue adelante, descubriéndonos esos mundos que tal vez muchas veces soñamos con recorrer de la manera como tu lo haces ahora, aunque sin nunca lograr superar las dificultades que tu has vencido tan olímpicamente.

Un abrazo,

CLC

MISUNDOSTRES dijo...

Ohh Guabitas!
Lo que cuentas, eso que parece que la tierra misma te contase para que tu lo repitas a mas gente, como para que no nos olvidemos que ella siempre esta, me llena de alegría!
Alguien ya me había dicho que los montes son lugares donde habitan los dioses, creo que es bastante cierto!
un abrazo muy grande, espero que sigas mucho, mucho mas... con fuerza y a gozzzaaarrr!

Fernando F. dijo...

Amigo te deseo lo mejor en ese nuevo país que tienes por recorrer sigue siempre adelante con tu aventura que cada vez más se pone interesante, al igual que muchos espero con ansias tu próxima publicación y leer con detenimiento y emoción las cosas que nos cuentas que sin duda son emocionantes, acá desde tu país te mando todas las fuerzas para que continúes con tu travesía y nos llenes de alegría a las personas que te seguimos, que Dios te bendiga siempre, son las palabras de fuerza que te envía un ciclista de Quito, suerte y hasta el próximo post.

El diario de Eni K. dijo...

Mi amigo, a los tiempos me actualizo con tu aventura, muchas gracias de nuevo por llevarme con lo que cuentas a donde estás. Un calor como de cercanía me visitó al leer. Todo, un visitante desconocido de la noche, una lluvia inesperada, la sensación de estar donde se debe estar, son señales inequívocas de la más simple de las grandezas: estamos vivos.

Otra vuelta de pedal más, cada vez. Suerte y fuerza!

-JAD- dijo...

Qué bacán Guabas. ¿No te dolieron los músculos en la caminata? No siempre son los mismos y a veces se resienten.

No sabía que era la región más antigua del mundo... ¿será?

Un abrazazo, qué chévere ver que ya has llegado hasta allá... ahora a aprender portuñol.

Cuenqui... dijo...

Guabitas:
Quien andará por ahí comiéndose tus desayunos y compitiendo babas contigo que ENVIDIA!!! jaja
Que dicha que te encuentres en plena sabana, solo con una fuerza incalculable e intangible se puede lograr un triunfo como el tuyo,dale osote no te detengas y sigue nos sorprendiendo aun mas. Disfruta cada momento, cada segundo que es único.

maria dijo...

Hola Andres, que lindo viage. Me incantaria ver los montes "primaios".
Cuidate. Abrazos,
Yvse Belmont

Unknown dijo...

yo tambien espero atravesar la gran sabana en bici y concuerdo contigo en afirmar que es necesario retomar el contacto directo con la madre naturaleza, un abrazo y gracias por inspirar retos!