Las carreteras que atraviesan el Paraguay son contadas con las manos. He recorrido por entero las dos más importantes (la Asunción-Ciudad del Este, y la Asunción-Encarnación), y en ambas me ha sorprendido la poca actividad y el poco tránsito. Hay pocos camiones de carga pesada y todavía menos buses de pasajeros. Los pueblos, quizá por influencia del estilo de vida "guaraní", tienden más a la dispersión y amplitud que a la concentración en un centro urbano denso. Es difícil encontrar restaurantes u hoteles, hasta ahora no he visto un gran mercado o una feria pública y me he sorprendido de encontrar poblaciones relativamente grandes sin ninguna calle pavimentada. El sector de servicios parece ser pequeño. Frente al hormiguero del Brasil, el cambio es muy grande. Paraguay no es propiamente pobre (o no lo es más que el resto de países sudamericanos), pero es distinto. Tiene una vida aparentemente más tranquila, aislada, relajada y lenta.
El asunto del guaraní es bastante enigmático. He preguntado a muchas personas y he obtenido poca información. La lengua guaraní es, simplemente, algo "natural" en el medio, que todo el mundo habla y nadie explica. La vida diaria es tan mezclada entre castellano y guaraní que algunas personas parecen tener problemas en percibirlos como idiomas distintos. Solo para saludar existen una gran cantidad de expresiones, algunas con palabras enteramente en castellano, pero "aguaranizadas" en su pronunciación. Ignoro si será posible, para un extranjero, acceder a un estudio académico de la lengua. El propio castellano paraguayo tiene un dejo único, más difícil aún que el chileno, al que consideraba el dialecto más difícil de entender de entre los sudamericanos. Al mismo tiempo, es fácil encontrarse en la calle con alguien que habla un castellano perfecto y plenamente "universal". Todos los paraguayos con los que he entablado algún tipo de diálogo se han mostrado sumamente aprehensivos e interesados en mi viaje. Me han regalado comida y dinero, me han ofrecido ayuda y me han felicitado tan efusivamente que me han provocado una suerte de vergüenza.
¿De dónde viene esta amalgama tan particular, este modo de vida "ruralizado", esta apertura al desconocido? Algunas claves las he encontrado en la última región que he recorrido en el país del que ahora salgo. He vuelto a las orillas del Paraná luego de una escapada no tan corta hasta las orillas del Paraguay, donde se encuentra Asunción. Entre ambos ejes fluviales se concentra la región más antigua del país y casi toda la población existente en él aún en nuestros días. Cerca de la orilla del Paraná, y desperdigadas por lo que ahora también es parte de los territorios de Argentina y Brasil, se encuentran las ruinas de diversas reducciones misioneras que en un tiempo florecieron como centros de desarrollo cultural, administrativo y económico de gran impacto en la configuración social de la región: son las famosas Misiones Jesuitas Guaraníes.
Creados a partir de la llegada de la Compañía de Jesús a las tierras españolas del Nuevo Mundo en el siglo XVII, los pueblos misioneros jesuitas de la región del Paraná fueron los responsables de un logro único en la historia colonial americana. En su territorio se consolidó una alianza entre misioneros e indígenas que no solo produjo una experiencia de verdadero mestizaje, sino que logró lo que para la época era la consecución de la utopía máxima: el Paraíso en la Tierra. Los jesuitas lograron aglutinar a las poblaciones guaraníes prácticamente disueltas tras las guerras de conquista y la devastación demográfica causada por las enfermedades venidas de Europa, y lo hicieron bajo los preceptos de lo que entonces se concebía como lo bueno y lo justo a través de los cánones de la evangelización. Los pueblos guaraníes supieron aprovechar las intenciones de los misioneros y la puerta que ellos les ofrecían para formar parte del sistema colonial sin necesidad de enfrentarse con las coronas europeas ni abandonar su estilo de vida propio. El resultado fue la creación de numerosos núcleos de poblaciones en los que, a pesar de la rígida jerarquía teocéntrica, se desarrolló una sociedad inusualmente justa e igualitaria, como nunca antes ni después se vio en nuestro continente.
Ni los misioneros jesuitas ni los indígenas guaraníes atentaron contra la integridad cultural diversa que de pronto tenían en frente. Al contrario, la amalgama siguió un camino de relativa tolerancia. El idioma guaraní fue tan cultivado como el castellano, y al amparo de ambos florecieron pueblos muy destacados por su diversidad. En mucha mayor medida que sus pueblos vecinos, las misiones jesuíticas llegaron a ser los principales centros de actividad artística y educativa a todo nivel. Fueron las reducciones jesuitas las que produjeron la mejor arquitectura, escultura, pintura y música de la época en el cono sur. Sus templos incluyeron observatorios astronómicos, escuelas, auditorios e incluso la primera imprenta que existió en el Río de la Plata, la cual fue de fabricación local. La tolerancia y actitud inclusiva mostrada tanto por los misioneros europeos como por indígenas locales creó una base social "democratizada" y sentó las bases de lo que en el futuro se consolidaría como el origen social del Paraguay. Si bien solo 7 de los 30 pueblos misioneros se encuentran en el actual territorio paraguayo, fue éste país el único que incluyó ese legado como parte estructural de la identidad nacional, como parte de su constitución misma como nación, como conjunto de pueblos y realidades, como sociedad unificada bajo ciertas ideas y ciertas leyes.
La historia de las reducciones jesuíticas terminó siendo trágica con el curso de la historia. Su condena fue, en parte, su propio éxito. Los pueblos jesuitas llegaron a ser los económicamente más competentes y competitivos de la región, contribuyendo al gran enriquecimiento de la Compañía de Jesús en América. Y a su fortalecimiento político, también. Atrapados entre los intereses de las coronas española y portuguesa, las reducciones empezaron a sufrir estragos hacia mediados del siglo VIII, cuando España cedió a Portugal numerosos territorios al oriente del Paraná a cambio del control de la fundación portuguesa de Colonia del Sacramento, competencia directa de Montevideo para el control de la desembocadura del Río de la Plata. La decisión, que nunca llegó a efectuarse en la práctica, causó violentos enfrentamientos armados entre portugueses y los pobladores de las misiones jesuitas de los territorios en conflicto. Gran parte de las misiones se despoblaron o perdieron peso organizativo. Poco después, con la expulsión de la Compañía de Jesús de los territorios gobernados por la corona española, el gobierno ibérico encargó la custodia de las misiones a otras congregaciones religiosas y creó un gobierno especial para aglomerar a los 30 pueblos, el cual existió hasta su adhesión a la Primera Junta de Buenos Aires en 1810. A pesar de ello, el esplendor de los pueblos misioneros decayó hasta la insignificancia.
Las misiones se desvanecieron con el tiempo hasta convertirse en lo que son ahora: ruinas. Sin embargo, su legado como crisol de la identidad nacional no se perdió. Fue el Paraguay, mucho más que la Argentina o el Brasil, el encargado de rescatar ese fundamento en el corazón de su conciencia histórica. Cuando la formación de las juntas de gobierno americanas en respuesta a la invasión napoleónica de la península ibérica, Asunción rápidamente dejó en claro su oposición a las políticas de Buenos Aires. Y las tierras que reconocía como suyas incluían gran parte de las antiguas reducciones jesuitas. Belgrano condujo un ejército que, para los argentinos, era un brazo libertario que extendían para el beneficio de sus hermanos en el interior. Los paraguayos, por su parte, se refieren a esa fallida misión militar argentina como el primer intento de invasión extranjera y los primeros triunfos militares nacionales. Luego de ello, gracias a su lejanía y natural exclusión geográfica, Asunción logró mantenerse alejada de los muchos conflictos en los que la nacientes naciones vecinas se vieron sumidas por décadas. Al poco tiempo, Paraguay se reconocía ya como una nación independiente, y tras algunos años de negociaciones, políticas conflictivas y revueltas fallidas, el control del país cayó sobre las manos de uno de los íconos de la historia nacional: Don Gaspar Rodríguez de Francia.
El "Dr. Francia", como lo llaman hoy en día los paraguayos, concentró el poder al punto de lograr se declarado dictador perpetuo en 1816. Desde entonces hasta su muerte en 1840, Rodríguez de Francia cerró el país al mundo y desarrolló una política aislacionista basada en un modelo económico autárquico muy rígidamente supervisado por el Estado (las únicas poblaciones con cierta apertura comercial fueron las antiguas reducciones jesuitas cercanas a la frontera, como la actual ciudad de Encarnación). Paraguay, así, se libró de los años de contiendas militares libertarias y vivió un proceso de desarrollo que no tuvo similar en toda América. La autarquía económica impulsó el desarrollo de diversas industrias que no existían hasta entonces e hizo del Paraguay una nación verdaderamente autónoma. Después del Dr. Francia, el país empezó a abrir sus fronteras y, bajo el mando de Carlos Antonio López (sobrino del dictador), empezó a mostrar al mundo los logros de la nación aislada. Para 1860, Paraguay había logrado ser lo que todo el resto de sus hermanos sudamericanos había pretendido ser, sin lograrlo: era una nación fuerte, unificada, económicamente autosuficiente y sin deudas. Se había convertido en el segundo productor mundial de algodón (después de Inglaterra) y tenía desarrollos únicos como el primer ferrocarril sudamericano o la primera planta de fundición de hierro del continente. Era, además, una nación culturalmente original, diferente, peculiar y notable en relación a sus vecinos.
Lo que vino después es quizá ya parte de otra historia. Paraguay empezó a mezclarse en las políticas internacionales. Presiones internas y externas (que venían no solamente de sus vecinos, sino también de la corona británica) lo llevarona involucrarse en los conflictos regionales. El presidente Francisco Solano López (hijo de Carlos Antonio López), involucró al país en los conflictos internos uruguayos (en guerra civil, con la participación del Brasil en uno de los lados en contienda) y prácticamente obligó a la Argentina a aliarse con el Brasil en su contra. La guerra fue impopular en Argentina e incluso causó fuertes levantamientos, pero no impidió que tropas de ese país se uniesen a las brasileñas/uruguayas en una guerra que causó la total destrucción de la nación floreciente. El más beneficiado fue el Brasil, que terminó por aplastar e humillar al Paraguay en una guerra que, según he podido averiguar en Internet, causó la muerte de más de la mitad de la población paraguaya de la época. Fue un aniquilamiento total. Después de ello, Paraguay lo había perdido todo, y nunca volvió a recuperar su edad de oro.
Las que en algún día fueron las poderosas misiones jesuíticas también terminaron por desaparecer en esos días. La mayoría terminaron por pertenecer a lo que hoy en día es la provincia argentina de Misiones. Otras son ahora parte del estado brasileño de Rio Grande do Sul. De otras simplemente quedaron los nombres. Junto a las ruinas que actualmente pueden visitarse se levantan pueblos modestos que seguramente no hacen honor al esplendor del pasado. Basta pasearse un poco por los remanentes monumentales de templos, plazas y habitaciones para percibir la grandeza que alcanzaron esos experimentos misioneros. Lo más importante, sin embargo, fue el resultado que esas poblaciones tuvieron con respecto a la configuración de una sociedad cuyos rasgos aún son perceptibles en nuestros días. En cierta forma, fueron las misiones jesuitas las que conformaron parte del espíritu cultural autónomo del Paraguay moderno, y, sin duda, también fueron ellas parcialmente responsables por la creación de la única nación verdaderamente bilingüe de Sudamérica. Y por bilingüe, hay que decirlo, se entiende una complementación que va mucho más allá del conocimiento de dos idiomas tan diferentes entre sí como el castellano y el guaraní.
Para llegar hasta el territorio de las misiones jesuíticas, he pedaleado ya cinco días desde Asunción y he atravezado una frontera más. Integraré el relato de esas aventuras en noticias que vendrán en el futuro. Hoy por hoy, solamente he querido poner por escrito algo de la fascinación que me ha causado el descubrimiento de este nuevo país y sus complejos orígenes. Todas las fotos de las ruinas jesuíticas corresponden a las dos únicas ruinas que han sido declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en territorio paraguayo: Santísima Trinidad del Paraná y Jesús de Tavaringüe. Son las dos más importantes de la región, pero existen otras dignas de verse tanto dentro como fuera del Paraguay, así como otras también patrimonializadas tanto en Brasil como en Argentina. La foto del edificio blanco corresponde al llamado "Palacio de los López", que fue propiedad de los gobernantes que he mencionado en el relato y hoy funciona como palacio presidencial en Asunción. Las dos últimas fotos muestran el río Paraná con Encarnación al fondo, vista desde la provincia argentina de Misiones, y una plaza céntrica de esa misma ciudad.
Existe más al sur otro país que también tuvo un orígen azaroso. Un país que, al contrario del Paraguay, optó por un camino opuesto: la eliminación de su legado aborigen y su inclusión al mundo pretendidamente occidental. Un país cuyo nacimiento se dio en medio de guerras y asedios ininterrumpidos de sus vecinos poderosos. Es el país más pequeño de los diez que tienen relación con Sudamérica a pedal. Es, también, el último que visitaré. Hacia él me acerco sorteando los días fríos del invierno y haciéndole cara al desespero que me causa el término de la aventura. Recorreré algunos cientos de kilómetros entre Brasil y Argentina para llegar hasta ese último país y esa última meta.
Estamos cerca de empezar la recta final.
Posadas, Argentina, jueves 29 de julio de 2010.
13.770 kilómetros recorridos.
Estamos cerca de empezar la recta final.
Posadas, Argentina, jueves 29 de julio de 2010.
13.770 kilómetros recorridos.