jueves, 4 de marzo de 2010

Margarita está linda la mar

El principal acontecimiento de los pasados días ha sido mi visita y recorrido ciclístico por la Isla de Margarita, principal y más grande de las que conforman Nueva Esparta, el único estado insular de Venezuela. Ir a la isla -famosa por ser un centro vacacional de grandes proporciones en donde se reúnen todo tipo de turistas, desde veteranos europeos en busca de algo de sol hasta hordas de colegiales sudamericanos dispuestos a beberse el mar entero en apenas un par de días- implicó un desvío total de la ruta hacia el Brasil, así como más permanencia de lo previsto en la región caribeña de Venezuela, pero tanto me habían recomendado la visita que decidí no irme sin hacerla. Y valió la pena.

El viaje en ferry se hace desde Puerto La Cruz y tarda unas 3 o 4 horas en barco nuevo, y 5 o 6 en barco viejo. El transporte rápido, que fue el que tome a la ida, es cerrado. El paisaje puede contemplarse a través de amplios ventanales, pero no hay mucho lugar para las fotos desde ahí. El transporte lento, en cambio, permite subir a cubierta y pasear con el mar a plena vista. Para un turista, la letitud se paga plenamente con la mejor contemplación de los paisajes costaneros. Pensando que el retorno sería similar a la ida, al volver dejé mi cámara guardada en la bodeja del barco, junto con mi bicicleta, lo cual me hizo perder la oportunidad de tomar fotos espectaculares tanto del muelle en Margarita como de todo Puerto La Cruz. Hasta ahora me lamento del error.

Con todo, arribé a Punta de Piedras, en la cara sur de Margarita, a eso del mediodía del 28 de febrero. Desde la salida en Pto. La Cruz tuve inconvenientes con la llanta posterior, que se desinfló cuatro veces ese día (ah, cierto: ¿un pinchazo en todo el viaje, JAD? ¡Habla serio!). Aunque parché a conciencia el pinchazo en el interior del ferry, al llegar la llanta estaba baja de nuevo. Perdí bastante tiempo en los arreglos y por tanto llegué tarde a El Guamache. En ese pequeño pueblo me esperaba Juan de Mata Marval y su esposa Elis, padres de Elietty, una vecina de la familia de Jonathan en Barcelona que había hablado con ellos para que me ayuden. Doña Elis me dio de comer en seguida, para luego darme indicaciones y recomendaciones acerca del trayecto en la isla. Dejé encargada mi alforja trasera y salí rumbo a la playa El Yaque, a la que nunca llegué por malinterpretar las direcciones de Elis y perder rumbo. Tras más pinchazos, mucho sol y una marcha de cerca de 60 km llegué a la ciudad de Porlamar, uno de los principales centros urbanos de la isla. Al poco tiempo establecí contacto con María Feranda Serra, cuya familia me alimentó y me dejó pasar la noche en su casa de Los Robles, cerca de Pampatar, la ciudad más grande de Margarita. El contacto lo habían hecho más amigos de la familia de Jonathan en Pto. la Cruz.

Durante la siguiente jornada recorrí unos 80 km por las playas norteñas de la isla, no sin antes visitar la ciudad de La Asunción, capital de Nueva Esparta. Por los bordes de las playas El Tirano, El Parguito, El Agua y otras pedalée en terno de baño y chanclas, de vez en cuando corriendo hacia la arena para mojar los pies. En Manzanillo me detuve por al menos unas dos horas para bañarme en el mar y tomar jugos de fruta. Manzanillo, además, es el punto más septentrional de Margarita y el límite máximo de mi travesía hacia el norte. Mientras pedaleaba hacia la población de Juangriego y luego a La Guardia para salir de vuelta a El Guamache, empezaba, por tanto, mi trayecto hacia el sur. Pasé la segunda noche en Margarita en casa de los Marval, que me llenaron de comida (tanto cena como desayuno) y compartieron un buen momento conmigo.

En Margarita probé carite, sierra, camarones rebosados y algunas otras delicias marítimas del Caribe. También pude hacerme una buena idea de la distribucción espacial de la isla y contemplar, además de sus playas de paraíso, los vacíos desiertos del interior. Aparte de novedades culinarias y sorpresas geográficas, Margarita también se me presentó como una tierra de gente alegre y amigable. En Punta de Piedras un taxista me ayudó a parchar la llanta y una vendedora de dulces me regaló un mapa de Nueva Esparta. En el caserío de Los Marvales, paraje desértico y desolado, entablé amistad con la señora de una tienda (volví a visitarla el día siguiente, cuando regresaba a El Guamache). En Manzanillo me regalaron batido de melón y en Juangriego el encargado de unas cabinas telefónicas se emocionó al enterarse que es posible viajar entre Ecuador y Venezuela por vía terrestre, al punto de darme las gracias simplemente por darle la idea de visitar a su tío en Guayaquil. Los venezolanos del continente dicen que los margariteños, junto con los merideños, son sus compatriotas más amables. Tengo el gusto de poder confirmar ambos datos.

En algún momento, mientras me detenía junto a un letrero solo posible en estas latitudes para ocuparme de un pinchazo, empecé a escuchar gemidos en los alrededores. Al principio pensé que era algún animal salvaje. Luego me convencí que se trataba de un perro que se quejaba. De pronto me pareció que los gemidos venían de un grupo de bolsas de basura que estaban apiladas al borde del camino. Me acercé. El sonido no era constante ni fuerte, así que no pude encontrar el origen exacto, pero me pareció que se trataba de un cachorro agonizante arrojado ente la basura. El asunto me pareció de lo más grotesco. Terminé de parchar la llanta (con el acompañamiento esporádico de los gemidos) y busqué algún palo para tratar de abrir las fundas. Con todo, cuando intenté hacerlo el sonido se había detenido y no encontré nada. Nunca sabré si se trataba en realidad de algún perro moribundo o algún otro animal en los alrededores. No me queda más que la anécdota. La anoto porque en ese momento me llenó de asco y pena.

El segundo día de recorrido por la isla el eje delantero de Sherpa empezó a sonar y al poco tiempo se rompió. Todo el resto del día avancé con la llanta semi-suelta. No había mayor problema una vez que me acostumbré al traqueteo y la inestabilidad, pero la larga distancia terminó por destrozar el eje. Lo sorpresivo era que Sherpa había pasado en taller todo un día en Barcelona y el eje era flamante. Al volver al continente, tuve que volver a casa de Jonathan e internar a Sherpa de nuevo en terapia. Pasamos horas con el mecánico examinando cada pieza interior de eje. Finalmente cambiamos todo, pero nunca nos quedó claro qué fue lo que falló. Aún después de los arreglos la rotación de la llanta no es perfecta, a pesar de que todas las piezas son nuevas. Ahora avanzo con la esperanza de que la compostura aguante y la llanta no vuelva a soltarse.

Pasé una noche más en Barcelona y me pude despedir mejor de la familia de Jonathan y sus vecinos. No puedo dejar de mencionar que la generosidad llegó a tanto que salí de la ciudad con mucho más dinero del que tenía cuando entré. Todos los vecinos colaboraron para engrosar mis arcas en por lo menos unos doscientos dólares, con lo cual espero tener cubierto todo el resto de camino por este país. La noche antes de partir a Margarita se organizó una pequeña despedida improvisada. Carolina, una vecina chilena, sacrificó uno de sus deliciosos pasteles en mi honor y hasta "se robó" una pequeña pieza del odómetro de la bicicleta de su esposo para suplir una que yo había perdido. Por suerte en mi día de retorno pude devolvérselo.

Finalmente salí de Barcelona/Pto. La Cruz con dirección a la ciudad de Cumaná, todavía sobre la costa. El camino, que ya había conocido cuando viajamos en carro para visistar las playas de Mochima con Marisol (mamá de Jonathan) y Rafael (su esposo, que es ecuatoriano), resultó agradable y divertido. El calor fue tan inclemente como de costumbre, y hacia la tarde el dolor de rodillas apareció nuevamente, a pesar de que había utilizado rodillera todo el tiempo. Por la mañana de ese día, poco después de pasar junto a la tumba de un ciclista (seguramente atropellado en ese lugar de la carretera), tuve un encuentro muy digno de mención: en dirección contraria por el camino avanzaba Sekiji Yoshida, un japonés de Osaka que ha viajado en bicicleta por toda América, en gran parte por las mismas rutas que yo he recorrido tanto en esta travesía como en la anterior.

Con su paso por Venezuela, Sekiji completa un viaje que se inició hace casi 5 años (aunque ha tenido largos recesos, como un año entero en México y otros ocho meses en Japón para recuperarse tras un grave accidente en Casma, Perú). Excluyendo a las Guyanas y Suriname (separadas casi naturalmente por cultura e historia), Sekiji ha recorrido todos los países de América del Sur, además de gran parte de Centroamérica y Estados Unidos. Toda la información que me dio acerca de la ruta que seguiré en las próximas semanas fue buenísima. Incluso me metió en la cabeza otras expediciones, de las que hablaré cuando el tiempo lo exija.

Luego de despedirme de Sekiji (http://www.sekiji.net/), un dia relativamente corto pero muy caliente me trajo hasta Cumaná, capital del Estado Sucre y ciudad natal del mismísimo Mariscal de Ayacucho. Aunque aquí en Venezuela la figura de Sucre no es tan descollante como resulta para nosotros o incluso para los bolivianos, su memoria es enaltecida y respetada en esta ciudad lejana. Tenía mucha curiosidad por visitar el museo erigido en su nombre y de enterarme de algunos detalles quizá remotos desde nuestra perspectiva, como su bautizo en la iglesia de Santa Inés o sus años al servicio del margariteño Santiago Mariño, el "libertador de Oriente". De todas formas no fue mucho lo que pude ver. La gran mayoría de cuadros y documentos exhibidos son reproducciones de material cuyos originales puede hallarse en Caracas, Sucre (Chuquisaca) o, en su mayor parte, Quito, y que por tanto ya había visto en el pasado. Quizá lo que más llamó mi atención fue una muy completa colección de billetes y monedas ecuatorianas que parecen causar tanta nostalgia a los cumaneses como a nosotros.

Cumaná, que fue la primera ciudad fundada por españoles en Sudamérica, es ahora un puerto relativamente pequeño (todo el municipio no supera los 300.000 habitantes) y una ciudad secundaria en el Oriente venezolano. Los desarrollos más bruscos y modernos de ciudades como Puerto La Cruz, en la costa, y Puerto Ordaz, en el Orinoco, han eclipsado su antigua importancia. La ciudad también registra un par de fuertes terremotos en el pasado que la redujeron a escombros. De todas formas, ciertas zonas del centro mantienen un estilo tradicional muy atractivo y sobreviven, al menos en parte, algunas edificaciones relevantes como el Castillo de San Antonio, desde donde se contempla toda la urbe moderna.

Aquí se terminá de una vez por todas mi visita al caribe venezolano. Para los que me estaban felicitando ya por el Amazonas, pues que no se apuren. Es cierto que para llegar al Brasil apenas me falta por atravesar dos estados de Venezuela. Sin embargo, el uno (Monagas) es en sí mismo más grande que todas las provincias ecuatorianas que atravecé para llegar a Colombia. El otro, (Bolívar) es apenas un poco más pequeño que el Ecuador entero. Alcanzada la frontera, además, me quedarán más de 1.000 km más para llegar al gran río.
La marcha, pues, continúa.

Cumaná, Venezuela, jueves 4 de marzo de 2010

3.882 kilómetros recorridos.

6 comentarios:

Cuenqui dijo...

Ohhhh, ya me imagino que bonito te has de ver manejando con chanclas y bikini, me lo perdi!!!!
mmm... Cada vez que leo el blog me hago un sicodelic-trip a travez de tus relatos, me encanta!!!!

Espero que todo marche bien en estos dias, mucha fuerza osote y besitos esa rodilla.
muaaaaaaaaaaaa

-JAD- dijo...

Vaya ahí guabas con el sico-trip-tease...

Oye, y tremendo apoyo que estás recibiendo, debe ser bacansísimo. Claro que se facilita al ser uno solo, a la gente no le pesa mucho un jugo, un almuerzo, un mapa... doscientos dólares. Ah, caray.

En otro tema, ¿tanto te falta? Tenía la idea de que Caracas era algo así como la mitad de la ruta Quito-Manaos. De cuál ruta, me dirás... bueno, supongo que hay varias, a lo mejor tú quieres conocer mucho más de Venezuela pero creo que yendo más o menos en línea recta no es tan largo (disculpa que en geografía soy un desastre).

En todo caso, bacán que hayas pasado por Margarita.

Ya nos leemos.

Anónimo dijo...

Tus fotografías y relatos nos permiten un viaje virtual muy interesante. Y realmente que Venezuela ha sido toda una sorpresa. Junto con Paraguay (y desde luego las Guayanas)son los países sudamericanos que nunca he visitado. Pero hubiera dicho que sabía algo más de Venezuela, cosa que se demuestra falsa con cada post tuyo. La geografía, y más que nada el carácter venezolano han sido todo un descubrimiento, por cierto muy agradable.

En fin,esperamos casi con ansia tus nuevos relatos para seguirte acompañando y seguir descubriendo esta Sudamérica nuestra, tan variada y cálida.

Un fuerte abrazo,

CLC

sara dijo...

Siga mijo con inoportunidades y todo siga no más!! abrazos enormes

Anónimo dijo...

Oiga joven!!! No deje la camara en la "bodeja" hable serio!!!

Panita querido siga ahi con fe! Te seguimos olwais!!!

Oye y cuidado con el alacrán, el cocodrilo del orinoco y el "shock térmico"... pasa hasta en las mejores familias.... Pana que rico viaje!!!

Kanga

morien dijo...

Cada vez que se hacen comentarios positivos de mi patria, a pesar de todas las calamidades por las cuales estamos atravezando, nos sentimos muy orgullosos de esta tierra de Dios, vengan y conozcan mas a los venezolanos y veran que somos personas amables, alegres y excelentes anfitriones. Espero regreses a nuestra hermosa tierra...