viernes, 11 de diciembre de 2009

Un inicio complicado


Cuando me preguntaban cómo iba a lograr iniciar otro mega viaje en bicicleta sin casi ninguna preparación física, solía decir algo como: "Bueno, los primeros días son una masacre, pero luego coges ritmo y todo es más fácil". No sé si yo mismo tomaba muy en serio eso que decía. Creo que en el fondo creía que andando con tranquilidad y lentamente, podría pasar esta primera etapa sin mayores sufrimientos. Pero no. Dicho y hecho, ahora ando metido en medio de esa "masacre" que había augurado. Ay!

Aún no decido a quién mismo hacer culpable de esto (los principales sospechosos son Pichu y Juaver, que andaban moqueando por ahí desde la otra semana), pero resulta que por lo pronto estoy estancado en Ibarra (a solo 2 horas de Quito en carro, je!) con una gripe tenaz que incluye fiebre y debilidad total.

En fin: gajes del oficio. Mucho más fácil pasar estas complicaciones aquí entre amigos y familiares que luego en algún lugar remoto. No me quejo. De todas formas se acumulan las historias que contar, así que empiezo.


La comitiva del primer día resultó un éxito. Yo había planeado pedalear una etapa corta hasta una finca familiar en Guayllabamba, para ahí hacer un almuerzo de despedida, dormir y emprender ya las jornadas más duras desde el siguiente día. Había pensado en algo más familiar y pequeño, pero el domingo 6, como debí suponer, casi toda la tropa de SAP se hizo presente para escoltarme durante los primeras pedaleadas. Los primeros 5 km, en realidad, los pedalée solo y no hacia el norte, sino hacia el sur, buscando un adiós y un abrazo sin los cuales me hubiese dolido partir. Yo andaba nervioso y confundido por el ajetreo de los preparativos, así que todo ello fue algo breve y frío. Pero me resultaba necesario.

Hacia las 10h30 ya nos habíamos reunido todos: mi padre, mi primo Tomás, el Juan Fer, el David, el Conejo, la Andre, el Ramiro y el Cubas. Este último, claro, subido en una bici china que dio problemas desde el inicio, tal como se observa en la siguiente gráfica:



Bajamos a Guayllabamba y ahí unimos fuerzas con algunos de mis tíos y primos, además de una nutrida tropa de personalidades del sub-mundo capitalino (todos recios competidores del afamado Big Tazón, concurso descabellado del que me está prohibido decir mayor cosa) que se dignaron en hacer acto de presencia. Ahí reunidos pasamos un día divertido y relajado que incluyó un banquete de carne, risotadas, violaciones al código moral, imprecaciones hirientes en contra del cubano y demás.

Estuve tentado a invertir parte de mi presupuesto en contratar los servicios de los parrilleros para que me vayan siguiendo y me tengan listo el banquete en cada parada, pero las negociaciones no llegaron lejos.

Como acto simbólico de inicio, mi tío Pedro me hizo sembrar una palmera cerca de la casa. Espero que él mismo se encarge de ponerle agua, porque si todo va bien, yo no la veré sino hasta dentro de unos tres meses.

Tampoco faltó el consabido fútbol, donde destacó como artillera-machetera la fenomenal Tungui, formada en las inferiores de la Selección Provincial de Tungurahua y cuyo pase lo posee seguramente el Pinllo All Stars Sporting Club.

Cuenqui, por su parte, pasó mimando al viajero que andaba en estado semi llorón, disperso y meditativo. Despedirme de ella fue difícil: se va pa Cuenca y luego a la Yoni. No la veré en mucho, mucho tiempo.

Eso, más algunas visitas tardías de mi prima Alejandra, su novio Santiago y mi tío Diego, fueron todo el primer día. Por la noche dormí sin mayor problema, a pesar de que antes de acostarme devoré sendos restos de la gran parrillada de la mañana. Lo que empezaba a preocuparme, sin embargo, era la congestión que había sentido desde el día anterior. De todas formas decidí hacerme el loco para dejar que pase: ya había comenzado el viaje y lo único que podía hacer era tratar de cuidarme con vitaminas y demás.

Empecé a pedalear temprano el segundo día. Regresé unos 4 km por el camino que habíamos hecho la víspera y luego tomé la carretera que va hacia Tabacundo. Cuando llegué al fondo del cañón del Pisque, sin embargo, volví a desviarme. Mi plan era adentrarme hacia las parroquias de Puéllaro, Perucho, Chavezpamba y Atahualpa, para lo cual debía tomar la carretera por donde se inicia el ascenso hacia Malchinguí y que atraviesa el bosque protector de Jerusalén.


La mañana fue templada y apacible. El puente del Pisque (en la parte más baja del cañón de la siguiente foto) está a 1980 msnm. Una vez ahí, empezaba lo que yo pensaba que sería el primer gran ascenso.

Ascendí hasta los 2.200 msnm en unas dos horas de pedaleo muy pausado. Una vez ahí atravesé la planicie donde se extiende Jerusalén, un bosque seco de algarrobos y espinares que resulta una muestra representativa de la flora y fauna local. Poco después volví a ver el cañón del río Guayllabamba, que se vuelve enorme (uno de los más grandes que he visto en el país, de hecho), conforme avanza hacia el norte.

En algún punto antes de Puéllaro atravesé la línea equinoccial (me lo indicó un pequeño cartel) y poco después encontré un lugar que a mis ojos significaba un buen augurio: la Escuela Fiscal Mixta José de la Cuadra. Mi viaje era posible gracias al trabajo de investigación que sobre él realicé en los pasados cuatro meses, así que encontrar su nombre en una escuela (que parecía estar ahí solo para despedirme y darme suerte), me llenó de optimismo.

No había previsto que, entre subidas y bajadas, finalmene habría de alcanzar la altura de 1.785 msnm a la entrada de Puéllaro. Eso era mucho más bajo de lo que yo pensaba atravezar, sobre todo tomando en cuenta que, al siguiente día, tendría que cruzar la cota de los 3.800 msnm en Mojanda. Eso quería decir que tarde o temprano habría de subir más de 2.000 metros, y me preocupaba que eso se concentrase todo en el siguiente día, que fue más o menos lo que ocurrió.

En Chavezpamba almorcé cansado. Un grupo de niños de la escuela local conversaron largamente conmigo mientras yo compraba pan y atún en una tienda y me preparaba sánduches. Algunos me miraban con ojos de hambre, así que les regalé galletas, pero no pude hacer más ante una tropa de 15 o 20 enanos. Luego se fueron y yo me eché junto a la iglesia a dormir un rato.


Los últimos 10 km de ese día fueron bastante fáciles, pero y estaba ya muy cansado y avanzaba lentamente. Llegué a Atahualpa (2.235 msnm) a eso de las 16H00. Ahí, un grupo de señores me indicó que podría poner mi carpa en el estadio parroquial y que no tendría por qué tener temor: nadie nunca jamás robaba en esa parroquia. Superando mi habitual desconfianza citadina, les creí. Carlos Lastra, un señor de unos 70 años, me indicó el camino y se quedó conmigo contándome su historia, la cual incluía un amigo muerto y casi tres días sin comida perdido en la selva del Coca, a donde fue con un equipo agrimensor que planificó la vía Interoceánica hace más de 40 años. Luego él mismo gestionó que me prestasen una ducha.

Cuando me fui a dormir, me sentía ya muy congestionado y me dolían los músculos. No pude hacer más que tomarme un antigripal y tratar de dormir lo mejor posible.

Me desperté antes del amanecer y hacia las 6H30 ya estaba listo para pedalear. Anduve lento por una larga subida de adoquín que sale de Atahualpa hacia el nor-oriente. Algún problema empezó a darme el cambio entre las primeras marchas de la bici, pero nunca llegó a mayores. El paisaje a mis espaldas era cada vez más impresionante.

En cierto punto (cerca de un caserío llamado Mojanda Grande) el camino se volvió sumamente pendiente hacia arriba, siguiendo la arista de una loma, aunque de todas formas era un empedrado bueno. La última parte de esa subida la hice empujando la bici, porque me era imposible pedalear. Tuve la intuición de que todo mejoraría una vez tomado el sendero hacia las lagunas de Mojanda, pero no pude equivocarme más.

Al poco tiempo me vi metido en un camino de herradura por el que sencillamente no podía pedalear. Empujé la bici por varios centenares de metros hasta que me convencí de que sería imposible seguir. Lo que hice fue sacar la alforja trasera y transportarla separadamente. Así, la cargaba unos 100 metros, la dejaba en el piso, y bajaba para subir la bicicleta. Aun eso era muy complicado, por lo que en seguida noté que mis fuerzas mermaban rápidamente. Una pareja de campesinos pasaron casualmente y me ayudaron por un trecho. El hombre, que se percató de la dificultad en la que me hallaba, ofreció llevar mis alforjas traseras en su yegua para devolvérmelas en el páramo. Yo continué empujando la bici y las alforjas delanteras por un par de horas más.

Iba muy, muy lento. Una vez entre los pajonales, volví a encontrar a mis salvadores del día y con ello retomé el suplicio de tener que transportar todo yo solo. Al rato decidí montar la alforja trasera y empujar de nuevo la bici completamente cargada. Unos metros más allá tuve que atravesar una larga cuesta en medio de un potrero. Estaba ya agotado, pues había cargado o empujado la bicicleta por unas cuatro horas en total. Avanzaba lentísimo y bajo los primeros chispazos de lluvia.
Cuando finalmente encontré un camino, no podía pedalear a causa del lodo. Me puse toda mi ropa impermeable y continué avanzando. Estaba tan débil que no podía pedalear a menos que el camino fuese plano. Tosía bastante y cada vez con más dolor. Hacia las dos o tres de la tarde avanzaba a alrededor de 2 km por hora cuando caminaba (una caminata normal alcanza por lo menos los 4 km/h), y lo hacía por trechos no mayores a 200 o 300 metros antes de pararme a descansar. Estaba muy hambriento, pero intuía que detenerme a comer era una mala idea en esa lluvia. En cierto momento prácticamente me arrojé sobre la paja mojada y dormité unos minutos. Sudaba copiosamente. Todo mi rostro estaba envuelto en vapor. La temperatura en el páramo no superaría los 8 o 9 grados.

Hacia el final de la subida logré pedalear uno o dos kilómetros (por partes), pero casi todo tuve que hacerlo a pie por la fatiga. El punto más alto al que llegué, en frío, lluvia y total agotamiento, fue apenas inferior a los 3.800 msnm, lo que quiere decir que subí más de 1.500 metros desde Atahualpa. El odómetro contabilizó poco más de 21 km hasta el inicio del empedrado que sube de Otavalo: una etapa cortísima.

Arriba tomé muy pocas fotos por el frío, la lluvia y el cansancio. En el páramo apenas vi un carro que pasaba, pero eso fue cuando ya había llegado al descenso. Bajé con dolor. Los frenos se gastaron pronto y tuve que acortar los cables. Recibí una llamada de Cuenqui en media bajada, pero no pudimos comunicarnos. Yo tenía un frío intenso, al punto que mi sensibilidad en la punta de los dedos (el meñique izquierdo, sobre todo) se había reducido casi a cero. Finalmente salí de la lluvia y al poco tiempo vi Otavalo. En no más de 10 minutos había llegado a la panamericana, en donde nadie sospechaba de dónde había yo salido. Eran las 16H30.

Lo primero que hice fue llamar a Cuenqui a contarle de mi aventura, pero ella me salió con una de las mejores sorpresas que me han dado: estaba en Otavalo. Nos encontramos en la plaza y de ahí en adelante ya todo fue alivio y alegría. Ojo que yo nunca aprendo: ahora la extraño mucho más.


Al rato llamé a María Ju y ella nos fue a recoger. Su ayuda fue enorme. Nos dejó en su casa mientras iba a hacer gestiones de trabajo. Cuando su madre llegó a la casa, pensó que yo era un ladrón y entró en pánico. Yo trataba de decirle que era un amigo de su hija mientras ella daba de alaridos llamando a una vecina. El asunto terminó por ser bastante divertido, pero la pobre señora pasó un susto enorme por unos minutos. Je je.

Ya desde entonces me dolía todo. Por la noche salimos a comer y dimos algunas vueltas por Otavalo. La Ju nos contaba sobre su nuevo negocio de parques infantiles, que promete mucho. Yo me sentía bastante enfermo, pero comí en abundancia y no me quejé. Al día siguiente me costó mucho más de lo que el resto creyó alistarme para salir. Cuando me despedía para continuar la ruta, seguramente tenía ya fiebre. Andaba mal.

La Ju me indicó el camino a seguir (una pavimentada alterna que pasa por Ilumán) y por ahí anduve resoplando. Por suerte el tramo era muy corto y en su mayoría descenso, por lo que llegué a Ibarra sin mayor problema.

Aquí en Ibarra me recibió con mucho cariño mi tía Lucía (prima de mi padre). Ya bajo su cuidado (y el de mi tío, "el Flaco"), en seguida fui a un centro médico. Papi Correa me despachó hasta con medicinas gratuitas y luego de ser atendido por un trío de enfermeras que me hicieron tener ganas de fingir más dolencias. Bien atendido y cuidado ahora estoy recuperándome. No hay razón para asustarse o perder el optimismo, pero tendré que permanecer en Ibarra al menos por un par de días más antes de poder seguir hacia el norte.

Luego de eso ya vendrá lo bueno.


156 kilómetros recorridos.

Ibarra, Ecuador, viernes 11 de diciembre de 2009.

6 comentarios:

ƒriandise dijo...

eeeeeh! sigue ahi guabitas! full apoyo ;) juaver me conto lo q paso en esa casa fronterinaaa jua jua, oye... cuidate full pana, hazme ese favor jojo

muchos besos y abrazos!!

gin

Anónimo dijo...

El inicio ha sido realmente complicado, pero su lectura, apasionante. Gracias por mantener informados a todos los que siguen tus aventuras. Cuídate mucho, sánate pronto y que las siguientes etapas sean más propicias.

Un abrazo,

CLC

Anónimo dijo...

Fuerza mi brongster. Eres un duro. Va a costar al principio pero ya va ir mejorando muuucho pana!!!!

Abrazo!

Kanga

Cuenqui dijo...

Mmmm que penita biboto, no estoy ahi para mimarte y curarte como se debe!!! ...ya todo va ha ir mejorando,tranqui.
te extrañoooooooooo muuuuchooooo

Anónimo dijo...

Yeah... con gran placer me vuelvo a hacer fan de este blog! vamo ahi el guabe.. vamo ahi cuenqui!

Di Eiv

Anónimo dijo...

Primero. Saca fisico. , despues lo que sea .