Salir de Perú ha significado, tras un periplo de más de 3.000 kilómetros y dos meses de viaje, la compleción de un objetivo anhelado entre brumas y sueños desde los años de nuestra adolescencia. Aún incapaces de asimilar lo que ese país nos ha dado en estas pasadas semanas, estamos obligados a pensar en lo que se nos viene de ahora en adelante, y Bolivia se nos dibuja brillante y atractiva como un universo apenas nacido que pide a gritos ser descubierto, pero a la vez incierta e imposible, como un acertijo planteado en un idioma desconocido.
Aún antes de llegar a Puno nos escoltaba ya, desde el lejano horizonte oriental, la magnífica Cordillera Real, emblema del norte boliviano y orgulloso gesto con el que este nuevo país parecía saludarnos desde lejos. Pero para llegar a transitar a sus pies todavía debíamos cubrir las últimas etapas de la aventura peruana y atravesar decenas de kilómetros por las frías pampas del altiplano.
Acostumbrados ya a empezar a pedalear tarde y a distraernos con cualquier atractivo del camino, apenas a unos 8 kilómetros de Puno nos detuvimos ante una primera sorpresa: un grupo de formaciones rocosas redondeadas que ofrecían, además de un peculiar espectáculo visual, abundantes rutas de escalada. Charlie Pérez, uno de los dos machos que comandan nuestra expedicón, tardó poco en calzarse sus pies de gato y amarrarse una bolsa de magnesio en la cintura (la razón por la que estos dos artículos hayan estado presentes en las alforjas de Charlie nos es completamente desconocida y, al igual que a ustedes, todavía nos sorprende) para empezar a trepar como araña por los recovecos del muro.
El entusiasmo del resto de la tropa fue menor, y finalmente tuvimos que abandonar a la saltimbanqui Carlita para que se deleite a sus anchas en las paredes rocosas mientras los demás seguíamos avanzando...
Las sesiones fotográficas (cada vez menores por lo acelerado del pedaleo y la pereza que se va acomodando en nuestros lentes) no fueron muchas hasta la llegada a Juli, primer descanso de esta nueva etapa. El pueblo finalmente apareció unos 10 kilómetros antes de lo previsto por los mapas, lo cual nos dio un tiempo considerable para explorarlo y disfrutarlo.
Llamado "la pequeña Roma" o "el Vaticano del Perú", Juli ostenta numerosos templos grandes y suntuosos que indican una importancia que en realidad nunca entendimos en donde residía. Al parecer, en un intento por detener el traslado masivo de indígenas hacia las minas de Potosí (lo cual equivalía casi a una sentencia de muerte), muchos sacerdotes de la Colonia proyectaron la construcción de templos monumentales en toda la región que circunda al lago Titicaca. Juli, por lo visto, fue especialmente favorecido por esta política: los vestigios de ese pasado monumental todavía viven en las esquinas y plazas del pequeño pueblo.
Esa noche la pasamos al interior de una escuela bastante cuidada y limpia desde la que teníamos una gran vista del lago y las lomas de los alrededores. El problema fue que, entre comidas, paseos, fotos e Internet, nos pasamos de nuestro toque de queda y volvimos a las instalaciones algo tarde. Resultado: allanamiento masivo de la institución, no sin dejar de llamar fuertemente la atención de los transeúntes nocturnos y otros vecinos de la calle.
En fin, la llegada de los escueleros a la mañana siguiente fue el aviso de que debíamos continuar con el viaje. Ese día avanzamos con relativa rapidez hasta Yunguyo, última población del lado peruano en la que comimos un almuerzo memorable compuesto de sopa de maíz, tallarín verde y papas en salsa de maní. Luego de ello cambiamos nuestros soles por pesos bolivianos, hicimos algunas llamadas para despedirnos de algunos personajes peruanos que recordaremos en mucha estima y nos echamos en la plaza a dormir plácidamente.
Los que no se mostraron tan relajados como nosotros fueron los agentes de la oficina de migración de la frontera. Resulta que David y Carla, en un despiste que ellos insisten en atribuir a las autoridades peruanas y por el que armaron toda una escenita que casi causa un conflicto binacional, se habían pasado por algunos días del límite de permanencia en el Perú que les había sido concedido en Aguas Verdes. Mientras pagaban multas y proferían comentarios punzantes que incluían palabras de alto calibre como "incompetentes", "ineptos" y hasta "corruptos", el resto se debatía entre los trámites al otro lado de la frontera y la degustación de las primeras delicias cerveceras bolivianas: todo un rito fronterizo.
La primera ciudad que nos recibió en Bolivia fue el famoso puerto lacustre de Copacabana, anclado en una pequeña bahía paradisíaca del Titicaca y punto de partida de numerosas expediciones turísticas por el sector. Nosotros no quisimos imbuirnos en ese mundo, en parte por percibir desde el inicio un ambiente de turismo saturado que ya hemos criticado en otras ocasiones y en parte por la ambigua emoción que nos invadía por llegar rápidamente a La Paz y concluir así la tercera gran etapa de nuestro viaje.
Eso hicimos, pues, en los siguientes dos días: primero hasta Huarina (otro pueblo ribereño del Titicaca, esta vez del lado oriental, cuna del famoso Mariscal de Zepita, Andrés de Santa Cruz) y luego hasta el mismísimo centro de la gran La Paz.
Entre lo más notable de estos dos días se destaca nuestro encuentro con la Selección Boliviana de Fútbol, que entrenaba a perfil bajo en una pequeña cancha de fútbol situada a pocos metros de la ribera del lago. Pensando en la gloria que conseguiríamos si derrotábamos a tremendo equipo en la altura de La Paz, planteamos el reto futbolístico inmediatamente y con el espíritu lleno de fe en el triunfo. Ambos equipos jugaron con empeño y sacrificio, pero los ecuatorianos sufrimos numerosos reveses, con caídas y revolcones por el ripio, que terminaron por quebrar el temple aguerrido de nuestras filas y provocaron una vergonzosa derrota 3 a 1. Nuestro único gol, además, se logró cuando David "la fiera" Coral infringió una notable falta al arquero rival y anotó prácticamente arrancándole la pelota de las manos a patazos.
El encuentro, trágico para nosotros pero eufórico para nuestros rivales, terminó en un brindis con Quina Kola y una sesión de fotos al borde del lago.
Olvidábamos decir que la "Selección Boliviana" a la que nos enfrentamos era de categoría sub-10...
En ese tipo de ambiente nos fuimos acercando a la capital boliviana hasta que finalmente entramos en ella el viernes 28 de marzo, 76 días después de haber salido de Quito.
Aquí en esta ciudad, increíble por su locación y su disposición, hemos vuelto a repetir nuestra ya casi acostumbrada actitud de turistas descarriados: visitamos museos, mercados, las plazas del centro histórico, la famosa "Calle de los Brujos" (donde se venden amuletos de todo tipo, desde fetos de llama hasta piedras para encontrar el amor), el correo boliviano (la típica sesión de envío de regalos), el tradicional barrio de El Prado...
De todo esto, debemos decir que todos hemos tenido la impresión de que esta ciudad y Quito comparten muchas semejanzas, no solamente en lo arquitectónico o lo relativo al trazado urbano, sino en la actitud de la gente. Quizá sea la vez que más en casa nos sentimos desde que iniciamos el viaje.
El segundo día de descanso lo pasamos a cargo de Gonzalo Fernández, un amigo paceño de la mamá del Juan Fer que nos llevó a las ruinas de Tiwanaku y luego nos hizo un largo recorrido por La Paz y sus alrededores. Gracias a él, a su gentileza y buen carácter (pues sorprendentemente aceptó sin problemas nuestro humor patán y desenfadado), hemos podido apreciar mucho de esta ciudad animosa que se desparrama difícilmente por una inmensa abertura que baja desde el Altiplano. Todo el recorrido que hicimos con él fue intrigante y enriquecedor, por lo que ahora sentimos tener una imagen mucho más amplia de lo que este país ofrece.
Gracias, Gonzalo!!!
El reto que hemos emprendido en esta nueva etapa, la etapa boliviana, no nos causa temor alguno, pero nos enfrenta irremediablemente a lo que hasta ahora hemos hecho y a lo que todo ello significa y debe (o puede) significar en nuestras vidas. Algo nos dice que todo lo que venga después de este gran trayecto deberá ser necesariamente distinto a lo que había antes de él, aunque en apariencia siga siendo igual.
Al tercer día de descanso en esta ciudad encañonada de La Paz, el altiplano empieza a llamarnos insistente con todo su misterio y belleza casi incomprensible. Ahí estaremos, pues: ansioso nos espera el corazón de este país que de por sí es un pétreo y convulso corazón sudamericano.
Sonreímos al imaginar el sin número de parajes bolivianos que atravezaremos y de los que por lo pronto no tenemos ni siquiera noticia.
4.007 km recorridos
La Paz, Bolivia, lunes 31 de marzo 2008