jueves, 11 de marzo de 2010

La ciudad de los dos ríos y la enfermedad crónica de Sherpa

Parece que el Orinoco no quiere al Caroní. En el fondo, le teme. Sabe que el gigante de aguas negras es el único capaz de quitarle el brillo a su dominio, el único a la altura de igualarlo. Por eso lo rechaza y camina inmutable con sus aguas verdosas hacia el enorme delta que lo deposita en el Atlántico. El Caroní, por su parte, tampoco quiere al Orinoco. Sus aguas se mantienen separadas no porque el otro lo rechace, sino porque él mismo prefiere mantenerse alejado, puro, lejos de la muerte y mucho más de la subordinación al imperio de su hermano rival. Así, poderosos y altivos, avanzan por decenas de kilómetros sin juntar sus aguas, meneándose y abrazándose pero claramente separados hasta extinguirse en la totalidad del mar. Parece que ni siquiera se hablaran, que se ignoraran, que actuaran como si el otro no existiese y cada uno se sintiese el único con derecho de brillar en su marcha por el interior de Venezuela.

En la conjunción de estos dos ríos enormes se levanta el núcleo urbano más importante de la región. Ciudad Guayana, compuesta principalmente por los asentamientos de San Félix, en la ribera oriental del Caroní, y Puerto Ordaz, en la ribera occidental, es el polo de desarrollo más activo e importante del sur de este país. Al llegar a esta ciudad desconcertante, que se aproxima velozmente al millón de habitantes, he alcanzaio el corazón de la Orinoquía, la segunda cuenca fluvial más caudalosa del mundo. Para hacerlo, pedalée cerca de 400 kilómetros desde la costa caribeña de Cumaná y el Golfo de Cariaco, en el Estado Sucre, atravecé el Macizo Oriental venezolano y avancé por los llanos bajos de Monagas directamente hacia el sur.

Con el mar a mis espaldas, lo primero fue adentrarme por la zona montañosa de Caripe, en la que llegué a superar los 1.200 msnm. Durante dos etapas me vi de vuelta en desniveles muy parecidos a los que antes eran pan de cada día durante la travesía de los Andes. La combinación del calor extremo de la costa y la rugosidad de las montañas probó ser agotadora. El primer día no pude cumplir la meta en la que había pensado y tuve que pedir posada en la estación de bomberos de Santa Cruz de Cariaco. El bombero local, Luis, cocinó una poderosa cena y me instruyó durante horas acerca de la fruticultura local. Se divertía mucho escuchando los nombres que en el Ecuador le damos a frutas y verduras: "papaya" en lugar de "lechosa", "maracuyá" en lugar de "parchita", "sandía" en lugar de "patilla", "banano" en lugar de "cambur", "calabaza" en lugar de "aullama", etc. La lista es interminable.

Como buen venezolano, también habló horas y horas de política y no se guardó sus opiniones acerca del gobierno actual. Yo he aprendido a balancearme bien entre las facciones tajantes de gobiernistas y opositores, al punto de que ahora puedo llevarme bastante bien con uno y otro lado. Lo que no he logrado, en cambio, es forjarme una opinión personal del asunto. He escuchado tanto bueno y tanto malo, y siempre en términos tan radicales y firmes (para uno y otro lado), que hasta ahora no sé si esta llamada "Revolución Bolivariana" es un éxito o un fraude, o si Chávez es un visionario o un charlatán. En términos muy generales, parece que los pudientes sienten que el gobierno se mete en todo y lo arruina, mientras que los no pudientes sienten una renovación de oportunidades y promesas que ahora sí va en serio. Yo he decidido aplicar mi derecho de extranjero a no tener opinión en el asunto y simplemente informarme de lo que dicen unos y otros. De lo contrario, tal como están las cosas aquí en Venezuela, uno se juega la cabeza.

Temprano al siguiente día me despedí de Luis y emprendí un largo ascenso por las estribaciones del Cerro Negro. Desayuné en la población de Santa María y rematé unos 15 kilómetros más adelante en Sabana de Piedra (me he hecho fan del doble desayuno, je). Hacia las 10 de la mañana ya había abandonado el Estado Sucre y subía los últimos metros en los alrededores de San Agustín. Antes de las 11 estuve en las puertas de un impresionante monumento natural del que me habían hablado prácticamente desde que crucé la frontera con Colombia: la Cueva del Guácharo. Encargué mi bicicleta en la dirección del parque y decidí descansar el resto del día para gastarlo en actividades turísticas.

La particularidad de la Cueva del Guácharo, además de ser la más grande de Venezuela y una de las más grandes de Sudamérica, es que resulta ser la casa de millares de guácharos, pájaros frutívoros nocturnos que anidan en la cueva y por las noches salen en bandadas inmensas a conseguir comida por los alrededores. Humboldt visitó la cueva en 1799, pocos años antes de recorrer los territorios de la Audiencia de Quito y realizar su famoso ascenso al Chimborazo. En su expedición ingresó unos 400 metros hacia el interior de la cueva. No avanzó más a causa de una creencia local: hasta ese punto llega el último rayo de luz perceptible desde la entrada. Los indígenas locales (que también se consideraban hijos del sol como los habitantes precolombinos de nuestros Andes) pensaban que seguir más allá de esa marca significaría marchar en ausencia de la deidad suprema y, por ende, poner el alma a merced de la perdición. Humboldt se vio obligado a respetar la creencia y no pudo recorrer los 1.200 metros que hoy en día se recorre en el circuito turístico. La cueva, en realidad, alcanza una profundidad de más de 10 kilómetros, pero para recorrerlos hace falta permisos especiales y, sobre todo, experiencia en espeleología.

Los guácharos, aunque nocturnos, no son ciegos. Dentro de la cueva se desplazan utilizando un sistema de sonar similar al de los murciélagos, pero afuera utilizan sus ojos. Sus pupilas ultrasensibles les sirven para conseguir comida durante sus correrías por los bosques de la región aun durante una noche oscura. Esta particularidad los hace extremadamente débiles frente a los flashes fotográficos, por lo que está prohibido entrar a la cueva con cámaras. No pude más que tomar algunas fotografías de la entrada de la cueva. El sorprendente mundo mineral que esconde el interior de la cueva está reservado para quienes puedan llegar a entrar y recorrerla.

Esa noche puse mi carpa en los patios del Parque Nacional y me bañé en una poza de agua formada al pie de un salto de agua al que había que llegar caminando unos 2 km. Tuve la suerte de presenciar la salida masiva de los guácharos al anochecer, lo cual iba acompañado de un escándalo aún mayor del que se escuchaba al interior de la cueva, donde los pájaros gritan asustados para advertir a los visitantes de su presencia, y tratar de alejarlos.

La siguiente etapa consistió en atravezar una de las zonas más bonitas que he visto desde que entré a Venezuela. Las poblaciones de Caripe y el Guácharo están situadas al interior de un macizo no muy alto pero muy irregular y con varios picos vistosos. Luego de algunas subidas de pocos kilómetros y explanadas a través de arboledas rojas y amarillas, empecé un descenso de lo más divertido hacia los famosos llanos venezolanos. Esa noche la pasé en Maturín, capital del Estado Monagas, donde fui acogido por un tío de Jonathan (José Luis) y su familia. Volví a ser recibido con asado, abundante cerveza y una comitiva de jóvenes que me enseñaron algunos juegos de naipes que nunca llegué a entender del todo (en Venezuela se utiliza la baraja española, que tiene oros, bastones, espadas y copas en lugar de diamantes, corazones, tréboles y picas, como la que utilizamos nosotros).

Dos días por llanuras completamente planas y exageradamente calientes fueron el camino que recorrí para llegar al último estado que conoceré en Venezuela: Bolívar. Tal como lo esperaba, la inmensidad de las rectas que se funden en el horizonte y el estatismo del paisaje llegó a cansarme pronto. Según me dice la gente local, he venido junto con la ola de calor más "arrecha" de los últimos años. Cada día es más caliente al anterior, las nubes cruzan el cielo sin visos de agua, y todo el horizonte está constantemente cubierto de "calina", un fenómeno atmosférico derivado directamente del calor que se percibe como una neblina ligera pero omnipotente que impide contemplar mayores detalles del paisaje y crea una sensación de contaminación peligrosa.

El día que llegué a Maturín, además, fue el día de la reapertura de la vieja herida de Sherpa. Ya sea porque el cuadro es muy pequeño para mi estatura o porque las anteriores reparaciones han sido deficientes, lo cierto es que el postín del asiento genera una palanca en el cuadro que con el tiempo hace ceder al aluminio y lo fisura. Se trata de un problema grave y es la tercera vez que se presenta (la primera vez fue en Quito, al término de la primera etapa de SAP, y la segunda en Colombia). Tanto Sherpa como yo sabemos que, en el fondo, son los síntomas de una enfermedad terminal. Noy hay más que curas parciales e incompletas: por más que el cuadro vuelva a ser soldado una y otra vez, terminará por romperse. Todo en una bicicleta puede ser cambiado, incluso el cuadro, pero yo siento que los tubos rojos de Sherpa no pueden ser sino de ella. Son su corazón y escencia. Parece no muy lejano el día en que Sherpa (que tiene ya una historia de unos 15.000 kilómetros y 7 países) se vea forzada al retiro.

Pero Sherpa, como el Caroní al encontrarse con el Orinoco, se resiste a morir. Cuando, cerca de Maturín, un ciclista con el que conversaba me habló de una tienda en la que podría comprar cuadros baratos, ella me quedó viendo con ojos de furibundo desconsuelo. Los siguientes ciento y pico de kilómetros fueron más bien silenciosos. No conversamos tanto como normalmente lo hacemos.

Cerca de una localidad llamada Mata Negra, en vista de la ausencia de pueblos cercanos donde pasar la noche, decidí internarme en un bosque de pinos aledaño a la carretera y plantar mi campamento (se trata, en realidad, de una de las plantaciones artificiles de pinos más grande del mundo, cuya extensión abarca regiones de los estados Monagas, Bolívar y Delta Amacuro; yo solamente ingresé a un fragmento mínimo). Durante la noche hizo tanto calor que salí de la carpa y me acosté prácticamente desnudo a la interperie. Me agobiaba no solamente la temperatura, sino el empeoramiento de unas irritaciones en las ingles contra las cuales mi buen amigo Desitín se ha declarado impotente. El chiste de abrir la carpa en media noche me permitió dormir unas cuantas horas, pero me costó una batalla singular contra un ejército de "bachacos" (hormigas grandes con tenazas en la boca) que me atacó en la madrudada. El combate terminó con decenas de mordidas en mis piernas y brazos e incontables bajas en el bando contrario.

Ante todo esto, Sherpa parecía sonreír. No es que le causaran gracia mis molestias, pero me hacía saber que no era solamente ella la débil. Que estábamos juntos en eso. Esa mañana, luego de juntar mis cosas para continuar, nos prometimos fidelidad mientras dure SAP. Si ella muere, yo desisto. Si yo me rindo, ella me acompaña.

Para llegar a Ciudad Guayana tuve que cruzar la unión del Orinoco con el Caroní sobre una gabarra. Existen dos puentes que atraviesan el gran río, uno en medio camino hacia Ciudad Bolívar, unos 30 kilómetros al occidente, y otro pasando esa ciudad, unos 50 kilómetros más allá. Lo más sencillo para seguir hacia el Brasil era tomar la gabarra y salir directamente a San Félix, la zona más antigua de Ciudad Guayana y su centro administrativo (Puerto Ordaz, del otro lado del Caroní, es la zona más desarrollada y moderna, además del centro económico y comercial de la zona). Allí me esperaba Vicente May, un amigo de Neudy Monsalve, que ha sido mi guardián en toda Venezuela desde que lo conocí en la lejana Mérida. En casa de Vicente he sido alojado durante ya tres noches que espero serán mi preparación para la siguiente etapa en la ruta a Manaos.

Vicente decidió abandonar su trabajo de taxista y dedicarse por completo a atenderme, cuidarme y pasearme. Según él, no lo hace por mí, sino por evitarse "un pedo con Neudy", que es su gran amigo. Vicente ha sido ya el colmo de la amabilidad y hospitalidad venezolana. Ha tomado tan a pecho su función de padre que bajo su custodia tanto Sherpa como yo hemos recibido cuidadosa atención médica. Lamento no tener fotos de la cirugía a la que Sherpa tuvo que someterse, porque fue impactante: tuve que verla descuartizada sobre un quirófano del que saltaban chispas, polvo de aluminio y pedazos de cable. La resurrección final se la hizo en un taller local cuyo técnico ha sido el mejor que encontrado en Venezuela. Finalmente, Sherpa anda otra vez rodando como nueva, lista para continuar la aventura y con el ánimo fuerte. Mi intervención no fue tan salvaje como la de ella. Me la reservo; suficiente con haber ventilado la intimidad de mis ingles.

Lo que hace de Ciudad Guayana un pujante centro de desarrollo es la conjunción de varias industrias mastodónticas. En primer lugar, la ciudad administra el complejo hidroeléctrico que provee el 75% de la energía que consume Venezuela. Las represas de Guri, Tocoma, Caruachi y Macagua (solamente conocí esta última) son realmente sorprendentes. Antes de la construcción de la presa de Iguazú en la frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, fue la central hidroeléctrica más grande del mundo, y aún ahora, en que las Tres Gargantas de China está por ponerse a funcionar, ocupa el tercer lugar en esa lista. Todas estas represas utilizan aguas del Caroní y crean embalses que, sumados, equivaldrían en el Ecuador a una provincia entera. Por si fuera poco, el embalse de Macagua está en medio de la ciudad. Para llegar a las compuertas solamente hace falta tomar una de las avenidas que comunican San Félix con Puerto Ordaz.

Una buena parte de esa energía eléctrica se consume directamente en el otro gran polo de desarrollo de la ciudad: la industria metalúrgica. Los parques industriales de Matanzas y Cañaveral, en las afueras de Pto. Ordaz, son verdaderas ciudades de fábricas, tendidos eléctricos, autopistas, terminales y demás. No sé de nada en el Ecuador con lo que se pueda comparar esa magnitud. La industria más grande es la Siderúrgica del Orinoco (Sidor), que tiene más de 18.000 empleados. Junto a ella se levanta una gran cantidad de industrias que trabajan especialmente el aluminio, pero también otros metales. Mientras más conozco de la riqueza desmesurada de Venezuela, más entiendo el espíritu de este país. Como dice Vicente, la mayoría de venezolanos no se da cuenta de que es rica. No es raro encontrar ranchos aparentemente muy empobrecidos con hasta dos carros flamantes afuera, antenas de Direct TV y plantas de aire acondicionado. Lujos como esos aquí los puede costear hasta un "buhonero" (vendedor ambulante).

Con la visita al Orinoco he completado un punto para mí muy importante en los recorridos de Sudamérica a pedal. En Ciudad Bolívar, antigua Santo Tomé de Guayana de Angostura del Orinoco, Bolívar orquestró el famoso congreso que dio vida a la Gran Colombia en 1819. En el marco de las guerras de independencia sudamericanas, podría decirse que desde Angostura partió la campaña definitiva que se selló en los campos de Junín y Ayacucho. Así pues, aquí termino de conocer todas las regiones que recorrió el Libertador en la América del Sur, con la gran excepción, quizá, del Caribe colombiano.

Esta ciudad que a mí me parece llena de agua (a pesar de que Vicente y los demás lugareños afirman nunca haberla visto tan seca) ha sido un excelente preámbulo para la última etapa venezolana. Si todo va bien, el siguiente post lo escribiré unos 600 kilómetros más al sur, en el extremo del Estado Bolívar, a pocos kilómetros de la frontera con el Brasil.

Ciudad Guayana, Venezuela, jueves 11 de marzo de 2010.

4.319 kilómetros recorridos.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué maravilla! Has completado el que podríamos llamar "periplo bolivariano", que iría desde Angostura (Ciudad Bolivar), en el Orinoco, hasta Potosí, en Bolivia. Pero tu has seguido más al sur, recorriendo los Andes casi en su totalidad, algo que Bolívar nunca hizo. Y tampoco conoció el Amazonas, donde tu seguramente llegarás en pocas semanas, Dios y Sherpa mediante. Y él lo hizo sobre incontables cabalgaduras, mientras que tu solamente sobre Sherpa.

En fin, las dos epopeyas no son de ninguna manera comparables, ni por sus tiempos, ni por sus medios, ni por sus propósitos. Pero el mismo hecho de poner la tuya junto a la del Libertador ya deja ver la enormidad de ambas. La de él ha sido contada miles de veces. La tuya ha hallado en ti mismo su máximo cronista. Y en nosotros, los que te seguimos etapa tras etapa, su público fiel y maravillado.

Un abrazo,

CLC

AAAbikers dijo...

Estimado Guabas...

Es absolutamente cierto que los sueños se pueden hacer realidad en cualquier momento y en cualquier edad. Pero habemos entre los seguidores de las crónicas Guabunas, quienes no pudimos hacer este periplo a pesar de haberlo soñado muchas veces, por varias circunstancias que tu has sabido sortear. Ademas de estar en este primer grupo, también me cuento entre los de un segundo grupo, de quienes no tenemos ya ni la salud ni el tiempo como para iniciar el periplo.

Dicho esto y haciendo eco de las palabras de CLC en su comentario, insisto en que es ahora tu responsabilidad seguir llevándonos fielmente a la grupa de tus bitácoras, a recorrer los hermosos parajes de nuestra Sudamérica.

Fausto.

PD.- Esa fidelidad que has mostrado con la Sherpa, será seguramente bien recompensada.

ƒriandise dijo...

estan muy bacanas las fotos guabis, que hermosos lugares. disfruta mucho tu viaje, animos y buena vibra siempre ;)

besos panita!

Cuenqui... dijo...

Huuuyyy que bien, felicitaciones por esta etapa completada!!! oye tengo una pregunta, En que monte se quedo botada Michi hahahha??? Ya veo que ni Sherpa ni tu la extrañan, buuuuu!!!
Baburro cuidate mucho mucho por fa, ya sabes que por ahi pueden salir boas, anacondas, hormigas con cachos y cosas por el estilo, Bueno pos ahi voy acompañandote con mis pensamientos.... mua muaaaa

Anónimo dijo...

Querido Guabas!

Mi hermano que bien estas escribiendo carajo! Hasta suspenso tienen tus relatos... por un momento pensé que nos ibas a someter al desvelo de oir tu curación... pero no. Más bien me provocaste el sentimiento más sincero de emoción ante tu fidelidad a sherpa que hasta me hiciste acordar de mi querida joaquina...Mi querida bicicleta!

Te acuerdas de la chacarera que compusimos en su honor???

No me canso de decirlo amigo, que aventura! te sigo!!!

Kangá

io dijo...

sho dije lo mismo vitehhh! estas escribiendo increbible!! besooos y ojala logres darte la vueltita q me contaste y te des un saltin por aca!
vamoahi con todaa!

sara dijo...

Esa eeees Guabitas la fidelidad a sherpa será de seguro premiado sigue ahí con toda tu energía que por acá te mandamos la que te haga falta un abrazo de full cariño y colores
pd. concuerdo con los que recalcan tu forma de escribir!!

-José Antónimo- dijo...

¿Vas a pasar por la Gran Sabana, donde están los tepuyes? Es una zona hermosa, por lo tanto muy turística... o sea que vas a salir con montón de plata de ahí, je je.

Suerte en todo, esperemos que la cicla aguante...

Anónimo dijo...

Te quise decir antes que no te olvides de que tienes genes venezolanos corriendo por tus venas de la época de la independencia justamente (¡y de qué prócer!). La sangre chuta, dicen. No en vano te la han reconocido a cada paso en este generoso paìs.

ml

-José Antónimo- dijo...

¿Genes venezolanos? No conocía el dato, es interesante y suscita interesantes reflexiones en cuanto al periplo y a la llamada de la tierra y...

Oye... ¿tienes hermanas por si acaso?

Ja ja, un abrazo.