Para llegar a este punto clave recorrí cuatro jornadas desde Cúcuta. Atravezar la frontera fue bastante fácil. En el lado colombiano no tuve que hacer cola y en el venezolano apenas tuve que esperar un par de minutos. Esperaba más complicaciones de la que había oído llamar "zona de frontera más activa de Sudamérica", pero parece que nada del pesado tráfico que pasa constantemente sobre el Puente Internacional Simón Bolívar requiere sellar sus papeles en las oficinas de migración. A pesar de que cuando había llegado a Cúcuta solo pensaba en descansar y que había decidido cruzar la frontera para pasar un día de vago del otro lado, terminé por cambiar mis planes bruscamente y ese mismo día avancé unos 60 km hasta San Cristóbal, capital del Estado Táchira. Sin esperar más, pensé que sería mejor olvidar mi día libre y continuar durante tres días más hasta Mérida para ahí tener un descanso más largo.
Como muchas otras, la ciudad de San Cristóbal iniciaba sus ferias justamente cuando yo llegaba a visitarla. Las calles andaban alborotadas y calientes, aunque los continuos y desorganizados apagones eléctricos en los que anda sumida Venezuela creaban (y crean) bastante desconcierto y malestar entre los ciudadanos. No tuve muchos ánimos para buscar bochinche, así que me limité a hacer los trámites habituales que se requieren para familiarizarme con el nuevo país: averiguar precios y divisas, reportarme con Quito (y con el austro, je), comprar una línea telefónica local (0414 720-0487, pa los que quieran llamar a insultar), preguntar rutas y distancias a la gente, sondear el carácter de policias, bomberos y demás, etc.
Al siguiente día salí bastante desorientado en busca de la ruta a Mérida. La gente me hablaba de muchas vías distintas y el mapa que había conseguido era muy malo. Avancé con dudas y continuas paradas hasta finalmente decidirme por el camino más transitado (la panamericana), aunque aparentemente también el más largo. Por horas pedalée directamente hacia el norte, en lugar del este o noreste hacia donde quedaba Mérida, y, tras un ascenso largo y una zona de altibajos más o menos prolongada, terminé por descender hasta los llanos que bordean la cordillera por el flanco nor-occidental y avanzar por extensas planicies muy calurosas.
Una jornada de 150 kilómetros me dejó rendido en la población de La Tendida. Durante el camino conversé con mucha gente y me fui empapando del caracter conversón, malhablado y tremendamente generoso del venezolano. Una señora muy humilde no quiso cobrarme por un almuerzo y tuve que insistir mucho para que acepte un pago casi simbólico, varios "jugeros" me regalaron vasos de naranjada y panelón (jugo de caña con limón), otros tantos conversaron conmigo y todos se demoraban mucho en darme su apreciación de la ruta, explicarme cada desnivel y aprovechar el momento para alabar o insultar a Chávez. Por la noche, en una pantalla gigante instalada en plena carretera, pude ver el primer juego de la serie entre los Leones de Caracas y los Navegantes de Magallanes (de Valencia), dos archi-rivales del béisbol venezolano que este año protagonizan la gran final.
La vegetación de ese día se transformó y pronto estuve en un ambiente de costa pantanoso y húmedo (a pesar de que no ha llovido en meses, según me dicen) donde los habituales cadáveres que pueblan este tipo de vías empezaron a volverse más y más peculiares.
Dos días más y estuve en Mérida, tras volver a subir a la cordillera desde un mínimo de 120 msnm, en la zona de Coloncito, pasando junto a varios puentes rotos y por caminos muy "curvosos", que, en jerga local, según voy entendiendo, quiere decir "de subida". Para ascender nuevamente a las montañas abandoné la carretera panamericana y pasé por los municipios de Zea, Tovar y Santa Cruz de Mora, entre otros. En este último, pasé una noche.
Cuando finalmente entraba a Mérida mi cabeza iba volando en cálculos sobre el tiempo que me tomaría en llegar a Caracas (uf, estoy mucho más lejos de lo que pensé) y bastante fastidiada por el tráfico y el sol. En cierto momento mi odómetro dejó de funcionar, así que me detuve para tratar de averiguar el problema (soy tan freak con esto de los datitos que me muero de iras cada que pierdo información de distancias, velocidades, tiempo o alturas).
Estaba tratando de cambiar las pilas del sensor cuando se detuvo un motociclista a mi lado y me preguntó de dónde venía. Como andaba malgenio, debo confesar que en un principio el encuentro me fastidió. Saludé y empecé a responder lo de siempre: "Vengo de Ecuador, he viajado casi dos meses, voy rumbo a Caracas y luego quizá al Brasil, etc. etc. etc." No me provocaba alargar la conversación, pero el hombre me dijo que él también había viajado y que podía recibirme. Claro, mi cara se iluminó.
Todo lo que ha venido después de ese encuentro ha sido abrumador. Un grupo fenomenal de gente me ha abierto las puertas de sus vidas aquí en Mérida y me ha cuidado y protegido durante dos días de descanso. Hemos salido de caminatas de montaña, he asistido a una "paradura del niño" (algo equivalente a nuestro pase del niño), he comido como loco (casi todo gratis), he conocido a un montón de gente que me ha contado de sus vidas y me ha cargado de consejos e incluso he recibido dinero en efectivo. Un señor colombiano movió sus contactos y me paseó por las casas y negocios de un gran número de personas de la colonia ecuatoriana residente en Mérida, que es grandísima. Ellos (todos sin conocerme, y algunos incluso sin llegar a verme nunca) organizaron una colecta y terminaron por regalarme 700.000 bolívares, que es más de 150 dólares.
Neudy, quien dirige la Funda-Eventos, la organización que me está hospedando, ha viajado en bicicleta por Venezuela, Colombia, Ecuador, México, toda Centroamérica, Brasil y más. Sus contactos y consejos me han servido muchísimo y han llenado mi tanque de ánimos para, como dicen aquí, "echarle bola".
No sé ni por dónde empezar a agradecer todo esto. He estado tan torpe con la cámara que casi no tengo fotografías de la gente con la que he pasado aquí (ojalá mañana no esté tan gil y pueda poner algo en el siguiente post). Si bien es un gesto prácticamente inútil, quiero anotar aquí mis sinceros sentimientos de gratitud a Neudy Monsalve y su familia (su hermano Manjerry fue quien me encontró), Marco Morales (el amigo colombiano), Rhadamés Barroeto (un divertidísimo y excelente scout de quien me hice rápidamente amigo) y toda la comunidad ecuatoriana de Mérida, en especial a Fabián Sánchez y sus hermanos, Carlos Quinche, Humberto Lema Conejo, el sr. Alfonso, el sr. Marcelo y muchísimos más de quienes lamentablemente no pude anotar sus nombres.
Y ustedes, por último, tendrán que disculpar este post corto y aburrido, pero apenas he tenido tiempo para revisar fotos o conectarme al Internet.
Se vienen, además, días de marcha forzada hacia Caracas. Ya sabrán por qué.
Mérida, Venezuela, lunes 25 de enero de 2010.
2.495 kilómetros recorridos.