viernes, 26 de febrero de 2010

Insolación en Oriente

He alcanzado el mar Caribe y al hacerlo he encontrado un temible y viejo enemigo: el calor. Hasta ahora, el día que recordaba como más caluroso fue aquel en el que atravesé el río Magdalena y avancé calcinando mis guatas en una nueva edición del Proyecto Morsa, poco antes de iniciar la subida a Bogotá. Ahora, sin embargo, recuerdo esa jornada con nostalgia de frescura. Esta zona de la costa venezolana que he transitado en los pasados días ha sido un horno inclemente. Aunque la sequía ha reducido notablemente el efecto de la humedad (por lo que sudo menos de lo que sudaría normalmente y no consumo tantos líquidos como lo hacía en los valles profundos de Colombia), en ciertos momentos me he sentido completamente fundido. Cuando compro agua fría, no siempre es para tomarla, sino para echármela encima y dejar de ser una melcocha acuosa. Me siento como queso en una olla de fondue. La cosa promete seguir así o empeorar. Cada que encuentro sombra para refugiarme, siento que el sol arriba se ríe a carcajadas mientras espera que yo continue para seguir machacándome.

Pero bueno: ¡Llegué al Caribe!

A Caracas volví el día 20 por la tarde. Empecé a pedalear dos noches después. Lenin Olivera, el amigo que me acogió en su depar, se encargó de pasearme por la ciudad y hacerme conocer algunos puntos claves. Dani también se preocupó por hacerme sentir acogido. La enorme ciudad de Caracas me había sorprendido ya por la magnitud de sus edificios y autopistas. El valle donde se concentra la urbe no es muy amplio, por lo que la ciudad ha crecido mucho de manera vertical y está atravezada por grandes ejes viales llenos de distribuidores y pasos elevados. Eso le da un aire ultra-moderno a ciertas zonas centrales. Los barrios que suben por las lomas circundantes le dan un tono de ebullición, como si la ciudad entera brincase por un lado y otro tratando de escapar de su propio furor. No pude visitar el famoso teleférico de El Ávila, pero pude ver grandes áreas de la ciudad, familiarizarme con el transporte público y hasta ir al cine.

Ya que mi apuro por llegar a Caracas me había impedido conocer el campo de Carabobo, cerca de Valencia, en Caracas no podía dejar de visitar el Panteón Nacional, donde descansan, entre otros, los restos de Bolívar. Las banderas que preceden a la tumba del Libertador son todas parte íntima de las aventuras de SAP: Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Junto a la de estos tres últimos se levanta también la bandera de la antigua Colombia (la que ahora calificamos de "Gran"), y que perdura como símbolo de unidad entre estos países que he podido recorrer.

Hacia las afueras de Caracas llegué por una gran autopista que descendió lentamente hacia la altura de la costa (Caracas, aunque a escasos 20 o 30 km del mar, tiene una elevación de 900 msnm). Fui lenta y tranquilamente, disfrutando del descenso y algo maravillado por el tamaño de la carretera, que incluia varios túneles, puentes y largos tramos construidos sobre pilares.

Una vez superadas las poblaciones de Guarenas, Guatire y Caucagua, abandoné la autopista y me fui adentrando por una zona húmeda y muy verde que me recordó a las llanuras septentrionales de Táchira, por donde prácticamente inicié la marcha en tierras venezolanas. Ahí empezó el suplicio del sol, aunque ese primer día fue casi benévolo comparado con los que vendrían después.

Tras unos 100 km de marcha, decidí detenerme en el pequeño pueblo de El Clavo, del que luego escuché macabras historias de peligro. Yo no me sentí inseguro, y al poco rato había conseguido posada donde una señora cuyo hijo mayor estaba por cumplir los 76 años. Imagínense la edad de ella. En su casa había funcionado hace tiempo un pequeño hotel, el único de la localidad, pero hoy en día el negocio había sido cerrado. Al ver mis circunstancias, me permitieron pasar la noche en una de las habitaciones y hasta me regalaron cambures (plátanos) para cena y desayuno, además de agua helada, café y una arepa con queso.

El siguiente día tenía la impresión de ser pan comido: Tenía que recorrer unos 90 kilómetros por terreno prácticamente plano y por una zona lo suficientemente habitada como para conseguir provisiones a cada momento. Hasta la población de El Guapo, donde una pareja extranjera me invitó a tomar refresco, avancé sin mayor problema y al amparo de las sombras producidas por la vegetación densa. Iba tranquilo, escuchando música, deteniéndome mucho y disfrutando del paisaje. Quizá debí encomendarme cuando pude a la Virgen de Chiquinquirá -a quien he encontrado por todo el camino desde la zona de Bogotá en adelante, y más ahora en su versión maracucha (de Maracaibo) que tiene muchos adeptos en toda Venezuela- mientras conversaba con un par de divertidos campesinos que peleaban entre sí en la zona de Cúpira. Luego de eso, todo fue sol demencial. No hubo virgencita que me salve.

En el desvío a Cúpira me tomé dos litros de cola helada en la compañía de Galo, un niño que conversó largo rato conmigo quejándose de lo poco que le daba la gente a cambio de su labor de limpiar los parabrisas de los carros que paraban ocasionalmente en la estación de servicio. Además de Pepsi, le regalé 10 bolívares, aunque creo que él esperaba algo más. Continué con recelo, temeroso ya del poder demente del sol. No habían pasado 15 kilómetros cuando un pinchazo complicado me tuvo al borde de la carretera por al menos una hora. Eso terminó de insolarme. Esa tarde llegué a Boca de Uchire completamente fatigado y rojo.

Dormí en una pensión del pueblo cuyo administrador, Fernando, cocinó una cena suculenta de arepa con caraota con ñeme (fréjol negro con huevo frito). Luego pasó un buen tiempo hablándome de las glorias de Chávez y los problemas de delincuencia en Venezuela, así como de los cinco hijos que tenía con tres mujeres distintas y la soledad que sentía administrando ese lugar sin compañía. Me decía, entre otras cosas, que a veces llevaba "carajitas de 16 años" para que pasen la noche con él. Ésas le cobraban 100 bolos. Las de 25 ya solamente cobran 40. Pero tienen 25, claro. En la mañana me preparó café y me regaló pan con mantequilla, además de litros de agua congelada para soportar el sol que se venía.

No seguí la ruta normal hacia Barcelona. Tomé una carretera pequeña que atraviesa el llamado Istmo Caribe, estrecho de unos 25 kilómetros de largo que separa el mar de la laguna salobre de Unare. En las partes más angostas, las dos masas de agua apenas están separadas por unas cuantas decenas de metros de arena. Estuve tentado a parquear la bici y echarme un baño entre las olas, pero las cuentas de la distancia que faltaba y el miedo al sol me detuvieron. Fue una buena idea: ese día llegué a la capital del Estado Anzoátegui casi a las ocho de la noche y completamente agotado. En cierto punto pensé en abandonar la marcha en Puerto Píritu y dejar el resto del camino para el día siguiente. Lo que me decidió fue una breve charla con unos policías del camino, quienes me alentaron a seguir y me explicaron a breves rasgos lo que tenía por delante.

Luego de prácticamente cocinarme a la entrada de Clarines y dejar atrás la entrada a Píritu, apreté las muelas y empecé a exhortarme mentalmente. No paré en los siguientes 35 kilómetros, avanzando con toda la fuerza que me quedaba por una extensa planicie árida que se prolongaba al infinito. Durante un buen trecho transité junto al Complejo Criogenico José Antonio Anzoátegui, la planta de procesamiento de crudo y derivados más grande de Venezuela, un verdadero bosque de torres de almacenamiento y refinación, además de kilómetros y kilómetros de tanques, tuberías industriales y demás. Ahí procesan todo lo que se puede uno imaginar en relación al petróleo: combustibles, plásticos, fertilizantes, materiales de construcción, etc.

A la salida de eso, un grupo de señores me dijeron que apenas faltaban 12 kilómetros para llegar a Barcelona. Mi odómetro marcó casi 30. Todos los días de descanso en Quito pasaron su factura esas últimas horas de marcha: ambas rodillas me dolían intensamente, no encontraba posición para las manos con tal de aliviar la sensación de hinchazón y el culo iba en llamas. Dolor en manos, rodillas y culo... Ahí tienen: lúzcanse con los chistes.

En Barcelona me esperaba un encuentro especial. Hace ya más de una década, Jonathan Silvestre fue mi hermano durante un año de intercambio en Midland, Texas (sí, señores, la ciudad de George W. Bush). No lo había visto, pues, en once años, y reencontrarlo en su ciudad natal ha sido el renacimiento de muchísimos recuerdos. Su familia y su vecindario ha sido extremadamente generoso y abierto para recibirme. Incluso organizaron una pequeña fiesta con parrillada, sesión de fotos, interrogatorio y demás. Comí hasta reventar, como de costumbre, y luego caí dormido hasta muy entrada la mañana siguiente. Día y medio después, sigo con dolores en muslos y rodillas.

Barcelona es, en realidad, parte de la conurbación más importante de todo el Oriente venezolano (región que agrupa los estados de Anzoátegui, Sucre, Monagas, Delta Amacuro, parte de Miranda y Nueva Esparta). El área urbana incluye, además de Barcelona propiamente dicha, las ciudades de Lecherías, Puerto La Cruz y Guanta. Como en toda Venezuela, la distribución de la ciudad combina de todo, desde zonas hiper comerciales y demográficamente muy densas como el centro de Pto. La Cruz hasta boulevares tipo Miami con canales para la navegación de yates y complejos con piscinas privadas. Gracias a Jonathan he tenido unos días de descanso con todo lujo y relax, aunque he debido emprender tareas duras como la de lidiar con sobreabundancia de cerveza, hielo, palmeras y clima despiadadamente tropical. Jua.

He recuperado el buen color de piel por el que en Quito fui llamado Barak O'Guaba o el Negro Camacho, y espero empezar a esparcirlo por el resto del cuerpo durante los días que dure mi recorrido por las playas caribeñas de Oriente. No sé si eso signifique simplemente mayor resistencia para la marcha que se viene o algún peligro grave como un futuro cáncer de piel, pero no me queda más que tratar de protegerme y seguir batallando con los calores que me arroja la ruta.

En mis circunstancias, la vida aquí es relajada y cómoda. Estoy una vez más rodeado por gente buena y sinceramente interesada en que yo continúe y pueda cumplir mi objetivo. La gente se sorprende cada vez más de lo que estoy haciendo. Yo, por contraste, cada vez me asombro menos: quizá se acercan los días en que avanzar cada mañana empiece a resultarme tedioso y hasta trivial. De una u otra forma, no puedo dejar de pensar en lo que será internarme hacia el interior del continente con las temperaturas de este sol que me trata como si le hubiese mentado la madre.

Me quedan pocos días para inciar la ruta hacia el sur, hacia el remoto Amazonas.

Barcelona, Venezuela, 26 de febrero de 2010.

3.616 kilómetros recorridos.

10 comentarios:

-José Antónimo- dijo...

Guabaaaasssss ya vas. Causando nostalgia otra vez... qué bacán tu viaje.

Yo en El Guapo tuve mi única llanta baja (tuve suerte, diga). Boca de Uchire me suena y sí pasamos por P. Píritu pero no me acuerdo qué habrá pasado ahí, sólo que toda esa zona era bastante caliente.

Igual leer tus andanzas trae recuerdos bacanes y buena espina, vaya ahí bajo el sol feroz.

Oye, y la carajita de la antepenúltima foto tiene una expresión interesante.

Bueno, un abrazo y una palmada en la espalda castigada. Lo de los dolores que mencionas sí suena particular, pero así pasa.

-J. A. Donzoátegui-

Anónimo dijo...

Bueno mi pana, aunque dentro del combo de chistesitos de rodilla, cul... etc... creo que te falta un orificio por mencionar, aqui con el coral te mandamos la mejor de las suertes y queremos y te exigimos que no te ahueves al amazonas... la ultima frontera dentro de esta america indomita que ya la dominas a tu voluntad.
Un abraso y sigue adelante
M

El diario de Eni K. dijo...

Mi hermanooo! como siempre un enorme placer viajar contigo a través de las letras. Gracias por este viaje virtual! Suerte y ya sabes: fuerza! Un abrazo.

Lucy Toscano dijo...

suerteeee...... ya falta menos... que bonito viaje...

AAAbikers dijo...

Mi estimado Barack O-Guabas.... ja .. ja.. que buena nota..!!

Por acá dentro de las fronteras y sin poder salir, quienes estamos iniciando con este asunto de las pedaleadas, quisimos en tu honor hacer unos 100k por pavimento un dia de esos..

Como se te ocurre decir que es poco, nosotros solo nos dimos una vuelta por los alrededores de Quito y ya quedamos como lagartijas aplastadas...

Chuta.. mis respetos compadre.... dale y no pares hasta no llegar al destino... cualquiera que finalmente sea tu destino.. !!

Mientras tanto sigue con tu prosa escribiendo tu bitácora, que nos hace vivir toda una América..

Anónimo dijo...

Gracias por tus vívidas historias. En esta última etapa hemos sentido el sol calcinándonos hasta el alma, así como mucha gratitud por la hospitalidad de Jhonatan y su gente. ¡Suerte en la Isla Margarita, Estado de Nueva Esparta! ¡Suerte al volver al continente y encaminarte hacia el sur, de nuevo hacia el ecuador terrestre y hacia el poderoso Amazonas! ¡Suerte en fin en todas partes y gracias a la acogedora Venezuela!

Un fuerte abrazo,

CLC

Eiv dijo...

Ya a punto de llegar al Amazonas... increíble ese viaje, hermano.
vaya ahí, sigue pedaleando cual varón y traete una carajeña de 16 pero que no cobre...

Saludos, broxter

Anónimo dijo...

lindo verte el otro dia guabis ;) mucho exito con esto, y sigue ahi, vaya ahiii! muah

sara dijo...

Guabitas fuerza y ganas na mas para ti y full cariñito pedalea y pedalea mucho hasta hacerte negrito.

Cuenqui dijo...

Baburro, dale con mucha mucha fuerza!!!...desde aca te mando miles, millones de besos, abrazos, mimos, apapachos y en serio ten cuidado con el sol que puede ser peligroso veeee!!! Yo se que negrito te ves sexy, pero tisnado no!!! asi que ya sabes un poquito de suncare, que si tienes ok.

mua mua mua
te adoro negrote!!!