COMUNICADO OFICIAL
Queridos lectores (los que quedan):Aunque no nos parece necesario andar dando explicaciones por cada broma, nos vemos en la sensible obligación de recordarles que la mayor parte del contenido versado en este blog es BROMA, pura guasada, bufonería, payasada, etc. con el fin de darle un toque más informal y entretenido a la narración de esta aventura. Ustedes comprenderán que reírnos de todo esto nos ayuda a aliviar de alguna manera el pesado trajín del viaje.En otras palabras, no se tomen todo lo que decimos de manera literal. Y si lo hacen, sepan que no nos responsabilizamos por efectos colaterales originados por alguno de los criterios vertidos en este diario de viaje. Por último, ya nadaffff... En eso quedemos.Att,LA GERENCIA

Bueno, bueno. Empecemos.
No nos habíamos visto desde La Paz, y ahora andamos ya bastante lejos de ella. Hemos pedaleado durante siete días ininterrumpidos (sin sus noches, claro), cruzando el vasto altiplano y adentrándonos en el occidente boliviano. Sangre, sudor, moco y babas han quedado en el camino de estos solitarios e inhóspitos días. Por suerte, la hoja sagrada -regalo de los dioses-, ha hecho menos pesadas estas intensas jornadas de pedaleo.
No se crean que esto es pura novelería nuestra. Al contrario, se trata de una costumbre ampliamente difundida aquí en el altiplano y hasta las leyes de tránsito bolivianas lo avalan sin tapujos. Si no nos creen, fíjense con atención en la siguiente señal:

Es una pena que en el Ecuador no se comprenda ni se practique el uso tradicional de esta planta tan útil como ancestral.
En fin, sin meternos más en polémicas, luego de tres días de descanso en la capital política de Bolivia, salimos atravezando la alborotada y caótica ciudad de El Alto, anexo popular y populoso de La Paz.
A medida que avanzábamos, las casas y el tránsito vehicular se iban haciendo más escasos, y pronto nos vimos perdidos en medio de una planicie desolada y agreste. Con todo, el excelente estado de la carretera y la casi completa ausencia de desniveles nos ha permitido avanzar en forma rápida y eficiente. A pesar de estar acostumbrados a salir tarde y tomarnos largos descansos llenos de tertulias cuasi-filosóficas (chismeamos es full!), hemos subido el promedio de kilometraje diario a unos 80 o 85 km.
El primer pueblo en el que descansamos fue una pequeña villa con una historia interesante. Villa Loza (coincidencias, Joselito?) nació como una estancia familiar al borde de la carretera que conecta La Paz con Oruro y Cochabamba. En un lugar completamente deshabitado, este paradero es casi como un oasis, y fue fundado hace no mucho tiempo como un tambo para los viajeros. Ahora es un próspero negocio familiar circundado por una pequeña población que ya hasta aparece en los mapas viales de Bolivia.
La señora que nos acompaña en la siguiente foto es la hija del fundador del pueblo. Ella se interesó mucho por nuestro viaje y nos permitió dormir en un salón de su restaurante (por cierto, muy bonito).
Desde ahí continuamos rumbo sur, pasando de vez en cuando por pequeños pueblos casi en su totalidad habitados por indígenas aymaras, mucho más ariscos y difíciles de comprender que sus vecinos los quechuas, que en Perú nunca dejaron de tratarnos con amabilidad y hasta mostrar cierto interés por nuestra presencia. Aquí en Bolivia, si es que nos ven, lo hacen con indiferencia y mucho recelo. Lo más común que solemos escuchar es "Dame plata!", "Qué quieres?" o "No hay!".
El atardecer de ese segundo día nos asaltó en el pueblo de Konani, donde nos alojamos casi a la brava (por un dólar) en el edificio más alto del pueblo. Ahí sí que no había ni baño, pero al menos tuvimos una buena vista del atardecer desde la terraza.
Con el carácter tosco y hasta confrontativo de estas gentes, fue difícil hasta encontrar comida. Al parecer, los códigos de conducta que manejan los habitantes del altiplano son muy distintos a los nuestros; pero para toscos nosotros, así que no hemos tenido ningún problema. Hasta hemos logrado arrancar algunas risas...
Para llegar a Oruro, al tercer día de haber salido de La Paz, tuvimos que atravezar una pequeña región de colinas en las que no se veía ni un alma. Luego de ello, una recta interminable absolutamente plana nos condujo, por más de 30 km, hasta la peculiar entrada de esta ciudad minera. Hasta ahora no entendemos muy bien por qué a la entrada de Oruro nos recibieron tantas esculturas de sapos, dragones, hormigas, demonios y ángeles, pero en fin, será que el famoso carnaval se les ha subido a la cabeza.
Ya oxidados en eso de pedir posada (para lo que en Perú éramos unos tigres), en Oruro se nos complicaron un poco las gestiones y nos volvió a seducir el alojamiento con cama y ducha caliente por apenas dos dólares. So what? Al fin y al cabo, esos lujos son inapreciables desde el punto de vista de un apestoso, sudoroso y agotado ciclista.
Ya que habíamos decidido no descansar en Oruro, esta ciudad se nos pasó algo desapercibida. Quizá no debimos subestimarla tanto (al fin y al cabo se trata de una de las cinco o seis ciudades más importantes del país), pero que quede en registros que mucho conocemos y apreciamos con solo aproximarnos y alejarnos lentamente por los sorprendentes entornos de cada lugar que visitamos.
Lo que vino a continuación fue tan aburrido como suena por escrito. Simplemente pasamos horas de horas pedaleando sin más horizonte que un plano infinito y un inmenso lago de nombre muy sugerente (Popóo) al que nunca vimos a pesar de que recorrimos kilómetros y kilómetros de sus orillas.
Para que se den cuenta de lo aburrido que estuvo eso, les presentamos al personaje más interesante con el que cruzamos camino en esa etapa: un cazador coquero de más de ochenta años que nos dio tremendo palo en la bici, pasándonos como a postes. A pesar de su vitalidad, parece que a él tampoco le había ido muy bien en ese día, pues volvía a su pueblo con las manos vacías y una llanta baja luego de una larga jornada de cacería.
Por lo menos esa noche nos pusimos pilas y logramos conseguir alojamiento en un establecimiento de aguas termo-medicinales en la población de Pazña. La calidez de don Juan y su familia (los administradores del lugar), así como de las aguas de cuartos individuales (en los que algunos se metieron de a dos... ahí imaginen las combinaciones posibles), fueron más que suficientes para relajar músculos y mentes.
Resultado: ese día pedaleamos más de 100 kilómetros, rozagantes como pristiños y feroces como el viento.
Resumiendo (ya que estamos cansados y no sabemos qué poner): las hojas de coca y la eterna planicie del camino aumentaron nuestro rendimiento deportivo en un 80%. Rompiendo récords a granel (aunque no tanto como desearíamos romper otras cosas) y pedaleando como gacelas, avanzamos en rauda francachela, extensas disquisiciones filosóficas, remembranzas nostálgicas, flatulencias virulentas y demás parafernalia anecdótica que no viene al caso resaltar. Y así se nos fueron varios días.
Por suerte la vida nos ofreció el chance de cambiar de aires y poco después de las aguas termales de Pazña abandonamos por fin el altiplano. Nos adentramos en la llamada Cordillera de los Frailes en dirección a Potosí. Cabe resaltar que en esta zona la relación de población camélidos andinos-ser humano es de por lo menos 100.000 a 1.
Para no estar balbuceando alabanzas en torno al paisaje de esos tramos, ahí les van unas cuantas fotos:



Finalmente, luego de una patética jornada cumpleañera (Kangá logró el récord de llevar 27 años ininterrumpidos de ser una espina en el culo de todo el mundo), en la que el regalo fue un pedaleo de 70 kilómetros sin ver un alma, nos fuimos aproximando al fin de esta etapa. (En realidad el cumpleaños no fue tan malo: compramos 3 cervezas de un litro cada una y el cumpleañero presenció un "strik-tis" de autoría de Copitas Coral... Todo esto ocurría en un restaurante/cantina de Cieneguillas, penúltima etapa antes de llegar a Potosí).
Y bueno, ya nadafff... Hay que reconocer que este es uno de los peores posts que hemos puesto, pero eso no es más que el reflejo de su falta de entusiasmo (4 comments es una burla!).
Ah, sí... Potosí está bonito.

Consuélense con las típicas escenas de la vida cotidiana:
Escena 1: Enfrentamiento marital en la llanura. Miembros del "pétit comité" discuten acaloradamente acerca de las últimas tendencias de la moda capilar.
Escena 2: Tres pajaritos en un balcón. Todos putos.
Escena 3: Miembros de la expedición Sudamérica a pedal junto a sus futuros anfitriones mexicanos, Thor y Mariana, en la Casa Nacional de la Moneda de Potosí.
Escena 4: Agraciados maniquís potosinos ignoran las soeces provocaciones de un par de muñecos ecuatorianos.
NOTICIA BOMBA: Mario Esteban Salvador, "la retobada rata trepadora", anuncia su retorno a Quito por falta de fondos. Cualquier alma caritativa que quiera apadrinar a esta "joyita" puede contactarse con la Fundación Mofleseeker Entertainment o escribirnos directamente a nuestro correo grupal.
4.533 kilómetros recorridos.
Potosí, Bolivia, miércoles 9 de abril 2008.