jueves, 26 de agosto de 2010

Segundo epílogo porteño: los adioses

Aterrizo. Caras conocidas y sonrisas. Amigos demasiado buenos. Mis padres, mis hermanos, todos aquí en el nuevo abrazo. O casi todos. Un reencuentro se demora: Michi suspira por sus alitas rotas y Sherpa me mira con una complicidad llena de nostalgia. Procuro sonreír. Empiezan las historias, la ilación de anécdotas, la puesta al día con el mundo que me recibe de vuelta. He llegado a casa. Se siente como no haberse ido nunca. A la vez, se está tan lejos todavía, tan lejos para siempre. Un golpe de bruces contra un sol y unas montañas que conozco demasiado. Y arranco de nuevo. Ahora sin moverme.

Desde el día en que tomé la decisión de salir a viajar en bicicleta por Sudamérica hasta ahora han pasado cerca de cuatro años. Más de uno de ellos lo he pasado afuera, con Sherpa, descubriendo lo que tengo metido adentro y la forma en que ello puede adquirir un significado en su relación con el mundo, mi mundo. Ha pasado mucho tiempo, muchas, muchas cosas. Han sido más de 400 días de viaje, más de 250 jornadas de pedaleo, más de 1.400 horas rodando con Sherpa y más de 23.500 kilómetros sencillamente irrepetibles. He recorrido diez países. He paseado por enormes ciudades y descansado en villas que no existen en mapa alguno. He mirado un mundo que hasta hace no mucho ignoraba que existía. He vencido obstáculos y he sido vencido por ellos. He recibido el contacto humano de centenares de personas y a través de ellas he aprendido a conocer parte de lo que el mundo puede significar para nosotros, sus frutos. He convertido a extraños en amigos, y a amigos en hermanos. He sido poderoso como nunca, y, a la vez, he sufrido la decepción de no ser nada más que una hormiga soñando polvo al pie de la Creación entera.

Es increíble cómo creció esta diversión de amigos. Creo que en el fondo siempre intuí que algo así habría de pasar, que no podría detenerme hasta sentir una suerte de revolución entera. Ha sido lenta, imperceptible, esencial. Un universo oculto que se revelaba. Sí. Sobre todo eso. Me obligué a levantar un espejo frente a mí y lo contemplé por siglos. Metido de cabeza en mí mismo, hurgué en todos los recovecos que pude encontrar. Lo hice sin miedo y sin frenos. No fue fácil. No todo lo que he visto me ha gustado, no todo me ha quedado claro, no todo merece aplausos. Y, sin embargo, estoy feliz. No sé cómo explicarlo. No me siento satisfecho, ni calmo, ni saciado siquiera. Solamente me siento unos peldaños más arriba de mí mismo, del que fui cuando empecé a imaginar todo esto. Creo que de alguna manera entiendo un poco más lo que significa querer ser mejor, esforzarse por ello, vivir en su función y estar dispuesto al sacrificio.

Este post es un asunto de saldos y de adioses. En parte está escrito para mí mismo, para saciar mi melancolía y tener algo qué mirar cuando los años me hagan olvidar lo que ahora siento. Es, también, un asunto de liquidación de cuentas y agradecimientos repetidos. Simplemente necesito abrirme una última vez para compartir la emoción que me causa la clausura. Necesito decir gracias nuevamente. A todos: a la vida, a los caminos, a los valles y los cerros. Es curioso cuánta gente me ronda la cabeza cada vez que trato de elaborar mis recuerdos sobre ruedas. Mi viaje en solitario no solamente habla de mí, habla también de la amistad. Sé que la mayoría de personas que se involucraron de alguna manera en el periplo habrán olvidado ya el paso de los ciclistas y sus fantasías, que muchísimas jamás sabrán que este diario existe y que lo que hicieron o dijeron es parte fundamental de todo lo ocurrido. Yo trato de no olvidar a ninguno. En mi mente y mi corazón viajaron muchos. Algunos fueron fugaces e irrelevantes, otros fueron fundamentales. Hay quien fue una presencia absoluta. Quiero agradecer a todos.

Es difícil recapitular, así que volveré al inicio: nuestros días infantiles en el Perú. Entonces no había nada más que felicidad plena. En algún otro lugar pinté esa etapa como el momento del ensueño y la aventura: no sabíamos lo que hacíamos y no nos importaba saberlo. Fue el momento de mayor libertad y alegría. Desde los desiertos costeros del norte hasta las llanuras andinas del sureste, Perú fue nuestro mayor triunfo. El momento crucial del desafío ocurrió, pues, al inicio, durante los pasos dados en nuestro vecino del sur. Todo lo demás fue casi un dejarse arrastrar por la corriente que creó la enorme energía que tuvimos en esos primeros meses. La amistad, además, nos hizo invencibles. El Perú nos permitió los mayores atrevimientos y ocurrencias de todo el viaje. Cada paso fue un descubrimiento y una emoción conmovedora. En términos generales, la ruta peruana fue el desafío más difícil y agotador de todos los que enfrentamos: nada volvió a ser igual al reto de superar los gigantescos tajos de la cordillera de ese país y las abrumadoras condiciones que se registran en sus estribaciones. A Perú debemos agradecerle el triunfo de la fantasía y la fuerza, la génesis de toda nuestra camaradería y la alegría de nuestro éxito.

A pesar de los abruptos desniveles y los mundos de magia que atravesamos en el Perú, no fue ese el país de la geografía que más me sorprendió. Ese título lo tiene nuestro otro vecino cercano: Colombia. Nutridos por dos cuencas hidrográficas que nacen casi en el mismo lugar y que atraviesan gran parte del país de norte a sur creando dos enormes valles longitudinales, los retos que me impusieron los ramales de los Andes colombianos fueron dramáticos. Al igual que el Perú, Colombia fue un espacio inaugural, un tiempo en el que mente y cuerpo empezaban a acostumbrarse a las exigencias de la aventura, y yo no comprendía bien aún el alcance de lo que estaba por hacer. Eso hizo de Colombia una tierra de fascinación, pero también de agotamiento. Apenas recuerdo cierta calma en las cercanías de Cali, al interior de la gran llanura que en esa región forma el río Cauca. Todo lo demás fue ascensos y descensos asombrosos. Al contrario del Perú, para enfrentar el vigor de Colombia no tuve tiempo preparación. Salí con un estado físico muy inferior al requerido para enfrentar una cosa así, con poca planificación en cuanto a rutas y ningún tramo sencillo que me permitiese aclimatarme. La relativa cercanía a casa y los respectivos bríos que me llegaban a través del teléfono fueron fundamentales para no decaer tras las primeras enfermedades, quemazones y fatigas mecánicas.

Tras las etapas iniciales, de descubrimiento y sorpresa, siguieron los días de la madurez, los días en que viajar sobre pedales empezó a ser una costumbre. Hacia el sur, el turno fue para Bolivia. Hacia el norte, Venezuela. No puedo pensar en dos países más distintos entre sí de los que componen Sudamérica que esos dos. El corazón andino del continente nos sorprendió por su aire de enigma, por el velo cerrado que protege sus misterios naturales y humanos. Bolivia es la convivencia y la confrontación de mundos profundamente enemistados: entre los departamentos del altiplano y las llanuras orientales se despliegan idiomas, culturas y formas de vida muy dispares. El antagonismo regional es en Bolivia parte de la esencia misma de la nación. El único otro país que ha hecho de las diferencias regionales un motivo tan demarcatorio del espíritu nacional es el Ecuador, pero, al contrario que en nuestro caso, donde eso tiende a orientarse hacia una dinámica de coexistencia conjunta (no por ello carente de conflictos a veces muy graves), para Bolivia la oposición entre regiones es un sismo que desgarra continuamente los esquemas de convivencia y ha hecho del país un problema irresoluble. Hay mucho en Bolivia todavía por descubrir y comprender. Baste decir que en ese país encontré los dos paisajes que más me han impresionado en todo el continente: los desiertos del sur-occidente, incluyendo la zona del Salar de Uyuni (como paisaje natural), y las desoladoras minas del Cerro Rico de Potosí (como paisaje humano).

Venezuela fue un país que sentí como en ebullición. Fue el país donde más amigos tuve, donde más contactos hice, donde más ayuda recibí y donde mis expectativas fueron mayormente superadas. Conforme avanzaba, cada día me demoraba más en responder mensajes y reportarme con los nuevos amigos que iban quedando en la ruta. Nunca la gente se había interesado tanto por mantenerme “a salvo”. El país que pelea con Chile y Brasil el título de ser el más caro de Sudamérica fue también el que más dinero me obsequió. Por diversas circunstancias, en el fondo derivadas de la gigantesca reserva de recursos que alberga el país, el regalo más común que recibí en Venezuela fue dinero en efectivo. La cifra total sin duda pasa de los varios cientos de dólares, aun sin contar la comida y el hospedaje que, a menudo, también obtuve sin abrir mi billetera. La gente se sorprende cuando digo esto. Estadísticamente, Venezuela no parece muy atractivo: por decir algo, es uno de los países con peor distribución de riquezas en la región y su capital, Caracas, es la ciudad donde más personas mueren por actos violentos en toda Latinoamérica. Mi paso voló por encima de todo eso. Mientras el país ahonda una radical división entre partidarios y opositores al gobierno (división que asusta y se muestra a todas luces peligrosa), parece que el venezolano no pierde la generosidad y el abierto carácter caribeño. Venezuela fue una experiencia definitivamente positiva, más todavía si pienso que en medio del recorrido por ese país tuve un descanso de dos semanas en casa que recuerdo como el tiempo más dulce que he tenido en los últimos años.

Salir de Bolivia, ya en el cuarto mes del primer viaje, significó el encuentro inicial con uno de los dos gigantes sudamericanos: Argentina. El país que durante gran parte del siglo XX figuró como la punta de lanza de la economía regional y el centro de atención de las miradas de todos sus hermanos “más pequeños”, para nosotros fue, desde el inicio, el símbolo de nuestro sueño. El objetivo de Sudamérica a pedal siempre fue viajar a Argentina en bicicleta. Desde la primera propuesta hasta el último día de viaje, el destino se encontró permanentemente en ese país; y la clausura, de una u otra forma, siempre fue imaginada en la cautivante Buenos Aires. Argentina fue el país que más veces visité: ingresé por sus fronteras dos veces en cada viaje y desde su interior partieron los dos vuelos de regreso a casa. Además de todo eso, Argentina probó bien su condición destacada como desafío final. Desde las pintorescas condiciones creadas por los declives de la cordillera hasta las pampas y de vuelta a las alturas heladas que abren la Patagonia, fuimos conociendo un mundo fundado en la novedad. El frío del viento austral, la languidez de las poblaciones, el aire distinguido de las comidas, el carácter rudo de las costumbres y los gestos, el vacío de la vegetación, la agresividad del lenguaje… al fin mirábamos de frente todo lo que habíamos conjeturado por años. Fuimos bien recibidos y bien despedidos. Fue la conquista y la conclusión perfecta.

En términos muy amplios (¡perdón por tantas generalizaciones!), nuestro continente define sus caracteres en relación a sus regiones: hay una Sudamérica “andina”, una Sudamérica “caribeña”, una Sudamérica “amazónica”, una Sudamérica “pampeana”, una Sudamérica “chaqueña”, una Sudamérica “del cono sur”… Fuera y a pesar de todo ello, hay una Sudamérica distinta a todas: el Brasil. Él es nuestro verdadero gigante. Aunque similar y cercano, Brasil es un país que descolla por su diferencia. Es un país de otro mundo, de otra realidad, mucho más grande, poderoso, poblado, pujante y versátil. Es un país que ha despertado más que el resto, que se ha encendido más y arroja sus chispas sin remordimientos. Más de la tercera parte del tiempo invertido en todo el viaje sucedió en territorio brasileño. Más de la cuarta parte de la distancia total recorrida se dio dentro de las fronteras de ese país. Yo siento que pasé una vida entera ahí. Brasil fue el país donde más aprendí a desenvolverme solo, a entablar relaciones nuevas y a meterme sin recelo por lo desconocido. También fue el país al que llegué con menos preparación y menos perspectivas: no sabía cuánto tiempo permanecería en él ni por dónde rodaría, o ni siquiera las destrezas que podría desarrollar con el nuevo idioma. Era casi nada lo que conocía de extensas regiones del país y a menudo tuve que escoger entre opciones que no me decían nada más que direcciones distintas en un mapa. Brasil fue la plenitud, la mayoría de edad, el cenit y la cumbre de todo el periplo. Quizá no le pertenezcan los momentos más espectaculares, pero a él le pertenece la marca más grande de todas: fue el Brasil el punto culminante de mis aspiraciones y desafíos en bicicleta. Todo lo que siguió resultó un trámite accesorio, un premio extra, ya no el meollo primordial de las búsquedas de Sudamérica a pedal. Sin que me diese cuenta, con su firmeza y ánimo positivo a pesar de su compleja realidad, Brasil creó en mí una saudade que durará el resto de la vida.

Paraguay, el país de la tierra roja, fue en realidad un capricho. Llegar a sus territorios implicó una suerte de “desvío” de la ruta directa que me hubiese conducido a la capital argentina. Insularizado “hacia el interior”, como Bolivia, es un país que, al igual que aquél, guarda misterios imposibles. Tras pasar tanto tiempo en el poderoso Brasil, Paraguay se me pintó como un país pueblerino y quizá olvidado. A la vez, de alguna manera, sentí que estaba volviendo a territorio familiar después de todo lo aprendido en la tierra portuguesa. La verdadera patria es el idioma, dicen. Qué curioso que haya logrado sentirme bienvenido en un país donde la presencia viva de una lengua completamente extraña sea la característica más notable. Paraguay ha logrado algo que ningún otro país de Sudamérica ha logrado: la armonía real y efectiva entre los dos componentes centrales de su cultura, lo europeo y lo indígena. La simbiosis se muestra en muchos aspectos, pero principalmente en el idioma: no hay paraguayo que no comprenda y utilice el guaraní como parte de su vida cotidiana. Y ya sabemos, un idioma es una cosmovisión, una forma de pensar, una manera de entender el mundo. No he sido el primero en pensar que Paraguay es el país más original de nuestro continente. Eso lo debe principalmente al hecho de haber sido capaz de no darle las espaldas a uno de sus pilares (como quizá hemos hecho todos los demás), y, en cambio, ver en ello una poderosa marca de identidad y fuerza.

Muy anteriores a la tierra guaraní son los recuerdos del largo país que acaricia el Pacífico del otro lado del continente. A Chile debo agradecerle haberme enseñado la tarea intensa y melancólica de ser un viajero solitario. Los días que pasé entre sus viñedos y prados verdes fueron el trecho de mayor dificultad emocional y, por eso mismo, de mayor violencia. Algo especial ocurrió en los días en que perdí la cabeza al sur de Santiago. Algo de místico o sobrenatural. A lo largo de las larguísimas jornadas que pasé envuelto en una bruma blanca y congelada, por dentro fui venciendo todas mis trabas, conociendo mis caprichos, dándome de cara contra mi forma de ser y de asumir las cosas. A veces siento que no conocí el país, que solamente pasé por él mientras debatía dentro de mí un conflicto que no tiene explicación posible. Chile fue difícil, interminable, doloroso y frío. Fue genial. Salí de ese país cansado y con susto, pero muy feliz. Quizá como nunca lo había estado. La mañana espléndida que me despidió de sus territorios fue el verdadero final de la primera etapa de Sudamérica a pedal: fue, de hecho, mi mejor marcha triunfal.

Por último, Uruguay, el más pequeño, un país como una gota de agua. Atravesé sus llanuras ganaderas siguiendo el litoral del río que ha dado nombre al país. Por ahí fui agotando mis últimos cartuchos, tomando nota de las últimas impresiones y descubriendo una vez más que la alegría de todo viaje (de toda vida) reside en la calidad de la convivencia que podamos mantener con quienes nos rodean. Sin buscarlo, Uruguay me abrumó con cordialidad y ayuda. La gente se esforzó por hacerme sentir en casa sin que yo haya tenido que hacer otra cosa que simplemente pasar por su camino con un poco de hambre y de fatiga en las piernas. En eso fue quizá como todos los demás, pero con un aire fortalecido por la sensación de triunfo y desenlace. Atardeceres inolvidables y días de intenso frío fueron apagando la marcha. Compartí mis últimos kilómetros con un pueblo abierto y amable que me hizo olvidar un poco la lejanía de mi vida anterior, el miedo que sentía a los cambios que habrían ocurrido en mi ausencia y los posibles costos que la distancia y el tiempo habrían de significarme. El final del recorrido fue la capital más austral del planeta, Montevideo, ciudad que viví fría, calma y acogedora. Con ella y la posterior visita a Buenos Aires pude dar por concluido el ciclo completo de la aventura sudamericana y cerrar los capítulos de esta historia.

Esos fueron los países que conocí y visité andando sobre las ruedas de Sherpa. Sin contar una breve incursión anterior en el Perú, también en bicicleta, nada conocía fuera de lo que puede conocerse desde lejos. A Ecuador, quizá la mejor joya, lo dejaré de lado en estas memorias porque representó apenas la pista de despegue. De Sudamérica tenía ideas, sospechas, informaciones, no vivencias. Ahora casi no tengo otra cosa que eso. Lo que antes intuía ahora se ha plasmando en realidades, personas y hechos muy distantes al conocimiento pasajero que puede obtenerse a través del turismo habitual. Lo que he hecho es tangible y duradero, es vital. Mi visión de nuestros hermanos ha pasado de ser un conjunto de imaginaciones y datos a ser una experiencia concreta, directa, fuerte y definitiva. Ésa es quizá la mayor riqueza real que he obtenido. Si antes sentía al Ecuador como mi mundo y mi espacio, ahora puedo ver más allá y todavía percibir mi existencia presente en donde miro. Siento que Sudamérica es mía por derecho y condición: es parte de mi historia y mi futuro, está presente en mis sueños y mis glorias personales, me recuerda un buen pedazo de lo que he sido, y existe como horizonte en las cosas que haré.

No cabe extenderse más acerca de todo el aprendizaje que ha significado para mí y quienes me rodean esta marcha de más de un año, de más de muchos años. De eso hemos tratado de hablar desde las primeras entradas de este diario, aún sin saber que lo hacíamos. Aquí he pretendido simplemente dar un vistazo panorámico a lo que pasó. Con ello coloco una piedra final a estas aventuras y doy el primer paso de las siguientes. Se termina el ciclo. Se termina el mundo. Arranco de nuevo, quizá sin moverme tanto, pero con mucho (¡mucho!) más contenido en los equipajes de mi espíritu.

Qué bueno, qué grande y qué feliz es haber logrado todo esto.

Buenos Aires/Quito/Cuenca, agosto de 2010

(Las fotos de este post han sido seleccionadas casi al azar entre todo el material disponible. 1: Aventón en las llanuras del altiplano al sur de Oruro, Bolivia. 2: Junto a la laguna de Paccha, en Apurímac, Perú. 3: Junto al lago Titicaca, en Copacabana, Bolivia. 4: Descanso a lado de un altar en la carretera que baja de Tunja a Villa de Leyva, Colombia. 5: Paso de Yanashallash, en la Cordillera Blanca, Perú. 6: Bogotá vista desde el cerro Monserrate, Colombia. 7: Laguna de los Flamingos, departamento de Potosí, Bolivia. 8: Ciudad de San Cristóbal, capital del estado del Táchira, Venezuela. 9: Valles Calchaquíes, provincia de Salta, Argentina. 10: Sâo Paulo, Brasil. 11: Llanos cercanos a San Juan Bautista, Paraguay. 12: Paisaje de los Andes al sur de Curicó, Chile. 13: Estadio Centenario de Montevideo, Uruguay. 14: Cañón del río Guayllabamba visto desde la parroquia de Perucho, Ecuador. 15: Rodando al norte de El Carmelo, departamento de Colonia, Uruguay. Las fotos 1, 2 y 7 son de David Coral. La foto 3 es de Andrea Vallejo. La foto 15 es de Christie Nelson. Todas las demás son mías o tomadas con trípode.)

12 comentarios:

Eiv dijo...

Te ganaste un lugar en el Olimpo, Guabérrimo.

Cualquier felicitación queda corta.
Grande broxter, un orgullo ser tu pana.


Atentamente:
Esteban (a.k.a. Ave)

Anónimo dijo...

Una experiencia realmente inolvidable. No solo para ti, sino para cuantos te hemos seguido con tanto interés.

Felicitaciones por lo logrado y gracias por compartirlo.

Ahora nos toca aprender de nuevo a soñar sin la ayuda de este maravilloso blog.

CLC

-José Antónimo- dijo...

Me quedan por leer algunos "posts" anteriores, así que un abrazo hasta que los lea.

Saludos desde el Oriente.

fanfarriateam dijo...

Cuánta emoción siento!!!
GRANDE GUABAS!!!

Lupa Jacob dijo...

"La alegría de todo viaje (de toda vida) reside en la calidad de la convivencia que podamos mantener con quienes nos rodean."

Um grande abraço do norte do Brasil!

caramelo dijo...

shatáaaaaaaaaaa lo lograste pibeeeeee!!!! grande sos grande mi querido!!!!! gracias por compartir todo esto y que bueno fue verte en Buenos Aires y comernos esa cuidad en cinco días!!! te quiero mi guabas!

Anónimo dijo...

Hermoso! sublime!

Que manera de dominar el lenguaje que nos hace hermanos! Cada post fui descubriendo cosas que también han sido y serán inquietudes en mi mente, pero que nunca podría haber expresado con tanta claridad. Gracias por abrirte y compartir esas lindas experiencias. Un placer leerlas y acompañarte de esa forma.

Se te quiere y se te manda un abrazo grande!

JFDS

Anónimo dijo...

Me emociona leerte, me siento identificada con tu travesia.. se me erizan los pelos al leer y sentir q en este viaje que estamos haciendo por sudamerica (en auto, no tan aperrados como tu) he aprendido tanto... tanto de esta tierra inmensa, bella, misteriosa, multiple... de sus cosmovisiones, de sus personas ... y de mi...
Me siento feliz de leer tus relatos y de haberte conocido...
un abrazo

Andrea
america sin fronteras

Unknown dijo...

hola, gente somos mary y maxi, y junto a ernestito, nuestro jeep ika del 69 vamos por lo mismo que ustedes recorrer latinoamerica, solo que otro proposito dejar la mayor cantidad de sonrisas posibles somos odontologos y queres promover todo lo que sea la salud bucal,....
los linkeamos en nuestro blog: latinoamericasonrie.blogspot.com salimos en enero del 2012 por chile y volvemos por el oriente.
tenemos muchas preguntas pero no,.......
demas desearles lo mejor y espero que nos cruzemos,.........

buena vida!!!
maxi

Cristian dijo...

Como disfrut9 mucho de andar en bicicleta, me gustaría alguna vez poder recorrer varios países en este transporte. Por el momento, cuando decido viajar busco vuelos promocionales

Unknown dijo...

Envidiable, espero hacerlo para este fin de año... Con sus anécdotas, experiencias y concejos, salgo para recorrer este mundo abismal que todos quieren conocer y nadie se atreve a lanzarse a una aventura como esta...


Abrazos
Mark

Unknown dijo...

Envidiable, espero hacerlo para este fin de año... Con sus anécdotas, experiencias y concejos, salgo para recorrer este mundo abismal que todos quieren conocer y nadie se atreve a lanzarse a una aventura como esta...


Abrazos
Mark